El tiempo convirtió la utopía en una ciénaga. Las rimas iluminadas del rapero argentino Emanero, que golpeaban con un exótico carácter positivo dentro del género, ahora lo hacen desde un callejón en el que la esperanza fue borrada casi por completo. Que alguien me diga qué pasó, que ya no me acuerdo cómo fue / Que me metí en esta odisea y que fui perdiendo la fe, dispara en El juego, el tema que funciona como catalizador de un nuevo rumbo encauzado por el desencanto y que crece a lo largo de Tres mil millones de años luz, su flamante tercer disco. ¿Qué pasó con el pibe que rapeaba cargado de “buena onda” y hoy lanza cuchillos venenosos en cada rima?
“Estoy viendo este pantano en el que estamos metidos y de eso quiero hablar. Sigo insistiendo en que todo mejore y en que luchemos para salir de alguna manera. Pero si no sabemos dónde estamos parados, difícilmente podamos hacerlo”, asegura Federico Giannoni, más conocido como Emanero, en una desierta plaza de Villa Crespo. “Siento que cuando empecé estaba todo más abierto. Ahora miro un poco más para el piso, pero para apuntarle al cielo también. Es como entender por dónde estás caminando para saber desde dónde vas a despegar.”
Sus primeras melodías, que lo convirtieron a comienzos de este nuevo siglo en una de las puntas de lanza del rap local, merodeaban el misterio desde el lado luminoso de la fuerza. Ahora este multifacético músico y productor autodidacta de 32 años parece haber encontrado en la aspereza un nuevo territorio en el que reconocerse. El viaje evolucionó desde la arenga apaciguadora de Algo que nos salve –Rompe las reglas que no te dejen volar / y no escuches cuando digan que es imposible llegar– a la desesperanza de xxxi, la canción que abre Tres mil millones de años luz: Ya no hay mensaje, ya no hay mensaje, no encuentro nada que no esté vacío / Y yo que me mato por una oración con sentido que te haga dar escalofríos.
Emanero sostuvo en cada parada ese instinto natural que posee para reordenar la estructura orgánica de una canción a base de rimas lúcidas y sulfurosas. “Lo mío siempre fue la búsqueda con las canciones para tratar de dejar algo: una idea con un principio, un desarrollo, un final, un color, un sonido. No me metí nunca en las batallas de freestyle, que son quizás las que más sacaron esa cosa de la confrontación que es propia del género”, explica sobre los pasajes de su nuevo disco, donde rapea contra los que no están poniéndole ganas, solo se están insultado. “No son para una persona puntual, ese tono es parte del juego del género. Tiene más que ver con el público. Es una manera de decir ‘che, exijan algo más’. Creo que las batallas evolucionaron un montón en cuanto a no festejar solamente la bardeada sino también la inteligencia y las contestaciones rápidas. Cuando aprendés a dosificar el insulto, a decirlo en el momento en que es necesario, lo podés usar con mucho más impacto.”
En Tres mil millones de años luz ese impulso por torcer el timón de la movida hacia un espacio de mayor reflexión viene acompañado por un sonido que se mueve entre su pasado y su presente. El piano y las baterías que marcaban el pulso de sus discos anteriores ahora se hacen a un lado para que pasen al frente las bases moldeadas por sintetizadores y mucho más cercanas a la electrónica. Y en el medio trafica la dulzura del riff mitológico de Seguir viviendo sin tu amor, de Luis Alberto Spinetta. “Cuando tenía once años armé una banda de covers de La Renga y los Rolling Stones. Me gusta buscar en todos los condimentos que uno tenga adentro”, dice sobre ese gesto íntimo hacia el rock. “Ahora me animé más a sacar cosas que me gustaban de toda la música y a no separar entre lo que escucho y lo que hago.”
¿Con qué tienen que ver todos los cambios musicales que refleja este disco?
--Es algo que cambió en lo personal, y que al mismo tiempo me permití con la explosión del trap y que la movida se haya hecho más popular. Cuando arrancamos, el rap estaba en el subsuelo de la Bond Street, ni siquiera en el primer piso. Al llegar a mucha más gente, que se haya crecido tanto, tenés mucha más libertad. Aunque eso también trae otros problemas. Esta última explosión del género urbano trajo la necesidad de acumular muchos shows cuando todavía no está el contenido, y eso nivela hacia abajo. Se vio en Lollapalooza, donde cantaron arriba de las canciones, ni siquiera de una pista. Gritás un poco, agitás un poco y listo. La gente quiere ver al pibe y quizás no tanto cómo interpreta la canción. Pero también hubo casos como el de WOS, que subió con banda y estuvo zarpadísimo. Esas son las dos caras del crecimiento.
¿Por qué pensás que esa explosión de la música urbana se produjo finalmente de la mano del trap?
--No es algo que sucedió de un día para el otro. Acá están queriendo hacer trap desde antes de Duki, y no les salía. A Duki le salió porque sus canciones sonaban espectacularmente bien y transmitían algo. No fue una casualidad. Tuvo mucho mejor gusto que los que lo habían querido hacer antes. Pero lo veo como parte de toda una movida que es el hip hop. Me cuesta verlo por fuera de eso. El resto son prejuicios. Una canción de Los Beatles quizás tiene los mismos cuatro acordes que una de Pablo Lezcano. Entonces hacer un juicio de qué es mejor o más serio, cuando música es todo, lo veo como algo limitado. Hacer un instrumental de trap o de boom up, como productor, te lleva el mismo tiempo. Al final del proceso, lo que te va a llegar o no es la impronta, el tiempo y el amor que se le puso a esa canción.
* Emanero presenta Tres mil millones de años luz este sábado a las 20 en El Teatrito, Sarmiento 1752.