“No le saque foto a los justicieros”, le dice a la cronista un vendedor ambulante callejero de frutillas que por su edad debería más bien estar cursando la escuela secundaria, pero a quien la pobreza causada por las tantas “crisis” nacionales empujó a rebuscárselas.
La esquina de Córdoba y Moreno, a 306 km de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, es el kilómetro 306 de Bienalsur y allí, en la explanada del Museo de la Memoria (“los justicieros”), se da una superposición de obras de arte político de alta densidad conceptual.
La intervención urbana ¿Quién fue?, de la inolvidable artista rosarina Graciela Sacco, se yuxtapone con una foto del Rosariazo de 1969 por el entonces reportero gráfico de la revista Boom, Carlos Saldi. Y una instalación de Esteban Álvarez puede verse hasta el domingo 18 como parte de la bienal de arte y pensamiento Bienalsur.
La cronista baja el teléfono celular, compra frutillas al muchacho, las guarda y sigue fotografiando. Algo falló en el país, una vez más.
Esteban Álvarez (Buenos Aires, 1966) egresó de la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires en 1992. Entre 1994 y 1995 realizó cursos con el prestigioso artista político Luis Camnitzer. En el año 2000, en Londres, participó en el programa de residencias Gasworks y egresó de la Middlesex University, entre otras instancias de formación.
Álvarez se especializó en la sátira a las malas soluciones estatales. Produce sistemas inútiles, objetos disfuncionales y proyectos falsos.
En 2003, Álvarez donó al Castagnino+Macro una obra realizada en colaboración con Tamara Stuby: Un año de aire, instalación de botellas de plástico con una capacidad total equivalente “al aire que respira una persona en un año”. La obra se reconstruyó temporalmente en el Museo de Arte Contemporáneo en 2011, con el título Otro año de aire. Por eso, en Rosario, Álvarez era “el de las botellas de agua”.
Desde ahora va a ser “el de las chapas”. Allí, en la explanada del Museo de la Memoria de Rosario, integrando el eje curatorial “memorias y olvidos” de la segunda edición 2019 de la bienal internacional Bienalsur de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, está su obra Burladero. Se trata de una instalación en tirantes de madera de construcción y chapa de zinc corrugada que en su materialidad evoca las casillas precarias de las villas miseria y, en su título, al dispositivo que sirve al torero para protegerse de las embestidas del toro en el cruel deporte de la tauromaquia; estructuralmente, es una valla. Una valla como las que ponían los bancos argentinos durante la crisis de 2001 y 2002 para escudarse de la furia de los ahorristas estafados por el Estado: un corralito. Burladero remite al corralito financiero de aquellos años. La ibérica palabra “burladero” es elocuente: contiene “burla”. (La palabra inglesa bullying proviene de bull, toro: hacer bullying sería algo así como torear. El toro toreado es víctima de bullying, de burla).
Hendidos a chapa batida, martillada, en un claroscuro de volumen real como el que suele verse en imágenes cristianas artesanales de viviendas populares, hay tres retratos monumentales: Abraham Lincoln, George Washington y Benjamin Franklin. Quien nunca haya visto un dólar en su vida no tiene forma de saber que esos tres próceres estadounidenses (el que abolió la esclavitud, el que comandó las tropas de la Independencia y fue el primer presidente, y el inventor del pararrayos) constituyen las efigies del anverso de los billetes de 5, 1 y 100 dólares, respectivamente. Representan en este contexto lo que los argentinos perdieron con la salida de la convertibilidad.
En lo que hoy es el Museo de la Memoria, durante la dictadura de 1976 a 1983 funcionó uno de los 370 centros clandestinos de detención del terrorismo de Estado en Argentina. Hoy como ayer, lo que suceda allí no parece importar a los vendedores ambulantes de frutillas; ni siquiera con los dedos acusadores de Sacco apuntando a cualquiera que pase, ni con la foto de Saldi conmemorando medio siglo del Rosariazo.
Esteban Álvarez se especializó como artista en la sátira fina a las malas “soluciones” estatales. Le gusta producir sistemas inútiles, objetos disfuncionales y proyectos deliberadamente fracasados, irrealizables o falsos. En sus videos pone la cara de alguien que no se sabe si es tonto o se hace, pero que sin embargo tiene poder: un poder que le fue conferido por sus representados. “Representación” denota una categoría política en la obra de Álvarez. Las reflexiones que dispara esa obra vienen muy a cuento en este domingo electoral.