Este es un cuento que aparece en mi libro El camino de la luna, uno de los dos cuentos Bahianos, como yo los llamo, porque son de la época en la cual me fui a vivir a Salvador de Bahía.
Estaba muy bien emocionalmente por aquellos días y daba alguna que otra clase por internet. Está bien porque no estaba obsesionado con escribir nada y porque además de eso había sido elegido para la beca del DAAD entre más de 10 mil postulantes. Pensaba en que en pocos días iba a tener que hablar con Jorlane, la chica negra que hacía dos años era mi novia, que iba a tener que decirle que tenía que ir a Alemania y que tal vez no iba a verla nunca más en mi vida. Un año y medio separado de alguien es suficiente para separarse de alguien, uno se acostumbra con otra gente, se va alejando, enfriando. Así de glacial, así de horrible es a veces lo que pasa.
En Salvador de Bahía yo lo tenía todo: dinero, familia adoptiva que me adoraba, tiempo libre para nadar, pescar, leer y tomar cerveza, sin embargo todo el tiempo en que vivía allá sentía que me faltaba todo. Yo no logré escribir ni una línea en Salvador de Bahía excepto este cuento y lo escribí pensando en qué es en realidad escribir, de qué se trata la búsqueda que yo emprendo cada vez que pongo una hoja en blanco en la máquina. Por qué muchas veces para ganar un texto pierdo tantas cosas en la vida y sobre todo por qué siento siempre que no es suficiente, que no estoy satisfecho y la única solución que encuentro es hacer lo mismo otra vez esperando resultados diferentes. Creo que escribir, al menos la literatura que yo intento escribir, es estar un poco loco, sutilmente loco pero loco al fin.
Espero les guste, y si no les gusta espero que lo olviden rápidamente.