El segundo libro de Emilio Jurado Naón, busca lo que pocos se imaginaron alguna vez: una suerte de cuasi-autobiografía de Sarmiento, escrita más bien, siguiendo el flujo de su conciencia, sin filtros, claro, la conciencia aglutinada del sanjuanino al borde de la locura. Lascivo, políticamente incorrecto, inmoral hasta el retruécano. Como es de esperar, una propuesta semejante evade casi todos los argumentos posibles (de hecho, Sanmierto es una colección de capítulos que operan más como viñetas aisladas, que como una obra episódica). Esta “nouvelle”, intensamente escrita, narrada en primerísima persona, podría sumarse a una serie de libros publicados en la última década, donde se busca reestructurar los modos de lectura de nuestro pasado literario. El resultado es todo un hallazgo, ya que pone de manifiesto una escritura atípica, provocadora y audazmente superadora de los dictámenes del gusto epocal , en la medida en que se genera un franco ejercicio de la libertad y exploración lúcida de las potencialidades del idioma de los argentinos. Uno que continúa haciéndose a diario, desde aquel lejano y distante 1810. Por otra parte, la cuota experimental aquí es relevante, y en absoluto accidental: cada palabra posee su peso específico de figuración, su razón de estar en la página.
Al (¿simular?) parcialmente el estilo histriónico de Facundo y Recuerdos de provincia, Jurado Naón alcanza a expandir el arsenal lingüístico de Sarmiento, dislocando a nuestro prócer decimonónico, en una serie de situaciones notablemente intrigantes. El lector lo encontrará ya exiliado, en un calabozo envuelto en una orgía de niñas púberes; en Santiago de Chile manteniendo conversaciones tan irrisorias como delirantescon un imprentero y en una sala de operaciones, entre algunas otras bizarras circunstancias. La galería de personajes es, asimismo, inolvidable: Don Antonio Jacobo, el Dr. Villegas (quien muere fusilado “por haber sacado del banco dos millones de pesos con una orden que firmara Rosas”); el Dr. Tamini quien ingresa de cuerpo entero en el ombligo del Comandante Sandes, con el fin de extraer una camiseta de la herida. Antológica resulta la secuencia, cuando en un rapto de ¿delirio?, Sarmiento se abre su propio cráneo con un cortaplumas para descuajar cerebro y cerebelo, y así “sumergirlos en una pecera de desbordante vinagre”.
El desplazamiento físico-temporal entre cada capítulo y episodio es evidente, haciendo que el ritmo se revele en el estilo enfático, por momentos caricaturesco, panfletario, que se cristaliza en cada peripecia. De este modo, recurre a un arsenal de metáforas vetustas que vueltas en uso, curioso, otorga otro ritmo de significantes. Aquí un ejemplo: “Me miro las uñas crecidas de más y no puedo contener una lágrima que recorre los valles de mi gesto oblongo”, o bien: “el libro aplaude su exhausto oleaje sobre la orilla”; “tamborileó el brazo” . Allí su originalidad, un chocante y pulposo (por no decir aparatoso) fraseo barroco que audazmente propone la dificultad del lenguaje literario como valor estético. Pues hay una verdadera puesta en marcha por hacer de su escritura, un espacio donde desplegar parte de la riqueza de nuestro idioma, de donde resulta una textualidad que obliga al lector a recurrir con frecuencia al auxilio del diccionario (“maloquero”, “grupejo”, etc.).
Sanmierto no es sólo una sátira ampulosa. Es mucho más, claro. Ante todo (y sobre todo), una inercia imaginativa excesiva, acumulativa con la que avanza página tras página. De un opulento barroco, dijimos, deformante, que se hace sólo al andar. Contraria a la obviedad de las novelas históricas convencionales, su prosa autorreflexiva es constante; elástica, enfrenta duelos semánticos, para percibir la literatura, por momentos, como un objeto sin objetivo. Una interpretación de la realidad o una hipótesis imaginativa sobre el lenguaje.
Jurado Naón tiene un oído muy atento a las exigencias de la legua. El ritmo, el fraseo de su prosa verbosa, nos recuerda que no se trata de una coincidencia el hecho que sea uno de los editores de la revista de poesía Rapallo, publicación en papel, que se especializa en la difusión de poemas y ensayos contemporáneos, ofreciendo un lugar relevante a la traducción, la crítica y la entrevista.
Por eso, resulta casi natural que la lengua sea, insistimos, la verdadera protagonista de este notable libro. La lengua sarmientina, claro, que se expande, recorriendo todo un arco de combinaciones especulares posibles: desde lo sublime a lo sórdido. César Aira alguna vez afirmó que no importan tanto los libros, sino los procedimientos con que éstos están escritos. Este libro lo ratifica. Podría haberse extendido infinitamente sin perder vigor ni frescura anecdótica. La rigurosa edición incluye una serie de fotografías e ilustraciones de época que ayudan a visibilizar mejor ciertos rasgos estéticos del programa que intenta sobrellevar Jurado Naón. El epílogo del libro (“Quinta carta quillotana”, escrita por Juan Bautista Alberdi), podría haberse reducido, acaso, por ser demasiado explicativa. Un ejercicio de iconoclasia para lectores que gustan internarse en las “catacumbas ponzoñosas de la voz sarmientina”.