A fines de los 90’, la foto de la banda era apenas una ilustración misteriosa. Una caricatura de 5 adolescentes flotando en un escenario galáctico que acompañaba esas soleadas canciones con afecto por el optimismo bubblegum de los 60’, el soul, el dowoop, el motown y la música disco. La elección era desconcertante para la época: canciones pop nacidas en la producción independiente, sin ser industriales, pero con amor por la melodía clásica antes que la vanguardia, tan edulcoradas que generaban verdadera indignación, casi violencia, en una escena rockera que recién se desembarazaba de la desazón despojada de la década grunge. Letras terribles y melodías bailables, casi canciones de autoayuda, interpretadas por una banda de 5 chicos rubios, sanos y ñoños -como salidos de una pastoral religiosa- que de a poco empezaban a aparecer en algunas fotos publicitarias y en sus propios videoclips. Se hacían llamar La Casa Azul y cantaban canciones con nombres como “Galletas”, “Hoy Me Has Dicho Hola Por Primera Vez”, o “Chicle Cosmos”, y frases como “Yo me enamoraba como un fan: de tu voz, de tus amigos, de tu ropa original, de tus discos viejos de los Clash”. Como si fuese un nuevo tipo de gesto punk, la consigna era estirar el componente empalagoso y naif que tanto molestaba a esa prensa especializada que en España había empezado a bautizar los movimientos laterales como “tontipop”. Nuevas bandas que se interesaban por los ídolos de los 60’ y 70’, por el indie despojado de Sarah Records, por el sonido lo-fi, y que generaban a su alrededor una escena propia con fanzines, pequeños conciertos y amables sellos indies. “El proyecto partió totalmente como pop de dormitorio y en ese sentido, tocar en vivo siempre me molestaba. Creo que recién con el último disco pude consolidar una banda y empezar a disfrutarlo, pero hasta hoy, me divierto mucho más grabando discos en el estudio, ahí es donde soy feliz”, cuenta Guille Milkyway, al teléfono desde Barcelona, respondiendo a esta entrevista durante el día de su cumpleaños 45, que lo encuentra trabajando precisamente en su hábitat natural. Aclara ésto, porque ya salidos los primeros y perfectos discos de pop bailable de La Casa Azul --El Sonido Efervescente (2000) y Tan Simple Como El Amor (2003)-- y a la manera de Los Archies en los 60’, o una versión luminosa de Los Residents en los 70, el público pronto descubrió que la banda no existía. Al menos, no materialmente. Y que esos 5 jovencitos virginales fanáticos de Las Ronettes que posaban en sus fotos, eran apenas un grupo de modelos que ilustraba el proyecto solitario de Guille Milkyway --miembro fundador y único de La Casa Azul-- un tímido veinteañero en busca de la canción pop perfecta que componía, tocaba y cantaba en la soledad de su habitación sus complejas canciones electrónicas con letras narrativas, tan desgarradoras como divertidas. “Cuando uno hace uso de la canción melódica con afecto, sin ironía, de golpe es como que dejaras de ser moderno y eso genera cierta molestia en la prensa especializada y en los fans ortodoxos. Parece que ya no eres vanguardista. Eso me hace mucha gracia, me gusta jugar con eso, estirarlo y reinvidicarlo. Reivindicar la canción melódica clásica ante todo porque pienso que hay algo en ella que aunque no lo quieras, aunque seas rockero o punk ortodoxo, te toca sin saberlo”, se entusiasma Guille.
Guille Milkyway se ha convertido en uno de los compositores fundamentales de su generación y proyecto insignia de Elefant Records, el sello español que tanto ha influenciado a la escena independiente latinoamericana, donde viven bandas como Camera Obscura, Le Mans, Nosotrash, La Bien Querida o Juniper Moon. En este último tramo, Guille no se la hizo nada fácil a sus fans y demoró 7 años y al menos 4 grabaciones diferentes antes de lanzar un nuevo disco de La casa azul, el recién estrenado La Gran Esfera. Un disco adulto que abandona la desazón adolescente que caracterizaba el proyecto para concentrarse en el fin del amor romántico conyugal, como siempre, en clave bailable, convirtiendo los desgarros cotidianos en escenas épicas de ciencia ficción. Por toda esta historia, Guille Milkyway podría haberse convertido fácilmente en un personaje de culto en la escena española, si no fuera porque es un verdadero nerd. Un trabajólico extremo y accesible, que ha discutido constantemente las barreras entre el under y el mercado musical y que, desde su lugar de independencia, ocupó sendos espacios en el mainstream: ganó un Goya a la Mejor Canción Original, produjo bandas como Fangoria, remezcló discos de Nino Bravo y Camilo Sesto y, como profesor de historia musical en la versión española de Operación Triunfo (donde es capaz de relacionar desprejuiciadamente el trap con el punk o el flamenco en televisión abierta), pasó de ser el líder de una extraña banda indie a celebridad televisiva, sin abandonar jamás su forma lateral de trabajar, su pequeño sello independiente y su militancia underground como consigna filosófica. “Hoy puede sonar trasnochado pero yo creo mucho en el underground como motor de la creación artística. Yo estoy muy orgulloso de que trabajando de una manera muy parecida a la de hace 20 años, hoy podemos llegar a mucha más gente. Es un trabajo de perseverancia del sello, claro, de Elefant, pero también es una prueba de que no siempre hacen falta las estructuras gigantescas del establishment y el business musical para llegar a tener más notoriedad”, dice Guille, que al contrario de varias bandas de su generación, apostó por un sonido ambicioso que le hiciera honor al pop a lo grande y que, desde su disco La Revolución Sexual (2007), adoptó definitivamente un look performático en el que encarna a un director de orquestas espacial, que ahora sí sale en sus propios videos, y que con un traje, visera y casco galáctico, dirige a esos 5 cyborgs que forman su banda. “El tema del sonido y la propuesta artística no tiene que estar mediatizada por tu forma de trabajar, este es uno de los grandes logros de los últimos años. La idea es conservar la independencia y sonar y verse de la mejor manera posible. Antes parecía que por un tema de dogma o de fe, los grupos indies tenían que sonar de una manera concreta, entonces parece que el lo-fi se justificaba perse, cuando muchos grupos sonaban así solamente porque por motivos de economía o tecnología no podían acceder a un mejor sonido”, reflexiona Guille.
Las letras pesimistas y melancólicas de Guille Milkyway, sus melodías desconcertantemente soleadas y su explosión verborrágica de referencias enciclopédicas sobre la cultura popular, educaron sentimentalmente una generación de jóvenes que descubrían internet a principio de los dos mil y que, al escuchar sus letras, se preguntaban por palabras como northern soul, o hustle, o Colpix. Dónde está Shibuya o quién es Brian y qué es Spring. De Ultraman a Yma Sumac, de Ben Folds Five a Los In-Crowd, pasando por Nina Simone y Barry White, La Casa Azul se convirtió en un referente, no solo musical, sino una fuente de información para chicos solitarios e inquietos. Ahora, que Guille Milkyway por fin les ha dado un nuevo disco y que además tiene una banda consolidada con la que gira por Europa --y, espera, por Latinoamérica--, un puñado de nuevos videos conceptuales y cinematográficos y un nuevo disco por delante, suspira y piensa que igualmente piensa de sí mismo que es aun el mismo chico que tocaba solo en su habitación a finales de los noventas. Pero no le importa, dice, después de todo, el desgarro también se puede bailar.