Rodada en 2011 y paralizada durante años por problemas de producción ligados a los segmentos de animación –que la recorren de principio a fin, interactuando con los intérpretes de carne y hueso–, Cara Sucia, con la magia de la naturaleza, se presenta como el primer largometraje infantil producido íntegramente en la provincia de Misiones, aunque con aportes suizos y españoles (por ahí andan dando vueltas un par de personajes andaluces, cortesía de las obligaciones contractuales). Como suele ocurrir en muchos casos, las intenciones son buenas. Las mejores, incluso, teniendo en cuenta el preponderante mensaje ecologista. La protagonista es Mariel (Isabella Caminos Bragatto), una chica inquieta, sensible e inteligente nacida con un par de marcas de nacimiento en el rostro, origen de su particular apodo. Viviendo, como lo hace, cerca de los límites de la selva misionera, es consciente del delicado equilibrio de la naturaleza y es por ello por lo que ha desarrollado precozmente un compromiso serio con el medio ambiente.
A poco de comenzada la historia, Mariel también caerá en la cuenta de que el poder del dinero es capaz de atropellar con sus topadoras los árboles más longevos, incluso aquellos que están protegidos por las leyes. La malvada titular –la “bruja”, como comenzarán a llamarla sin remilgos– es una despiadada empresaria interpretada por Laura Novoa, suerte de Cruella de Vil local emperifollada en trajes de Miuki Madelaire, reina de los sobornos y las dádivas con cláusula secreta, personaje esperpéntico que se choca de frente con la construcción bastante menos caricaturesca del resto de los personajes. Estos incluyen a un grupo de chicos y chicas transformados por las circunstancias en grupo de resistencia, un anciano que parece estar en contacto directo con las fuerzas espirituales de la selva –cruza de sabio y chamán de pueblo– y la empleada de un hotel boutique en el cual transcurre parte del relato.
En el departamento animado, los seres –que cobran vida gracias a algún extraño conjuro ligado al candor de los niños– pertenecen a una raza híbrida entre el mundo animal y el humano, criaturas con algo de mitológico comandadas energéticamente desde la distancia por el Mono Vivaldi, caracterizado con la voz siempre profunda de Rubén Rada. Ya la secuencia de títulos anticipa que las ambiciones no están a la altura de lo deseado. La necesidad de crear los dibujos a partir del diseño hiperrealista del cine de animación mainstream contemporáneo atenta contra el tono de fábula buscado: la técnica y la tecnología son insuficientes, y la posibilidad del encanto se rompe casi desde la primera escena. Tal vez la situación hubiera sido otra si el estilo de animación hubiera buceado en búsquedas más poéticas, menos obsesionadas en seguirle el juego a las producciones multimillonarias. Cuando, sobre el final, un grupo de ambientalistas llega a bordo de dos helicópteros, lanzándose en sogas como un grupo militar comando, resulta claro que en Cara Sucia cualquier cosa es posible.