Hay dos datos que, desde un punto de vista político, habrá que tener muy en cuenta este domingo. En primer lugar, el voto en blanco. Cualquier candidato que hoy saque el 42 por ciento del total, con el mismo resultado en octubre le computarán un 44,1 por ciento. Esto lo dejaría a un paso de ser presidente porque en octubre se necesitará el 45 por ciento para ganar en primera vuelta. Esto surge de la exclusión, en la elección general de octubre, del voto en blanco para el cómputo de la distribución de cargos. El otro dato de máxima importancia es la concurrencia. En 2015, a las PASO fueron a votar 24 millones de personas y en octubre concurrieron 26 millones. O sea hubo dos millones de votantes más, que en el caso de 2015 fueron decisivos porque la gran mayoría votó a Mauricio Macri y sólo 600.000 por Daniel Scioli. No parece haber las mismas condiciones hoy en día.
Ballottages
Quienes conocen la historia dicen que en el proyecto para la Constituyente de 1994, Carlos Menem fue el que le impuso a Raúl Alfonsín el ballotage trucho que existe en la Argentina. En cualquier país del mundo, para ganar en primera vuelta se necesita el 50 por ciento de los votos más un voto. Ese era el requisito que impuso la dictadura militar, que suponía --con fundamento-- que el peronismo pocas veces llegaba al 50 por ciento. O sea, los de uniforme armaron las cosas para que el peronismo llegara a más de 40 por ciento, pero luego perdiera en el ballotage porque se le hacía difícil llegar, aún en esa segunda vuelta, al 50 por ciento.
Menem le arrancó a Alfonsín la extraña condición de que se ganara con el 45 por ciento, o con más del 40 por ciento pero con 10 de diferencia respecto del segundo. A Alfonsín la idea no le disgustó porque pensó en términos del bipartidismo: pensó que el radicalismo podría ganar, si no en primera vuelta, en el ballotage.
En la elección de 2019 parece difícil que una fuerza le saque diez puntos a la otra, de manera que todos los ojos están puestos este domingo en quién se acerca al porcentaje mágico del 45 por ciento.
Blancos
Hay un detalle de importancia: el voto en blanco se incluye en el cómputo en las PASO pero se excluye en octubre.
En 2015 los números del voto en blanco en las PASO sumaron el 5,06 por ciento de todos los votos válidos, entendiendo como válidos los que fueron para cada candidato y los votos en blanco. Se excluye del cálculo sólo a los votos nulos. Es decir que cuando se anuncie el resultado de la elección de este domingo, para completar el 100 por ciento, se tomarán en cuenta los votos de todos los candidatos más el voto en blanco. Estos últimos no se excluyen. En general, en las elecciones argentinas, el voto en blanco suele estar cerca del cinco por ciento, igual que en 2015.
En octubre, en cambio, el 100 por ciento que se utilizará será sólo el que proviene de la sumatoria de todos los candidatos, sin incluirse el voto en blanco. Se llaman votos válidos afirmativamente emitidos. Por lo tanto, aunque el número no será milimétricamente así, un candidato que consiga el 42 por ciento hoy, en octubre subirá virtualmente en proporción al cinco por ciento habitual del voto en blanco, o sea estará en el 44,1 por ciento. Significa que quedará a un paso de la mayoría necesaria para ganar en primera vuelta. Lo que le falta tendrá que conseguirlo de los partidos chicos que reducen su votación en octubre, producto de la polarización, o de los que no votan hoy pero sí lo harán en las elecciones generales, las de octubre.
Es decir que un dato clave de la elección de hoy es quién se acerca a un porcentaje que, sin el voto en blanco, se acerque al número mágico del 45.
En este terreno hay un mito equivocado: que la polarización le conviene a Juntos por el Cambio y no le conviene al Frente de Todos. Es falso. La polarización muy probablemente le convenga al Frente de Todos para llegar al 45 por ciento en octubre. No importaría que Juntos aumente más que el FdT si la polarización le da los puntos que el FdT necesita para llegar al 45.
Presentes
Pero en la elección de 2015 hubo un dato que fue determinante, los niveles de votación en las PASO y las de octubre.
En 2015 emitieron su voto válido en las PASO un total de 24.021.816. En octubre, en cambio, los votos válidos fueron 26.048.446. Es decir que hubo 2.026.630 votos válidos más en octubre que en agosto.
Y allí estuvo la diferencia.
* Daniel Scioli pasó de 8.700.000 votos en agosto a 9.300.000 en octubre, o sea sumó 600.000 votos.
*Mauricio Macri subió de 6.700.000 votos a 8.600.000. Sumó nada menos que 1.900.000.
Eso forzó el ballotage, en noviembre, en el que se impuso Macri.
Hay numerosas teorías sobre la cuestión. La primera y más obvia, es que hay muchos que piensan que en las PASO no se define nada y no se "enganchan" con la elección.
Un subproducto de esa teoría es que el votante del macrismo es menos apasionado que el peronista y tiende a ser el que más se ausenta en las PASO. El adherente peronista es aguerrido, tiene más pasión por la política, y va indefectiblemente a votar, aunque sea para elegir el presidente del club de barrio. Es un tema que se vio en los actos y en las recorridas de los candidatos: Juntos por el Cambio hasta tuvo que dejar de timbrear y sus actos fueron por invitación, no abiertos.
Esta teoría no encaja con los números de 2011, cuando se hicieron las PASO por primera vez. Votaron 22.700.000 en las PASO y 22.900.000 en octubre: sólo 200.000 votos de diferencia. Es decir, que lo ocurrido en 2015 podría ser una excepción.
Y ahí entra otra teoría: que en 2015 se creó un clima dramático para octubre, sobre todo en base a la demonización que se hizo de Aníbal Fernández y también de Cristina Fernández de Kirchner. Eso llevó a que muchos, poco interesados en la política, consideraran la elección de octubre como una especie de vida o muerte y esta vez fueron a votar totalizando 26 millones de votos, cuatro millones más que en 2011 y dos millones más que en agosto de 2015.
A este diagnóstico se suma otro dato político. En 2015 la batalla política dentro del peronismo fue feroz. Se podría decir perfectamente que Mauricio Macri no hubiera ganado sin el affaire de la pelea con Florencio Randazzo y sin la sanguinaria disputa entre Julián Domínguez y Aníbal Fernández. Gran parte de la batalla mediática se nutrió de esa interna salvaje, que no se dio sólo en las urnas. La versión es que una parte del peronismo, incluyendo algunos intendentes y gobernadores, jugó en contra de Scioli y Aníbal Fernández, además de que el Frente para la Victoria sufría el desgaste de 12 años de gobierno.
Las condiciones no son para nada las mismas en 2019. Es cierto que la grieta activa a los bandos en pugna, pero el peronismo parece alineado, con unánime respaldo a la fórmula de intendentes y gobernadores. Hay que agregar que en 2015, Sergio Massa estaba en la vereda de enfrente y hoy está en el Frente de Todos. Tal vez se podría argumentar que el peronismo de Córdoba sigue sin alinearse, pero parece que será en menor medida que en 2015.
Finalmente, hay otro dato que cobra relevancia. El desgaste ahora está del lado del macrismo. Al punto que para nada está claro que los menos interesados en política esta vez se vuelquen al oficialismo. Esa franja también está afectada por la gravísima crisis y, según los encuestadores, hasta el momento esos indecisos o proclives a no ir a votar, se dividen mitad y mitad.