No siempre en literatura los sentimientos nostálgicos encuentran tan buen cauce como en Fuimos, novela de Daniel Tevini (Buenos Aires, 1962) protagonizada por un adolescente homosexual en tiempos de la última dictadura en la Argentina. Desde el comienzo, el narrador marca el tono de lo que será una historia de amor clandestino, determinada por “razones” de familia y un contexto social sombrío. “Mi padre no era homofóbico, sólo hablaba de crímenes pasionales, se preocupaba por mi integridad o por mi vida y eso no estaba mal”, medita Damián ante un misterioso gesto de acercamiento paterno. En la novela (como en la vida cotidiana durante esos años), las acciones tenían fondo y superficie.

Igual que en los folletines, género al que la novela rinde homenaje en su modo astuto de proveer información y enriquecer el relato con episodios complementarios, el suspenso gobierna la trama. A partir de la llegada de una carta a la casa de veraneo de la familia de Damián en Mar del Plata, en 1981, la narración se pliega en dos tiempos.

Mientras cursa la escuela primaria en los años 70, y en soledad, el niño homosexual que es Damián hace sus propias conjeturas para explicar la atracción que siente por imágenes de machos en pósteres, películas y revistas: “Había construido en mi cabeza toda una teoría y estaba convencido de ella: a los hombres les gustaban los otros hombres y eso se notaba en la camaradería que rodeaba a un partido de truco o la adrenalina compartida en una cancha de fútbol”. A esas reflexiones las mece cierto terror establecido por las burlas, la condena y la mirada ajena. Por su bien, intuye que no debe transformarse en una mariquita (al menos no todavía). “No quería ser un comilón, un mariquita. Pero las palabras se me atragantaban como a un tragasables, apenas podía respirar”. Ambientada en una época de asfixia, Fuimos es una novela de iniciación tanto al léxico de la cultura dominante como al despertar sexual de un grupo de amigos. En cierto sentido, lo que salva a los personajes es lo mismo que los pone en riesgo. La juventud, la inexperiencia y el desconcierto guían sus pasos por La Paternal, Flores y el centro de la ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, cuando el amor llega, lo hace rápidamente, y cambia para siempre la vida del protagonista. “Poco a poco comenzaste a ocupar los casilleros libres de mi vida, aquellos que no estaban dominados por mi familia, ni por compañeros. Lo que más me apabullaba era que se diera de un modo tan natural, sin despertar sospechas”, recuerda Damián. La novela vuelve al pasado como si este aún ocultara un enigma y pudiera responder. ¿Por qué ciertas formas de amar, así como canciones, lecturas e ideologías, estaban prohibidas? Incluso con su humor contenido y la dulzura en el modo de narrar aventuras, rituales y desencuentros en una Buenos Aires perdida, la novela de Tevini (que va por su cuarta reimpresión y probablemente sea llevada al cine) se asemeja a un réquiem por las ilusiones archivadas en esas preguntas.

¿Cómo surgió la novela y cuánto tiene de autobiográfica? ¿Cambió el proyecto desde la idea hasta la escritura?

Recuerdo que salía de terapia; había contado parte de la historia de Fuimos, es decir, la historia verdadera, y me pregunté para qué la habría vivido. La respuesta a esa pregunta fue como una epifanía: “Quizás, para escribirla”. Enseguida surgieron en mi cabeza las primeras palabras con la que arranca el libro: “Mi padre no era homofóbico, sólo hablaba de crímenes pasionales…”. Comencé a trabajar la novela y fui descubriendo que no me interesaba tanto ser fiel a los hechos, sino construir una historia que fuera verosímil. En esa primera frase, además, ya estaba contenido el tono de “thriller sentimental” que después terminaría apropiándose de la novela.

¿Cómo compusiste el retrato de los personajes y sobre todo el de la época en la que transcurren los hechos?

Principalmente sobre la base de mi memoria, en cómo había vivido ese adolescente que fui en la dictadura, pero también tomando prestado el recuerdo de otros. Tuve que investigar cosas muy puntuales: recurrir, por ejemplo, a fotos de época para saber dónde estaba ubicado un teléfono público en la rambla marplatense o saber exactamente qué tipo de publicaciones y revistas solían leerse durante esos veraneos. Personajes, como el del tío Andrés, fueron trabajados en base a algunos sujetos bastante turbios que conocí en ese momento; recuerdo a un librero que hablaba de Lovecraft y reivindicaba la represión siempre entre susurros.

Instituciones como la escuela y la familia tienen un peso importante para los protagonistas, ¿tus familiares leyeron la novela?

Parte de mi familia la leyó y me sorprendió enterarme de que, en algunos casos, guardaban una versión diferente: la historia de amor entre esos dos adolescentes varones no había existido para ellos. Habían construido relatos alternativos, quizá para autocensurarse o para sobrevivir al escándalo que suponía tolerar la existencia de un adolescente gay en el seno de una familia de clase media durante el Proceso. En ese sentido es un ajuste de cuentas con la época pero también un homenaje a las formas mudas y peligrosas en las que se jugaban esos amores clandestinos.

¿Se puede decir que tu novela se inscribe en el mapa de la literatura gay local?

Sí, desde el momento en el que trata el descubrimiento de una identidad sexual que hoy llamaríamos gay –en esa época sólo había términos clínicos o peyorativos para autodefinirse– y de su puesta en escena en un momento histórico adverso. También por su apuesta reivindicativa: no se trata ya de la historia trágica que acabará de la forma más terrible o, en el peor de los casos, en una especie de acto de justicia moral, sino de una historia de amor que en su derrotero, va a rescatar la autenticidad de esos sentimientos. Una historia de amor que, aunque no vaya a terminar bien como tantas otras, sin embargo, elegirá celebrarse a sí misma y en ese sentido, volverse más universal.

Si tuvieras que escribir una novela con protagonistas adolescentes ambientada en el presente, ¿cuáles serían los ejes de la historia?

Creo que deberían ser otros, hoy los adolescentes viven la sexualidad de otra manera; están más interesados en el redescubrimiento de lo íntimo y no tanto en la ruptura con los viejos moldes sociales. Me parece que con la naturalización de la cuestión gay se perdió algo de esa rebeldía social que la caracterizaba y dio una cultura más autoerógena y si se quiere onanista, más anclada en el reconocimiento del propio cuerpo que en el ajeno, una cultura de la selfie.

¿En qué trabajás actualmente?

En dos proyectos: con Julián López, una novela en forma de biografía que juega a cuestionar al género en sí hasta llevarlo a los límites de lo inverosímil y que se basa en la figura de Maurice Ravel; y en un libro de cuentos, con Alejandra Zina. En ambos aparece la cuestión gay pero de forma tangencial, relegada a un segundo plano. A partir de la escritura de Fuimos, siento que no me interesa tanto presentar el universo gay de manera excluyente sino como algo que convive junto a otros universos.

Fuimos

Daniel Tevini

Conejos

250 páginas