El último gesto ascendente del piano detiene el aire hasta que se encuentra con la orquesta para, con tres acordes repetidos, afirmar enérgicamente la llegada. La ejecución termina y sin tiempo para un suspiro la sala explota en una ovación que se prolongará por varios minutos. Martha Argerich acaba de tocar el Concierto para piano nº1 de Piotr Illic Tchaikovsky. Junto a ella, Daniel Barenboim dirigía la West-Eastern Divan Orchestra. Colosal, excelso, sublime, lujoso, caro. Los adjetivos, una vez más, pierden precisión ante esa forma compleja de la belleza. Extraordinario, podría ser uno, acaso el único. El domingo a la tarde, la gran pianista volvió al Centro Cultural Kirchner para ser parte del Festival Barenboim. Su presentación colmó las expectativas del público que llenó el Auditorio Nacional. Unas horas antes, otro público pudo presenciar el ensayo general de manera gratuita.
Hace poco más de una semana, en otra actuación grandiosa, Argerich interpretó el Concierto en La menor de Robert Schumann en el Teatro Colón con otro gran director, Zubin Mehta. La obra de Schumann articula un diálogo entre solista y orquesta que por momentos es casi intimista y ese carácter calzó justo para ese encuentro entre el director y la pianista. El concierto de Tchaikovsky, tal vez más cerca del temperamento de Barenboim, es de un dramatismo vigoroso que se expande. También acá la dupla funcionó de maravillas. Con versatilidad maestra, Argerich supo ser ella misma en dos situaciones diversas, para resolver con absoluta autoridad interpretaciones ejemplares, por musicalidad y carácter.
Sobrio y seguro, Barenboim siguió con cuidado de orfebre cada detalle de la ejecución para logar que los diálogos y contrastes entre solista y orquesta, que respondió con óptimos reflejos, fuesen perfectos. El trabajo de Argerich es inconmensurable. Frunce el ceño, se distiende y hasta parece reírse cuando algo no le sale como espera. Pero ni aun en los pasajes más exigentes sacrifica la naturaleza cantábile de su toque y la pronunciación precisa. Si el extenso y articulado primer movimiento fue un gran momento, superior resultó el paso del Andantino semplice al prestissimo en el segundo movimiento, con la pianista en estado de gracia, fileteando el aire con belleza. El final fue arrollador.
Vestida en blanco y negro, la pollera larga y estampada y el peinado inconcluso, Argerich se levanta, lleva la mano al pecho y agradece, una y otra vez. Es evidente que tanto aplauso la incomoda, pero antes de irse, pide permiso a los anfitriones –los muchachos de la orquesta–, y regala otro momento, tan inesperado como maravilloso: un lied de Schumann, “Wigmund”, en la versión para piano del inefable Franz Liszt.
El programa comenzó con la Sinfonía en Si menor nº8, conocida como “Inconclusa”, de Franz Schubert. Articulada en dos movimientos, sin los hipotéticos “Scherzo” y “Final”, la sinfonía es una de las obras más complejas del compositor vienés. Lejos del candor y del sosiego, el inspirado esmero melódico se expande por las distintas secciones de la orquesta, en particular las maderas, hacia momentos de verdadero dramatismo. La ejecución de la orquesta resultó equilibrada y correcta.
Hace ya veinte años que Barenboim y el filósofo Edward Said crearon la West-Eastern Divan Orchestra, nombre derivado de la antología de Goethe, inspirada en el poeta persa Hafez de Chiraz. La idea de convocar a jóvenes músicos de Israel, Palestina y otros países árabes de Medio Oriente para promover la tolerancia, la convivencia y el diálogo intercultural, ha dado frutos artísticos sorprendentes. Uno de ellos llegó al final del programa, con la ejecución de Concierto para orquesta, de Witold Lutoslawski, una de las obras “diferentes” del festival.
En general la obra del compositor polaco es uno de los buenos ejemplos de lucidez estructural al servicio de la espontaneidad. Terminado en 1954, el Concierto para Orquesta se articula sobre temas folklóricos muy mediados por el trabajo instrumental. Con contraposiciones de bloque sonoros y la gran variedad de matices que puede haber entre lo mucho y lo poco y lo lleno y lo vacío, la obra explota al máximo los recursos de la orquesta, en su conjunto y en sus individualidades. Barenboim dirigió con la partitura y logró una versión clara, brillante y puntual, con una orquesta a la altura de sus ideas.
El Festival Barenboim continuará este martes con Argerich, el mismo Barenboim y algunos solistas de la WEDO y tendrá su conclusión miércoles y jueves con la violinista Anne-Sophie Mutter, que interpretará el concierto de Jean Sibelius.