En octubre de 2016 se llevó a cabo el primer Paro Nacional al actual gobierno. No fueron organismos sindicales tradicionales quienes lo hicieron, sino mujeres convocadas y autogestionadas por organizaciones de una nueva y originalísima floración del feminismo, bajo el llamado de “Ni una menos. Vivas nos queremos”, sugerente expresión que habla de vacíos y ausencias intolerables. Esta demostración de hastío, de osadía y de bravura colocó definitivamente la cuestión de género en la consideración primaria de la discusión política y obliga a repensar bajo estímulos novedosos los actos de crítica general a todas las formas de la existencia menoscabada y a las agraviantes acciones gubernamentales en estas y otras tantas materias.
La movilización masiva de las mujeres, sus organizaciones lenta y sólidamente construidas, sus manifiestos, reclamos y proclamas, acompañadas por miles de hombres, pusieron en un lugar expectante las luchas por la transformación estructural y las reformas inmediatas de una sociedad capitalista moderna que anida secretos bastiones de un arcaico patriarcalismo. No son lo mismo, pero en su yuxtaposición, capitalismo avanzado y la lengua patriarcal asentada en su impalpable despotismo cotidiano, dan lugar a uno de los rostros más opresivos del mundo contemporáneo. Ambos se especializan en desplegar violencias explícitas y violencias sutiles, entrelazadas en una combinación que alterna la sangre con el tiempo. Las violentas se expresan cuando se desata la furia ante lo que consideran insoportable de las conciencias femeninas que se rebelan. Las sutiles están vinculadas a los vericuetos fraguados en los escondites fósiles del lenguaje, que se inscriben silenciosamente sobre los cuerpos para vejarlos con un sello letal. Ocurre cuando descubren que lo que creen que es el asfixiante nudo que predestina a la subordinación de las mujeres, se va aflojando.
Los brutales femicidios como forma extrema de violencia de género, muchas veces salen de la forma en que va madurando explosivamente un alambique lingüístico antediluviano, que muy habitualmente se esconde en la supuesta inocencia de un chiste o un proverbio que atravesó indemne generaciones desatentas. Todo ello fue originando, precisamente en este nuevo tiempo histórico de sombrías características, el surgimiento masivo de una respuesta de miles de mujeres, hecho de masas inédito en nuestro continente. La voluntad explícita de las mujeres argentinas –de diversas clases sociales y franjas etarias– fue la de no aceptar una rendición hacia estos protocolos de la humillación, sean los más encubiertas o los más costumbristas. Ese núcleo de violencia se expresa bajo invisibles formas cotidianas que muchas veces cobra víctimas que son sentenciadas de antemano en conversaciones aparentemente triviales, donde el lugar común sumado a arcaicas arrogancias, expone el borde amenazante en que se sitúa un lenguaje que le dictamina a las mujeres una inferioridad que creen justificada en imaginarias culpas, ya juzgadas por tribunales misteriosos. Muchos, crédulamente, aceptan que fue esta situación la que ha tallado para siempre órdenes de la naturaleza y mandatos modelados por viejos manuales de biología.
A lo largo de siglos la despolitización del cuerpo de la mujer, sustraído por el Estado, las instituciones confesionales o los pactos de servidumbre que sostienen a los partidos del Orden, pudo ser convertido en un ámbito obsequioso, cuyo acatamiento servil era elogiado como sustento mismo de la vida en común a condición de suprimirle sus posibilidades sensitivas y sus tendencias a la emancipación. Este largo ciclo de hundimiento de vidas en una supuesta culpa de incapacidad, se convirtió en un grito público de protesta, donde habitó desde siempre la intensa voz silenciosa que heredan todas las sociedades en las fisuras donde las mujeres, una y otra vez hicieron saber de sus existencias libres y creadoras.
De la aparición de los feminismos sufragistas a comienzos del siglo XX hasta los movimientos sociales surgidos con distintas motivaciones en largos períodos de nuestra historia, un núcleo social de sensibilidades irredentas buscaba rostros femeninos para manifestarse, sea el de Alicia Moreau de Justo, el de Salvadora Medina Onrubia, Cecilia Grierson, Hermina Brumana, Liliana Maresca, Alejandra Pizarnik, Mary Sánchez, Alicia Eguren, Eva Perón, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Las diferencias entre ellas las conocemos, pero el nuevo movimiento feminista las solicita como precursoras y las convoca en las mismas pancartas. Esta historia es conocida, heterogénea y conmocionante. Las distintas etapas, ciclos, obras y teorizaciones del movimiento feminista escriben un largo capítulo de las luchas sociales del siglo que pasó y de éste. Muchos quisieran arrancar estos retratos y nombres –y los que mencionamos son apenas un puñado– con un grotesco manotón administrativo. Pero ellas están adheridas a las paredes públicas donde se guardan los largos adobes de toda memoria social activa.
Los Encuentros Nacionales de Mujeres atravesaron estos últimos 31 años en un crecimiento incesante (llegando el Encuentro 2016 a reunir más de 80 mil asistentes) elevando la calidad, mecanismos, instrumentos y fronteras de nuestra democracia, multiplicando y masificando las organizaciones específicas, sus demandas y la construcción creciente de protagonismo femenino en la vida económica, política, social y cultural del país.
Los temas que se señalan ya son ampliamente conocidos: están vinculados a la reflexión sobre los modelos tradicionales de familia, a la construcción alternativa de subjetividades, a la reflexión sobre las neutralidades supuestas del lenguaje y cómo tratarlas, a la crítica a las imágenes femeninas construidas por los medios masivos, a las formas oblicuas de un nuevo patriarcalismo que se presenta esgrimiendo renovados fetichismos de devoción sobre el cuerpo femenino, al que se le otorgan excepcionalidades sigilosamente vigiladas por nuevos órdenes publicitarios. Estos últimos pueden constituir un patriarcalismo encubierto que imagina pseudo-libertades femeninas que previamente encapsulan en nuevos y refinados prejuicios. Pero, finalmente, las distintas fórmulas de ataque al símbolo cultural de lo femenino, pero en demasiados casos cobrando víctimas concretas, es el odioso y multiplicado femicidio, un atroz fantasma que recorre a la Argentina puntuando con su presencia fatídica lugares públicos o domésticos.
En la actualidad, la eliminación y debilitamiento sistemático de instancias públicas destinadas a garantizar los derechos y asegurar la integridad de las mujeres, se suma a la persecución de dirigentes sociales agravada por su condición de género, como el caso de Milagro Sala en Jujuy.
La lucha social de las clases trabajadoras condujo históricamente a la demanda por la igualdad en la obtención del empleo y en las condiciones de salario y trabajo, y hoy estas luchas miran con interés a las del feminismo, así como estas muchas veces encarnan con sus singularidades nuevas y heredadas luchas, como hoy ocurre en distintas latitudes en materia de minorías étnicas, migrantes y religiosas, entre otras. Constituyen así igual, las luchas de género, un estímulo para los reclamos impostergables de trabajadores en general, niños, personas desvalidas, condenados de la tierra o personas que los sistemas de dominio consideran descartables. Las luchas feministas son también como campanillas de alerta ante las grandes organizaciones sociales y políticas, que a pesar de la función activa que deberían cumplir, parecen paralizadas ante un conjunto de sórdidas decisiones políticas que atemorizan a todo un país y logran en muchos casos un apoyo pasivo.
Pero en estas manifestaciones que recorren ahora ilimitados territorios en todo el mundo, se aprietan memorias disímiles que hoy afloran a la memoria, por ser parte inescindible de las tareas; asoman pues tanto la ley del voto femenino del peronismo como la fuerte participación de las mujeres en las insurgencias de décadas pasadas, las grandes escritoras olvidadas como Eduarda Mansilla o las maestras socialistas Chertkoff, en su pionerismo barrial en la ciudad de Buenos Aires.
El paro de mujeres del 8 de marzo, que apoyamos muy explícitamente, es un aviso general para encontrar la clave que desprenda los nudos que traban el toque de alerta para resistir todas las violencias antidemocráticas y de género hoy en curso. El actual movimiento feminista nos llama porque sus banderas, de tan nítidamente específicas en defensa de la vida, enseguida cobran el rostro activo de la defensa del trabajo y de la democracia. La tradición socialista y anarquista fue la precursora de las luchas por la igualdad de la mujer, junto a los liberales progresistas que acompañaron a los sectores más avanzados de la prédica de la igualdad, y la tradición nacional y popular ofreció siempre su democrática versión de la mujer movilizada y sapiente de sus derechos, y la diseminó masivamente, generando aún más altos niveles de participación política y creciente reconocimiento de la diversidad.
La dictadura de 1976 se ensañó de la manera más brutal con las mujeres en los campos de concentración, no solo acudiendo a las tremendas razones generales del genocidio ya planificado, sino también por haberse atrevido a “tomar el cielo por asalto”. A la tortura que no discriminaba géneros se sumaron los delitos sexuales ejecutados de manera sistemática. La represión dictatorial fue enfrentada como nadie puede ignorarlo, por la acción de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que produjeron con su lucha un giro copernicano en los combates por los derechos humanos en general, incluidos muy especialmente en ellos las demandas de las mujeres.
Los gobiernos posteriores no incrementaron los avances en el espacio social, más allá de la sanción de la ley de cupo que sostuvo que las listas de legisladores nacionales no podían tener más de dos tercios de candidatos de un mismo sexo y obligó a intercalar uno entre tres a personas de sexo diferente. Y, sin embargo, se generaron e incrementaron los movimientos feministas y de género –colectivos como LGBTTTIQ, incluyendo identidades lésbica, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti, intersexual y queer–, creció la preocupación en distintas organizaciones políticas, sociales y culturales, se produjo una literatura, un cine, una televisión y unas artes plásticas que se sumaron e inspiraron las luchas por generar los cambios que muchas mujeres y también hombres demandaban. Estas acciones fueron enfrentadas desde múltiples frentes, pero en su fondo último, a pesar de mostrarse dadivosos o condescendientes, también fueron atacadas o relativizadas en los grandes medios de comunicación, más allá de excepciones señalables. Es que allí sigue predominando una línea general basada en temáticas, lenguajes y marco publicitarios que deben dejar de considerarse sexistas y discriminatorios.
¿No es tiempo de una reflexión autocrítica de los compañeros hombres del campo popular? Pues muchos no han comprendido aun de qué modo el lenguaje de la violencia manifiesta, habita los mismos prejuicios acerca del carácter pasivo, en todo sentido, que habría de tener la mujer. Lo manifiesto y lo latente se conjugan en forma cómplice, pues bajo un teñido de aceptación de las demandas de género, se sigue sosteniendo la misma lengua inculpatoria hacia el cuerpo femenino.
El movimiento de las mujeres está llamado, al incluir subjetividades excluidas por la sociedad, a un lugar en la construcción política con formas totalmente inéditas, en múltiples formas de acción. El verdadero combate entonces, es el cambio de los núcleos éticos que propone el movimiento de las mujeres, horizonte renovado para el conjunto de la política y marca el futuro de una posibilidad emancipadora. Durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, tan injustamente denostado, se aprobaron disposiciones y leyes que es necesario mencionar: la del Matrimonio Igualitario, Regulación del pago de trabajo al personal doméstico, Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra las Mujeres, la de Educación Sexual Integral, de Parto Humanizado, de Anticoncepción Quirúrgica, así como la suscripción de la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Contra la Mujer y la sanción de la Ley Contra la Trata de Personas porque –aun contemplando un universo social más amplio– abrió cauce al combate de la trata de mujeres y niñas con destino a la prostitución, su recuperación y reinserción social mediante trabajo digno.
Más temprano que tarde se deberán aprobar leyes de despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo, discusión de la que nadie puede desconocer sus delicados aspectos pero que es reclamada por el cuerpo vivo de millones de mujeres. Esta luchas tienen y deben tener autonomía y dirección libre, pero para ser victoriosas debe siempre estar inscriptas en el proceso y el contexto de la marcha del movimiento popular por la soberanía popular, la justicia social, la independencia nacional y la solidaridad con los pueblos de América Latina y el mundo.