Debut y despedida. Quizás a ella le hubiera causado gracia esa frase. Adriana Carmen Vignoli (1966-2013), más conocida como Lardi o L'ardi, tiene libro propio. Publicado en Rosario por el sello Casagrande, su Refranero Lardiano. Textos sin editar de Adriana Vignoli fue posible gracias a un esfuerzo conjunto de fieles amigas, amigos y familiares.

El libro, que reúne una vivaz miscelánea de sus textos sueltos y que lleva en la portada una versión en negativo de su grácil caligrafía, se presentó el jueves pasado (con lunch) en el Centro Cultural Atlas.

A diferencia de lo acostumbrado en este tipo de eventos, la presentación fue un encuentro cálido y emocionante. La hermana menor de la autora, María Marta Vignoli de Bertone, leyó un texto impecable en su memoria y dio paso a la ronda de amistades que leían pasajes del libro o traían algún recuerdo entrañable. El célebre músico Eduardo Vignoli, hermano de Adriana, interpretó un set de tres temas (dos propios y uno de Kurt Weil) con un sólido trío integrado por él en el teclado, Lara Sesso en saxo barítono y Pablo Tendela en serrucho. Sí, serrucho. La humilde herramienta de carpintería, al ser tocada con un arco de violín, emitía un sonido semejante a una voz humana; sonaba como un grito que parecía provenir de otro mundo.

"Su vida fue una búsqueda desesperada para salir sin miedo", empezó y empieza diciendo la prologuista, Alicia González Saibene, elegida por el equipo de editoras para ese rol por ser la amiga más antigua de quien ya entonces, terminando la escuela secundaria, firmaba "Lardi".

El libro contiene fragmentos de una carta y de un diario, un cuento, poemas, un muy recomendable ensayo crítico y afectivo sobre una retrospectiva del escultor Rubén Baldemar, experimentos literarios humorísticos, confesiones diversas y lúcidas anotaciones de conceptos estéticos para la didáctica del arte. Aún en los tramos más teóricos se expresa siempre una potente primera persona del singular. El volumen se cierra, a modo de epílogo, con un poema elegiaco que le escribió Reynaldo Sietecase. La prosa de Lardi es certera, aguda, dinámica, llena de verbos y de impulsos a la acción, y deliciosamente rica en humor, ingenio o esa chispa que Oscar Wilde llamaba "wit". También se carga a veces de un dramatismo intenso y sin filtro. Siendo una escenógrafa reconocida en el ambiente rosarino del teatro independiente y la danza contemporánea, con importantes trabajos para Rody Bertol y Cristina Prates, docente de nivel terciario en la Escuela Provincial de Teatro y docente universitaria de Escultura en la Escuela de Bellas Artes de la UNR, y escultora (o experta en construcción de "objetos inútiles", como ella dijo), ¿cómo es que (a excepción de una reseña en Rosario/12 sobre una muestra de Silvia Armentano, hoy una de las editoras del libro) no publicó casi nada?

La respuesta habrá que a medias inventarla y a medias leerla entre estas pocas líneas que ya no están atrapadas en cajas o cajones de amistades o familiares. Adriana Vignoli Blotta escribió, al parecer, al modo del género epistolar. Cada uno de estos textos suyos parece haber estado dirigido a un lector o lectora o grupo de lectores definido. Si llegaba a destino: ¿misión cumplida? "Ella se quedó anhelando la fama que le fue tan esquiva", prologa su amiga Alicia.

Pero al leerla, surge junto a la empatía la pregunta: ¿quién esquivó a quién? ¿Qué oscura maldición ató su destino al del otro escultor de la familia, su incomprendido abuelo materno Erminio, o Herminio? ¿No será, por el contrario, el extremo carácter lúdico de su obra, su impulso de parodia y de juego, su radical falta de fe en cualquier dispositivo consagratorio, la lúcida conciencia que tenía sobre lo artificial y hasta ridículo del sistema del arte instituido lo que la destituía (incluso a su pesar) del sistema "obra"? Lardi produjo (antes que nada y además de algunos perdurables objetos artísticos, y otros escénicos lamentablemente efímeros) líneas de fuga hacia lo abierto y libre. Al leerla es posible revivir su risa: una risa esencial, demoledora, tan profunda y masiva como lo era su llanto (y a esto lo escribe alguien que oyó ambos casi desde que ella nació).

"Espléndidos como dos reinas de ajedrez sinuosas solíamos reír", le escribe a su amigo y colega Rubén Baldemar, ido también con cuarenta y pico, ausente con aviso de su propia muestra homenaje de 2009 en el Castagnino como lo está ella de su propia publicación. Furiosa porque el museo no la deja tocar las obras, cronista del giro autobiográfico antes que cualquiera, sufre porque el límite de la muerte del otro le impide "Volver a regalarle a Rubén el espejo de tres cuerpos con bisagra para que coloque en su baño, volver a sacar el Chandon de la heladera y celebrar la ceremonia del descorche". (Al revisar una reseña publicada en este mismo diario, salta que había, en aquella exposición de Baldemar, una Anunciación, segunda parte: el festejo). Algo relevante para la cronista "lardiana", mucho más sentida y ya no más inédita, era que no había forma de "volver a compartir el ritual de la salida nocturna, el humor ácido, la crítica aguda, el sarcasmo irónico". "Tal vez, convendría entablar un diálogo con aquellas críticas que ya han publicado sus reseñas mediáticas", gruñe más adelante, en un plural de diálogo de western spaghetti. ¿Cómo no lo hizo? Hubiera sido una publicación brillante, con esa tensión fuerte entre el yo íntimo del duelo y el semblante del saber sobre el arte.

"Ni que duela ni que deje de doler", escribe en un poema elegiaco de 2007 cuyo título trae un ingenioso anagrama: El padre y la pared. Se lo escribe, diez años después de perderlo, a un padre amoroso pero distante que pasó para ella "sin golpes, sin rasguños, sin rastro. Tampoco caricia". Adriana también se divertía, y mucho. Se ríe aún de todos los refranes del habla popular y hasta del mismo diablo, quien: "nunca se quemó con leche… porque cuando ve una vaca no llora, hace un asado". Y su único cuento en el libro, otro escrito que subvierte hermosamente el género de donde se desenmarca, termina así: "Cuando la Rusa fue a buscar a la Niña no pasó nada. Sólo el desencuentro".