A comienzos del año pasado, la banda uruguaya Hablan Por La Espalda estaba diezmada. Las fricciones internas habían dejado afuera a cuatro de los siete miembros. Después de más de veinte años y cuatro discos, que los llevaron de ser el primer exponente del hardcore charrúa a una banda multifacética que creció en convocatoria mezclándole candombe y psicodelia, estaban al borde de la disolución. Y el único camino que encontraron para seguir adelante fue mirar hacia atrás.
La reciente salida de su disco Afuera –que ya presentaron a sala llena en La Trastienda de Montevideo y el Salón Pueyrredón en Buenos Aires–, los puso otra vez dentro del radar del punk estridente que cultivaron en sus inicios. Sin percusión y sin teclados, la rabia vuelve a estar por delante, pero ahora teñida por las sutilezas y esa atmosfera lisérgica que se trajeron de sus viajes por lejanos territorios musicales.
“Nos volvimos a armar con una estructura clásica de rocanrol, con guitarras al frente. Fue una decisión estética de volver a los inicios. ¿Qué temas nos están hablando en esto que nos pasa ahora? ¿Necesitan otros instrumentos? No. Entonces vamos para adelante”, dice Fermín Solana, cantante y líder de Hablan Por La Espalda. “A su vez, traíamos encima todas las cuestiones musicales que aparecieron en el medio de la historia de la banda, cuando ya estaba todo permitido. Somos una banda con muchas vidas. Sin miedo ni pudor de volver a transformarse”.
Entre todas esas vidas, lo que se esconde es una tensión constante con su tierra de origen. “Hablan Por La Espalda es una banda que en un sentido era y en otro no era de Uruguay. Al principio salíamos de gira por Europa, la Argentina, y en Uruguay no teníamos ni discos editados, la prensa nos ignoraba. Íbamos por un camino que allá no existía”, recuerda Solana. La explosión interna, que los llevó a ganar en 2016 el premio Graffiti al “Álbum del año” por su disco Sangre, llegó cuando esas raíces musicales se infiltraron en sus instrumentos. “Hubo un momento en el que nos reconocimos uruguayos, para bien. Antes lo rechazábamos por rebeldes. Por odiar al lugar donde vivís, algo bien punk. Vas contra todo lo que te rodea. A mí, el candombe me parecía vulgar, yo escuchaba Rancid. Hasta que empecé a apreciar que ahí hay cosas más profundas”.
La mezcla de sonidos que se les impuso de forma instintiva es la que termina por ordenar el potente y exótico recorrido de Afuera. Diez canciones pergeñadas por una banda que desde el fondo construye climas densos y sombríos –que viajan desde el blues hasta la neo psicodelia y el dub– para hacerlos estrellarse con el pulso hipnótico y el brillo cristalino de los riffs de sus guitarras. “Nos gusta trastocar las mentes. Si la música no te pega como una droga, no sirve para nada. Es necesario que te haga sentir algo fuerte, algo que te mueva”, asegura Solana sobre la búsqueda en torno a este nuevo disco.
Un álbum que tiene en su genésis en el paso de la banda por el festival South by Southwest en Austin, Texas, en donde tocaron después de ganar una convocatoria realizada por el Ministerio de Cultura de Uruguay. “Ahí estuvieron Foo Fighters y Snoop Dog en un boliche para 100 personas. Fue una demencia la cantidad de música contemporánea que conocimos, bandas que venían hasta del desierto africano. Quisimos que llegue esa sensación que nos llegó de volarnos la cabeza. En este disco ordenamos las canciones de un modo tal para que lo que se produzca sea una especie de trance, que cuando lo escuches entres en un viaje”.
-¿Esa fue también la búsqueda de la banda en sus inicios?
-Cuando empezamos, hacíamos música estrictamente para mandar un mensaje. La música la entendíamos como una herramienta política. Un camino para poder decir "el machismo es fascismo", "comer carne es una mierda". No sabíamos tocar, pero pensábamos que podíamos transmitir esas ideas, que para nosotros era lo más importante. Con el tiempo fuimos incorporando otras maneras de decir lo mismo. No cambiaron nuestros valores en relación a las libertades individuales. Para nosotros la música es liberación. Sigue siendo lo mismo, pero dicho y transmitido de otra manera.
-¿Con qué cuestiones tuvo que ver ese cambio?
-La música es lo que somos. Pero, para decir lo que sos a través de la música, tenés que aprender a escribir, a tocar, a cantar. Para decir "esto soy yo" y hacerte cargo, tenés que subirte al escenario y poder representarlo. Hay un momento de ese proceso en el que dejás de pensar a la música adentro de un género. No te importa si es hardcore, punk, emo, rocksteady, reggae o lo que sea. Vas atrás de la música. Hubo un quiebre en la banda que fue el disco Macumba (2009). Ahí nos colgamos con la música de los '60 de nuestro país. Y fue por un gusto propio 100%, no para complacer a nadie. Llega un punto en que realmente no te importa que a nadie le guste la banda. Creemos mucho en nuestro criterio. Son veintidós años de puro aprendizaje para entender quién sos. Este disco es como una cédula de identidad.
-Esa búsqueda de una identidad propia dentro del universo del rock, hoy parece haber virado en Latinoamérica hacia el rap. Ustedes tienen algo de esos dos universos. ¿Cómo analizan ese proceso?
-Ahora hay una moda del hip hop. El rock es retro ahora (risas). Y el rock tiene que pensar por qué está pasando eso. Si las camadas de gente joven no se están identificando con tu música y tu mensaje, capaz que es hora de reveer la posición del rockero, que tiene una mirada medio resentida de "nah, ahora escuchan trap y es una mierda". Y capaz esa música está comunicando mejor que vos. No es que a los pibes no les gustan las guitarras. Se trata de cómo estás diciendo las cosas, qué estás diciendo. Nosotros hicimos un disco con el que quisimos hablarle a todo el mundo. Los rockeros me chupan un huevo. Cuando escribo letras o hago música, es para todos a los que puedo llegar. El rock tiene sesenta años y se celebra a sí mismo tocando discos enteros. Tiene que buscar otra manera de decir cosas nuevas, buscar de nuevo en la experimentación. El trap y el hip hop se están reinventando ahora, por eso está tan vivos. El rock está a punto caramelo para quedar en el lugar que hoy tiene el tango.