Podría pensarse que en Hombres de piel dura, su nueva película, José Celestino Campusano vuelve sobre el terreno de su film consagratorio, Vil romance (2008), pero narrando ahora desde el contracampo. Esto es, desde el lugar del chico gay, que allí ocupaba un rol secundario. Desde ya que no se trata de la misma historia, ni siquiera de personajes semejantes o el mismo ambiente. Mientras que el opus 2 de Campusano, asentado en el conurbano y protagonizado por un veterano metalero, se veía habitado por una fauna marcada por la violencia, quince películas más tarde el cineasta de Berazategui continúa aventurándose por fuera de su zona de confort, ubicando su nueva historia en la zona de Marcos Paz, en plena pampa, con un cura en lugar de aquel heavy. Así como antes abordó (o intentó abordar, según el caso) la violencia doméstica, la autodefensa femenina, los ajustes de cuentas entre “pesados” y la corrupción de clase alta, Campusano encara ahora el tema del abuso por parte de miembros de la Iglesia católica. Como en casos anteriores, no lo hace tanto para denunciar como para pensar en aquello que muchos no se atreven ni a nombrar.
Pero el cura abusador no es el protagonista de Hombres de piel dura, sino algo así como una plataforma de lanzamiento para que el verdadero protagonista, un adolescente gay, inicie una vida sexual más próxima a sus deseos. El campo de los chacareros no es, con sus tareas pesadas, el clima asfixiante en el que todo se sabe y los hombres de piel dura a los que el título alude, el lugar más amigable para que Ariel (Wall Javier) pueda desarrollar libremente su sexualidad no tradicional. El comienzo de la historia lo muestra enganchado con el padre Omar (Germán Tarantino), el sacerdote que abusó de él y a quien él paradójicamente acosa, tal vez por ser el único objeto de deseo a mano. Cuando Ariel comience a diversificar la oferta amorosa, estará en condiciones de dejar atrás esa relación de abuso, a la vez que mantiene una tensa relación con su padre, que a los hijos los prefiere machos.
Campusano también diversifica el relato, como suele hacerlo, abriendo líneas narrativas: la amistad del cura con un colega que es como un espejo culposo, un viaje sexual emprendido por el propio Omar con varios peones de la zona, una chica promiscua que el padre le presenta al protagonista. También, como de costumbre, más de un diálogo suena tan forzado como recitado, aunque a diferencia de las películas más fallidas esta vez no todas las actuaciones semejan estatuas parlantes. El protagonista está bien y más aún la actriz que hace de su hermana (Camila Diez), que da toda la sensación de tener experiencia previa. Desde hace rato que el cineasta de Fango y Vikingo viene puliendo su estilo visual, aunque es tema de discusión que esto sea preferible a la muy expresiva tosquedad de las primeras películas. A Campusano se lo nota entusiasmado con los movimientos de cámara, incluso cuando estos resultan tan estentóreos como poco explicables. Como un impresionante travelling cenital ascendente, que finalmente no muestra nada.