Para Gabi

 

Yo iba por primera vez en una ruta por La Rioja, en Argentina. Nunca antes. Manejaba Gabi. Tendría que decir "íbamos" por una ruta pero no sería exacto pues habitábamos dos escenas diferentes, aunque parecíamos compartir la misma en el viaje. Veía a Gabi de costado -desde la perspectiva sesgada del copiloto- aferrada con una mano tranquila al volante y aferrada con la otra mano fanática a una especie de Google map o flecha de hermosa luz azul sobre el plano móvil en su teléfono iluminado por la mecánica de nuestra propia marcha. Gabi agarrada a sofisticados instrumentos como los primeros marinos se habrán aferrado a sus brújulas sencillas, al compás y al telescopio. Como Magallanes cruzando el Estrecho, Gabi en el desierto riojano. Su inclaudicable fe en el instrumento técnico orientador en el espacio le permitía prescindir de las vacilaciones inciertas en las opiniones del copiloto que intuye, se adelanta, se distrae, duda y corre más riesgos sobre mapas de papel abreviados por las oficinas de Turismo que sobre la ruta misma. El desdén de Gabi por el aporte del copiloto no podía ofenderme. Su pasión orientadora de Estrella del Norte me enternecía en la bóveda celeste enmarcada por el parabrisas del auto.

Su teléfono encendía rutas que se parecían mucho en el dibujo a constelaciones astronómicas o a las vistas de una ciudad desde el avión aterrizando en la noche. Proyectadas a plano cibernético eran las bóvedas celestes acuáticas de Magallanes queriendo orientarse en la semi-esfera del mundo marítimo.

Magallanes fue quien nos enseñó que orientarse es primero situar el lugar donde uno está. Para avanzar en lo desconocido es necesario saber la posición de la nave.

El viajero marino, oscilante en un mundo en continuo movimiento y envuelto por la semi-esfera del horizonte, debe ubicar en primer lugar dónde está su nave. Gabi repetía: "La flecha señala el lugar donde estamos".  Y me forcejeaba el teléfono cuando yo quería tomarlo para sentir en el poder de mis propias manos la brújula. Piloto y copiloto entraban en mínimas pulseadas de tanta desorientación que anhela orientarse. Poníamos en riesgo el equilibrio del volante o timón.

Sin previo aviso ni intento imaginativo, me volvió el ánimo conmocionado de Magallanes buscando un paso por primera vez en el mundo nunca antes transitado. Su propio paso. El que llevaría su nombre. Su apuesta loca a que algo que nunca había sido ni visto ni transitado existiera. Y encima ese paso de él confirmaría la redondez del mundo antes fantaseada, al convertir la semi esfera que ve la mirada marina, en una circunnavegación completa de la esfera terrestre, pero sólo saliendo de esta mirada por su osadía.

Gabi había dicho que "circunvalaríamos la ciudad de Córdoba".

El tiempo raro de conjugación del sustantivo "circunvalación" fue así la llave de paso al recuerdo de mi viaje a Punta Arenas, en Chile. No fue mi imaginación desbordada por el temor a perdernos.

Magallanes logró pasar del mundo imaginario que crea la mirada al mundo real por la acción de situar un punto de partida para transitarlo: su desesperación deseante por situar la propia posición de su nave, pero en un mar de paso desde un mundo a otro.

Sólo quien pasa por lo que no existe, alcanza lo que existirá.

Quizás por eso tantas veces la frecuente e inquietante sensación tan humana de no existir es, sencilla y contrariamente, no haberse animado realmente a pasar por algo que no existe.  

margascotta@gmail.com