La celebración de San Cayetano, en especial el 7 de agosto de cada año, pero también los días 7 de cada mes, constituye en Argentina un hecho socioreligioso, político-cultural. Un acontecimiento que, si bien reúne en torno a una devoción contenida dentro de la religiosidad popular católica, desborda los límites del catolicismo y convoca a muchas otras personas, creyentes o no, alrededor de un lema siempre presente en la vida cotidiana, en particular de los más pobres: paz, pan y trabajo. Para agradecer quienes lo tienen y para rogar la intercesión del santo aquellos que lo están necesitando. La escena se complejiza por la diversidad de los actores que van desde los devotos a título individual, hasta las comunidades organizadas, las parroquias, los grupos, pero también las organizaciones sociales, los movimientos populares y políticos. Todos confluyen en San Cayetano, en el barrio de Liniers en Buenos Aires y en muchos otros templos del país que también invocan al santo.
“San Cayetano, varón de Dios, sacerdote, hombre que nació en una cuna noble y sin embargo encontró al Señor, se convirtió a Él y fue un sacerdote ejemplar. Ejemplar por sus virtudes y un gran apóstol y un hombre que se preocupó por el cuidado de los más necesitados y los más pobres”, recordó en Rosario el obispo Eduardo Martín, a propósito de la conmemoración.
Mientras tanto, en el santuario ubicado en el barrio de Liniers, apenas pasada la medianoche, el obispo auxiliar de Buenos Aires, Juan Carlos Ares, abrió las puertas del templo acompañado por el tañido de las campanas. En ese mismo momento bendijo a los peregrinos, algunos de los cuales hacían cola para ingresar a la iglesia acampando desde días antes en las cercanías. Durante todo el día los sacerdotes repitieron el mismo gesto de bendición mientras la fila avanzaba hasta alcanzar la imagen de San Cayetano y depositar su donación en alimentos y vestimenta.
A pocas cuadras, el hecho religioso se transformó en político social, y largas columnas de los movimientos sociales, con la misma consigna de "paz, pan y trabajo", partieron con destino al centro de la ciudad, reclamando mejores condiciones de vida.
Hay quienes van indefectiblemente todos los años a San Cayetano. Pero cuando la crisis, en particular la falta de trabajo, se agudiza, la multitud aumenta. Lo dicen los sacerdotes que atienden el santuario. "La asistencia se convierte en un termómetro muy elocuente de la situación social", reafirman cada vez que se los consulta.
Desde Rosario, el obispo Martín dijo a través de un video dirigido a sus fieles que “trabajo sin pan es explotación, pero pan sin trabajo es humillación”. Y recordó que “en nuestra Patria, se ha desarrollado de un modo único el culto y la devoción a San Cayetano, vinculado justamente con dos temas fundamentales para la vida del hombre: el pan y el trabajo”.
En Buenos Aires, el cardenal Mario Poli prefirió resaltar que “hace bien a los ojos ver que tantas familias traen a sus hijos, ya pequeños, muchos en los brazos de sus padres, para que vivan esta manifestación religiosa, aunque quieran explicarla por razones sociales o económicas”. Y agregó que “la imagen del santito, donde se reflejan tus anhelos y esperanzas, es testigo silencioso de muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar". Y "ustedes saben de qué les hablo”, dijo el obispo dirigiéndose a la multitud que seguía desfilando por el templo.
En su homilía el cardenal porteño aseguró también que "a este santuario vienen porque es la fe lo que los mueve y el deseo de pan, paz, trabajo, unidad para nuestra familias y de todos los argentinos" y porque saben que "cuando se cierran todas las puertas, siempre encontrarás abiertas las del santuario del santo del pan y del trabajo".
Casi 37 años atrás, un 7 de noviembre de 1981, una multitud encabezada por Saúl Ubaldini, entonces titular de la CGT, partió del Santuario de San Cayetano en Liniers para reclamarle a la dictadura militar por los despidos, los cierres de fábricas y la caída del salario. "Paz, pan, trabajo, la dictadura abajo", fue entonces la consigna. Luego vendrían nuevas manifestaciones que también tuvieron su punto de referencia en San Cayetano. Desde entonces, una experiencia que inicialmente fue solo religiosa, se transformó en una práctica que sin dejar de serlo es también político cultural, aunque reúna participantes con distintos credos, con intereses dispares, algunos claramente personales y otros más solidarios que también alimenta la Iglesia con su prédica. Pero unas y otros, todos y todas, aglutinados detrás de la misma aspiración y el deseo de mejor calidad de vida basada en derechos sociales.