Quizá alguien esté pensando que el gobierno atraviesa su peor momento. Si se recuerda, algo similar sucedió durante el transitorio freno judicial a los aumentos tarifarios o, en menor medida, en plena luna de miel, con el nombramiento por decreto de dos supremos. Fueron momentos de aparente zozobra en los que, como en el presente, el gobierno parecía enfrentarse con la desazón de tener que dar marcha atrás. No hay que olvidar, sin embargo, que nunca retrocedió.
En tiempos de cercos mediáticos, la realidad debe reconstruirse como un rompecabezas. Pero no está oculta. Las fotos son nítidas. No hace falta reproducir lo escuchado a puertas cerradas en los más altos despachos. Las declaraciones están grabadas, filmadas, repetidas con impudicia, subidas a Internet. El sesgo clasista del gobierno, por ejemplo, es inocultable. Allí está el altivo Alfonso Prat-Gay avisándoles a los trabajadores la conveniencia de conservar el empleo a costa de perder poder adquisitivo, o el hijo del sindicalista plástico que no vio nada durante la dictadura, Jorge Triaca, invitando a comprender a los empresarios que despiden. O su segundo, el secretario de Empleo y ex Techint Miguel Ponte, asimilando los despidos a “descomer”. También otro hijo, el de Franco Macri, balbuceando la imposibilidad de impulsar el consumo, porque ello significaría “poner plata en el bolsillo de los trabajadores”. O el ex presidente del Banco Central de Carlos Menem y actual del Nación, Javier González Fraga, explicando la pura mentira del consumo de “los empleados medios de sueldo medio”. La lista de declaraciones antitrabajadores es impresionante.
Por también es necesario detenerse en lo menos dicho. No sólo en los valores y objetivos clasistas de la administración, sino en su metodología de acción. El primero en gritar su existencia fue el actual titular del Banco Nación, cuando le advirtió a los propios, en un aula de la Universidad Di Tella, que no había que subestimar a Macri porque tenía un plan y muy claro, cuyo próximo paso, imprescindible para consolidar el cambio de régimen económico, era ganar “como sea” las elecciones de medio término. Bajando a la estrategia, ya en 2014 en la conservadora Academia Nacional de Educación, el actual ministro Esteban Bullrich, brindó los detalles. Sentado junto a su jefe ejecutivo de entonces, el alcalde porteño, sostuvo que el objetivo del gobierno era “sacudir al sistema”. El camino: vencer la resistencia gremial “lanzando muchas iniciativas al mismo tiempo”. Didáctico explicó que mientras “el gremio” (docente) se focaliza en resistir una iniciativa, avanzan todas las demás. “Cuando se dieron cuenta que alguna ya se implementó, van atrás de esa y avanzás con la que no habías avanzado. Es un partido de ajedrez o de damas medio complejo”, detalló entre risas de una audiencia aquiescente. Difícil sintetizar en menos palabras el estilo de gobierno PRO. Ahora se comprenden mejor el ensayo y error, el “estamos aprendiendo” y el “volver a foja cero”.
Esta semana, por ejemplo, luego de que se quisiera hacer pasar el “perdona nuestras deudas” intergeneracional para la famiglia presidencial, apareció la “readeacuación” de la fórmula de ajuste jubilatorio. La precisa filtración sirvió para la impostación de parte de la tropa propia; la formal, como la “fiscal moral” de la República, y la informal, como la frente renovadora y la “justicialista”. Todos se rasgaron las vestiduras por la quita en el margen de 0,31 puntos porcentuales emergente, pero meses antes votaron las leyes que, bajo la excusa marquetinera de la “reparación histórica”, terminaron con la intangibilidad del Fondo de Garantías de Sustentabilidad de la ANSES. Mientras tanto, el dato duro fue que en 2016 los dos ajustes de la movilidad jubilatoria sumaron alrededor de 30 puntos porcentuales, contra una inflación que superó los 40 puntos, es decir, sin hacer números muy finos, una pérdida de poder adquisitivo de alrededor de 10 puntos. Es la estrategia Bullrich: el megapaquete de la “reparación histórica” pasó sin contratiempos por las dos cámaras, pero la algarada es por la marcha atrás de un ajuste de 0,31 punto.
A la oposición bien le valdría espabilarse. El gobierno no está debilitado ni se defiende en el piso. Pelea desde el centro del ring. Dada la continuidad de los ajustes de precios relativos –tarifas de servicios y transporte, pero también educación privada y prepagas– la inflación 2017 difícilmente se ubique por debajo del 25 por ciento. Sin embargo, ya se logró instalar para las paritarias un piso mediático del 18 por ciento, un verdadero éxito antes de empezar a negociar. Los gremios que consigan ajustes en torno al 25 por ciento, por ejemplo, se sentirán exitosos. El resultado será que incluso en el escenario idílico de ganarle algún punto a la inflación, la pérdida del poder adquisitivo de 2016 quedará consolidada.
En el ínterin, la entrada de capitales vía endeudamiento permitirá mantener el precio del dólar por debajo de la inflación, el famoso ancla cambiario tan criticado durante la última etapa del gobierno anterior. Con estos dos instrumentos, paritarias y tipo de cambio, el gobierno logrará disminuir la nominalidad de la economía, dato que le permitirá, con números similares a los de 2015, mostrar un escenario de aparente estabilidad macroeconómica contra 2016. El artificio demandará hacer la vista gorda con los compromisos del balance cambiario a mediano plazo, un grave problema que se pateará para la segunda parte del mandato y que justificará un fuerte ajuste, así como con el aumento del desempleo, un objetivo disciplinador antes que un problema.
Luego está la legitimación del crecimiento. La economía cayó el año pasado alrededor del 3 por ciento, pero el derrumbe se produjo en el segundo semestre, cuando la caída promedio, según el ITE-FGA, fue del 4,4 por ciento. Matemáticamente esto quiere decir contar con una base de comparación interanual muy deprimida para el segundo semestre. Si efectivamente se consigue alguna recuperación, lucirá estadísticamente mayor durante la segunda mitad del año, lo que facilitará el discurso electoral sobre una presunta recuperación post ajuste.