Parecía un reflejo algorítmico de la multitud pero seguramente no era más que la sensación térmica de una pertenencia ideológica: el aplausómetro en la inauguración de la Exposición Rural mostraba picos significativos cada vez que los disertantes –ya fuera el presidente de la SRA Daniel Pelegrina o el presidente Mauricio Macri—hacían alguna alusión al estoicismo de los argentinos. En el caso del dirigente patronal se trataba de un reclamo para el resto de la sociedad, seguramente poniéndose como ejemplo: “hay que reconstruir la cultura del trabajo y el esfuerzo”. En el caso del primer mandatario era un piropo tribunero que, puertas afuera, podría interpretarse casi como un llamado a la flexibilización laboral de otros sectores: “A ustedes no les tengo que explicar la importancia de la cultura del trabajo. Sin rezongar, se levantan y arrancan a trabajar antes del amanecer. No hay feriados ni domingos”. La ovación, con algo de falsedad autocelebratoria (casi ninguno de los invitados especiales a la fiesta del campo parecía ajustarse al target de los que no conocen “ni feriados ni domingos”) reproducía más bien una pulsión inconsciente de tono acusatorio: “los negros no quieren laburar y los populistas los premian con planes”.

Una señora muy bien vestida que, según le señaló a Página/12, siempre vivió en la Capital Federal y nunca pasó ni siquiera un fin de semana en el campo pero se siente “consustanciada con el espíritu campestre” (el alma humana, en efecto, es insondable) ilustró en este sentido, consultada sobre el discurso del presidente: “Mauricio nos dijo lo que queríamos escuchar. Basta de atajos, basta de trampas, basta de mafias. Trabajo y sacrificio, como nuestros abuelos”. El hombre que la acompañaba sintió la necesidad de agregar: “basta de peronismo en este país”.

--¿Le hubiera gustado que hoy estuviera (Miguel Angel) Pichetto en esta celebración?

--No…bueno, sí, ¿por qué no? Es un arrepentido. Hoy más que nunca tenemos que estar todos juntos.

El estoicismo consiste, más bien, en pasar de largo al mediodía el puestito de “choripanes de exportación” que el año pasado costaban 130 pesos (chequear nota de Página/12) y ahora salían 200. Es decir, 55% de aumento. Un joven gaucho viene de otro puestito, el de panchos con papas fritas, y es recibido por sus amigos con una chicana: “Eh, ¿qué viniste, a un partido de béisbol?”. “No –le responde—, están a la mitad de precio que los choripanes. Y son más chiquitos. Ya lo dijo el presidente: hay que comer menos”. Una carcajada aprueba la frase. Como Macri, en realidad, nunca dijo explícitamente “hay que comer menos”, pero ese imperativo está implícito en su modelo económico, el cronista trata de interpretar el tono y el lenguaje corporal de estos chicos, pero en este ámbito, de “visitante”, resulta difícil discernir cuánto de ironía y cuánto de inocente estupidez se desprende de ciertas palabras.

Mientras desfilan las vacas y los toros campeones, escoltados por máquinas cosechadoras con diseños de ciencia ficción, se escucha en la platea un “¡Viva la patria!” que es replicado, inmediatamente, con otro grito igual a cinco metros y enseguida otro más, estableciendo un vínculo natural entre el negocio agropecuario y cierta idea de heroísmo telúrico. Media hora antes, el mismo que había comenzado la arenga patriótica excitado con las máquinas cosechadoras le echaba la culpa “a los veganos” por las banderitas amarillas que Greenpeace, en una intervención sorpresiva, colgó en las narices del presidente con estas consignas: “Ganaderos, basta de desmontes” y “destruir montes es un crimen”.

La recorrida por la exposición arroja una primera sorpresa. Hay dos puestitos enfrentados: uno vende longanizas y salamines de campo. No hay nadie comprando. El otro es un negocio orgánico, vegano y kosher. Está lleno de gente. El dueño del emprendimiento familiar, Igor Baratoff, de Godoy Cruz (Mendoza), pero de origen ruso, vende pulpa de tomate sin piel y sin semilla, mermelada orgánica libre de gluten, frutas secas. Dice que vende más que antes, pero lo atribuye, más que a la coyuntura económica, a “un cambio cultural de los consumidores”. Pide que el gobierno “baje las tasas de interés” para poder invertir y exportar más.

En la tienda de la marca “Gaucho” se venden alpargatas por 570 pesos y bombachas de corderoy por 1.200. Jorge, el encargado del stand, reconoce que las ventas cayeron un 20% respecto del año pasado. Y agrega un detalle cualitativo que es todo un síntoma: “Antes la gente venía y decía ‘me gusta este, me lo llevo’. Ahora dicen ‘necesito esto para el trabajo, ¿hay otro más barato?’. La gente viene y mira, dice ‘qué lindo’ y se va”.

--Jorge, ¿vos escuchaste los discursos de la inauguración? Ahí se pintaba un panorama muy distinto…

--Yo te cuento lo que veo acá. Debe ser que a este puesto, en general, no vienen los dueños de los campos, sino los peones...

Un par de estadounidenses, vestidos como cowboys de la serie Bonanza, se abren paso entre los visitantes criollos. Son productores ganaderos de Montana que vienen, según dicen, a “intercambiar conocimientos” con sus pares argentinos, pero fundamentalmente vienen “a comer carne argentina”. Van a todos lados con su traductor, que cuenta que les iba traduciendo partes del discurso de Macri.

--¿Y qué te comentaban a medida que les ibas traduciendo?

--“¡Great!”, “¡Good!”, “¡Fantastic!”, esas cosas. Ellos trabajan con la cuestión genética y consideran que se pueden hacer grandes cosas entre ambos países.

Carlos, cuidador de la cabaña El rastreador, de La Carlota, Córdoba, tiene aspiraciones más modestas. Está expectante por el próximo remate porque hasta ahora, en toda la Feria, solo lograron vender dos vacas. Como él se lleva el 4% de las ventas, puede llegar a ganar 4 o 5 mil pesos si logran ubicar a esta aberdeen angus que le dedica su mirada ausente y no parece estar muy preocupada por su futuro. Carlos está con ella desde las 5 de la mañana hasta las 8 de la noche. La peina, la baña, le habla. Contra las opiniones que alertan sobre el maltrato animal, enfatiza: “acá nos tratamos mejor con los animales que entre las personas”.

En la pista central dejó de sonar el clásico “A Don Ata” (si Yupanqui viviera…) y los organizadores presentan la siguiente actividad: un partido de pato. Este cronista se pone a hablar con una anciana, llamada Lilia, que se jacta de tener asistencia perfecta en la Exposición Rural desde 1966. “Me vengo desde Cañuelas. Hoy traje a mis nietos. Pienso en ellos. Porque los productores agropecuarios somos timberos”.

--¿Cómo es eso?

--Sí, timberos. Apostamos. Cuando invertimos en el campo estamos enterrando plata, esperando poder recuperarla más tarde. Yo quiero que mis nietos saquen más plata de la que yo puse. Por eso tenemos que seguir por este camino.

--Hay gente que tiene otros trabajos y también apuestan al futuro, pero tal vez piensen que con esta política económica sus nietos van a estar peor que ellos…

--¿Vos para dónde trabajás?

--Página/12.

--Uh...

Doña Lilia humedece con saliva el dedo mayor de su mano derecha. Se hace tres señales de la cruz mientras dice estas palabras: “Por la señal, de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro”. Y se va.

Ahora sí, bendecido o exorcizado, no se sabe bien, es el momento indicado para ir a buscar un choripán. Pero fuera de la Rural.