Soñé el texto de “El ankuto pila” una tarde calurosa y me desperté sobresaltado. Confundido aún, busqué un papel y anoté las palabras tal como las recordaba. El relato me había conmovido y quería mantenerme lo más fiel posible al original. No solo pretendía las mismas palabras; el secreto era el orden y la proporción. Palabras aproximadas en otro orden no funcionarían igual. No recordé todo, como suele pasar en estos casos. Tuve que conformarme con algunos fragmentos, que completé lo mejor que pude, y debí inventar otras partes para entramar la acción.

Acaso de una región limítrofe con el sueño provenga “Flores”, el otro relato. Cuando trabajaba como profesor de escuelas secundarias, en un curso falleció un estudiante. Mientras los chicos hacían sus tareas, yo solía pensar en la muerte de aquel joven, en cuáles habrían sido sus deseos y sus miedos. Poco a poco, mis palabras se fueron orientando hacia lo que más tarde resultó el cuento. Hace años, un colega me dijo que había escuchado a algunas personas comentar sobre el fantasma de la Escuela Normal.

Los dos cuentos forman parte del libro Cumbia, publicado en 2003.