El músico pobre a quien la Musa de la Belleza le ha hablado al oído ha de sufrir, como los pueblos hebreos primitivos, desierto, persecución, flaqueza y escuálida fe de a ratos ¿De qué materia ingrávida y celeste está hecha su matriz? ¿Cómo soportar los días de incertidumbre hasta que se empieza a cabalgar en el potro del trabajo? El o ella ven como los demás se realizan estudiando carreras mientras el o la padeciente están al acecho de la oportunidad que llega con retardo, o simplemente se hace esperar como un amor esquivo. Dejarán romances, empleos, casas con familia, brillos extraños, premios a la vocación para ascender la suya propia hasta el Cielo de los milagros, donde titilan las estrellitas de la ilusión, la magra esperanza, el anhelo, el insomnio, la boca reseca de sed verdadera. Los maestros de escuela primaria deberían estar aleccionados para cuando se crucen con esta fauna exótica y atemporal: no son distraídos, no están en otros planetas, no supuran desconfianza, ni son faloperos en ciernes, ni criminales, ni ladrones, ni esquivos. Son simplemente pichones de músicos pobres. A ellos, si hay un Dios, debería estar dirigida la vara de la clemencia, la comprensión y la ayuda. Miro los barrios humildes y pienso que en cada casita con una chica o un chico hay un músico en expansión limitada por los zanjones, las moscas, la violencia institucional y no tener dinero para cargar la tarjeta siquiera que les permita ir al centro una noche a ver un buen recital. Yo, que fui uno de ellos, les puedo asegurar que la locura mesiánica, la fuerza gravitacional del nadar en la oscuridad en un río plagado de acechanzas nos hace fuertes y más sinceros. Y después, proseguir, sin pensar en nada ni tenerle miedo a la soledad.

 

* El músico tocaba en un grupo de cumbia y hablaba con el guitarrista de uno de los de la Trova.

-Mirá, lo nuestro es simple, hacemos lo que le gusta a la gente, que es bailar y divertirse. Yo compongo mucho.

-Ah, qué bien -contestó el otro- Componer es lo mejor que hay, hace bien al espíritu.

-Sí, todo bien -interrumpió el primero- pero yo solo meto un Do y un Sol, y cuanto más, de puro cheto, paso por un Fa.

Convergencias, experimentos, búsquedas e iluminaciones que posee el mundo de la música, tan exigente y perfumada con las mieles del éxito.

 

* Cuando era chico me gustaba cantar, pero era muy tímido. Cuando me lo solicitaban en alguna reunión familiar, solo accedía si me aseguraban que apagasen la luz. Algunos chiflaban reprobándome cariñosamente pero finalmente cedían. Entonces no faltaba el tío -el mismo de siempre- que subía la llave para descubrirme y reírse de mi vergüenza. Yo me bajaba del escenario repleto de vasos y cubiertos y me retiraba colorado como un tomate a los camarines -la pieza de mis padres- enojado por la traición.

-¡Pero si es un artista, que se haga hombre! -exclamaba aquel tío. El mismo que en una fiesta navideña, veinte años después, me acusó de llegar tarde por haber estado ensayando con "faloperos y maricas". Así de textual.

Mi padre esa noche no le permitió el agravio, y le hizo saber de su pasado radical y faccioso en contra del peronismo. Ahí se armó la gorda: palabrotas que iban y venían, gorilas y laburantes de Eva luchando a boca de jarro por ver quien tenía la verdad. Yo terminé mi cena y cuando la Nona hizo acallar a la manada, recién ahí, dijo suavemente: "Cante hico mio, cante para su abuela que esto sono stúpido, sono". Y susurré para ella, tomándola del hombro, un blues hermoso de Deep Purple, mientras ella me tomaba la mano hasta el fin.

-Ahora cantá vo, que so tan vivo -le espetó a su hijo, quien por vez primera se puso colorado y dijo quedamente: -No, mamma, a mí no me sale.

 

* Habíamos tocado y dado un buen show en la explanada del Monumento a la Bandera con el grupo Rosarinos, y el final con dos bises fue muy emotivo. Era la primera vez que lo hacíamos en nuestra ciudad. Al mes nos iríamos a Cuba representando a la provincia. Entonces Lalo, regresando al escenario, tomó a Iván -su hijito muy chico- y alzándolo, lo ofrendó a la multitud. Me pareció un gesto ampuloso y un poquito demagogo. Pero era así mi amigo: su fervor lo convertía en una llama ardiente y su patriotismo rosarino lo hacía hacer estos gestos. Toqué a Iván en la cabeza y le susurré "¡Qué padre baboso que tenés!" Lalo se rió y pidió disculpas por la desmesura. "Es que soy, además de rosarino y de Central, peronista", se disculpó sonriente. Cuando Lalo ya estaba hacía años viajando por la estrellas tuve a mi único hijo, Ciro, y a punto estuve de copiar la escena. Esa tarde entendí completamente a mi amigo del alma.

 

* En la casa de Marcela era donde la incipiente Trova Rosarina tenía su guarida. Había camas, mate, una heladera medianamente llena y una dueña muy permisiva. Tenía trabajo fijo y daba hospitalidad a vagos y bien entretenidos. Entre ellos, el Sapo Aguilera, primer percusionista de la banda de Baglietto. Se había aposentado ahí y oficiaba de cuidador, regador de plantas y guardián del conejito blanco y primoroso que vivía en el balcón, auténtica criatura a quien su dueña amaba hasta la exasperación. Todo ello a cambio de alimento y un techo. Quiso la mala fortuna que estando él al cuidado del animalito, para limpiar su jaula tuvo que levantarla y al estar mal cerrada la puertita de alambre, el conejito pasó de terrestre a aéreo velozmente. Juntamos los restos del valiente saltarín y lo escondimos en un baldío. El Sapo, profundamente amargado, me pidió reserva mientras pensaba algo.

-Acompañame -dijo. Y entramos en un negocio donde vendían estos bichos. Con dolor en el alma -eran sus últimas monedas- adquirió uno blanco, más o menos parecido al difunto, y lo depositó en la jaula del anterior. Cuando regresó Marcelita todos pusimos cara de póker.

-No se qué le pasa al tipo -dijo ella señalando a su mascota, pero apenas lo toqué se asustó, y creo que hasta me mordió. El Sapo, filosófico alargó: -Y... esos animalitos son así de bipolares, no lo sabías?

-¡Si hasta parece haber cambiado de color! -se sorprendió ella.

-Son de una raza muy sensible, capaz que advierten algo en su dueña y lo manifiestan de ese modo -aconsejó el tipo. Y Marcela, quien venía de un amor quebrado, se largó a llorar.

-Es cierto, es cierto", gimoteó.

El Sapo la consoló. Lo único que le recriminé a mi amigo fue no haber guardado el cadáver conejín para hacerlo a la parrilla. Eramos tan pobres.

 

* Nada de sabe de nosotros, los músicos buscadores de la piedra filosofal y la página retinta donde se encuentran todas las rimas del mundo y las armonías infinitas. Nada de sabe de los soles tardíos y las lunas menguantes, las hambrunas perennes y las riquezas ocasionales. Los viajes naúticos por la ciudad y los pedestres por las aguas. Nada se sabe, importan poco o son mal interpretados. A veces, negociamos un poco la calidad por la cantidad, un poco de la piel a cambio de otra piel sintética que nos cubra del frío. Una foto sonriendo con el alma en orsay. Una canción triunfante cuando el alma está en retirada. Un acorde innecesario para que rinda sus frutos de dinero, una mano ficticia por una fraternal. A veces somos prostitutas sin oficio, otras veces crueles impostores, otras ternuras vivientes, otras solidarios solitarios, otras resucitados sin morir. Somos esto que ven y a la vez no ven. Tenemos que cuidarnos: tenemos un tesoro guardado y debemos esconderlo del sol premiado que nos oxida, los laureles que se secan y las palmadas en la espaldas. Huir, huir todo el tiempo hasta que se cansen y no nos encuentren más que en las buenas canciones y les aterrorice lo buenas que están confeccionadas y no podrán felicitarnos con mano enguantada ni hacernos firmar en blanco lo que se otorga en negro. Seremos inmortales y ajenos a toda gloria si nos mantenemos con pocas heridas y solo una rodilla en tierra, sin ser vencidos aún en medio de una batalla adversa. Con un  cuadernito maltrecho lleno de oraciones y acordes y el corazón rozado apenas,con una bala de plata que no logra asesinarnos del todo. Gracias.

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