El equívoco con Albert Camus, a 70 años de su visita a Buenos Aires, es como una vieja herida que se reaviva. El escritor francés llegó el 12 de agosto de 1949 –“parece que este desgraciado viaje tiene mala suerte”, le escribió a su amiga Victoria Ocampo- decidido a no dar las conferencias previstas –sobre la libertad de expresión- porque el gobierno peronista había censurado su obra teatral El malentendido, estrenada a fines de mayo en el Teatro El Argentino, dirigida e interpretada por Margarita Xirgu, con actuaciones también de Isabel Posadas y Violeta Antier. Le habían advertido que la censura le exigiría el texto de esas conferencias. El autor de El extranjero se negó para evitar “un segundo escándalo”, como escribe en su Diario de viaje. Antes de partir hacia Chile, se encontró con Rafael Alberti y su mujer en la casa de Ocampo en San Isidro. “Sé que es un comunista –anota-. Finalmente le explico mis puntos de vista. Él me aprueba. Pero la calumnia hará el resto y me separará un día de este hombre que es y debería seguir siendo un camarada. ¡Qué se puede hacer! Estamos en la edad de la separación”.
Albert Camus, un extranjero en Buenos Aires, que comienza este lunes a las 19 en el Malba, propone una semana de actividades en torno a la obra del autor francés, con lecturas, presentaciones de libros, proyecciones de películas, mesas y conferencias (ver aparte). Entre las actividades más destacadas, en el auditorio Borges de la Biblioteca Nacional, se presentará el martes Victoria Ocampo, Albert Camus. Correspondencia (1946-1959), publicado por Sudamericana, traducido por Elisa Mayorga y Juan Javier Negri, con lecturas de Muriel Santa Ana y Diego Manso. En Un extranjero en Buenos Aires, la muestra que se inaugurará en la Biblioteca Nacional el viernes 16 a las 19.30, se podrá ver primeras ediciones, libros dedicados, correspondencias originales, traducciones, revistas, adaptaciones, críticas y fotografías. En el centro de las miradas estará el manuscrito de La peste (1947), que llega a modo de un préstamo excepcional de la Biblioteca Nacional de Francia (BNF), custodiado por Anäis Dupuy Olivier, responsable de las colecciones de la BNF, gracias a la Embajada de Francia y el Instituto Francés, coorganizadores de la muestra.
Camus en Buenos Aires se parece -salvando las distancias- a Jan, el protagonista de El malentendido, obra estrenada en 1944 en París, que regresa de incógnito a un pequeño hotel de su ciudad natal, a cargo de su madre y su hermana, que no lo reconocen porque hace años que no se ven. La madre y la hermana de Jan tienen la costumbre de robar y asesinar a los viajeros que se hospedan. “Y vuelve a asaltarme mi vieja angustia, aquí dentro, como una vieja herida que se aviva cada vez que me muevo. Conozco su nombre. Es temor a la soledad eterna, miedo de que no exista respuesta. ¿Y quién va a responder en una habitación de hotel?”, se pregunta Jan. La diferencia es que Camus estuvo en la casa de Ocampo en San Isidro, “una casa grande y agradable, en el estilo de Lo que el viento se llevó”. En la entrada de su Diario de viaje del 13 de agosto de 1949 escribió que pasó “una buena noche” y que almorzó con el director del diario La Prensa, Alberto Gainza Paz. La última noche en Buenos Aires cenó con Ocampo, escuchó El rapto de Lucrecia de Benjamin Britten y algunos poemas de Charles Baudelaire grabados por Ocampo. “Primera velada de aflojamiento real desde mi partida. Tendría que quedarme aquí para evitar esa lucha continua que me agota. Hay paz, provisional, en esta casa”.
Meursault será la encarnación del desencanto del mundo, una especie de “nieto” nihilista de Nietzsche. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. El inolvidable comienzo de El extranjero, su primera novela de 1942, escrita y publicada durante la ocupación nazi de Francia, produce la misma emoción que genera el momento en que el protagonista comprende en Argelia –donde dispara cuatro veces sobre el cuerpo inerte de un árabe- que “había destruido el equilibro del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz”. No hay arrepentimiento en ese hombre de carácter “taciturno” y “reservado” que no tiene escapatoria. Que está condenado de antemano por la displicencia frente a la muerte de su madre. Y luego, peor aún, por un crimen absurdo. Aunque mata por una razón rigurosamente cierta: el sol lo cegó. “Y bien, tendré que morir”, dice Meursault en la cárcel. “Antes que otros, es evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida. En el fondo, no ignoraba que morir a los treinta años o a los setenta importa poco (...) Desde que uno debe morir, es evidente que no importa cómo ni cuándo”.
Entonces Camus tenía 29 años y había llegado a París dos años antes, en 1940, desde Argelia, donde nació el 7 de noviembre de 1913, en el seno de una familia de colonos franceses pieds-noirs (literalmente “pies negros”). Su madre, Catalina Elena Sintes, era una mujer silenciosa y analfabeta que se ganaba la vida limpiando. Como la familia de Catalina era originaria de Menorca (España), fue ella quien le enseñó a su hijo tanto el castellano como el catalán. Su padre, Lucien Camus, trabajó en una finca vitivinícola y murió en la Primera Guerra Mundial, peleando para Francia. No era un autor inédito cuando llegó a París. Ya había publicado el ensayo El revés y el derecho (1937), que sería reeditado en Francia veinte años más tarde. En esa primera novela que lo consagra tan joven –a contrapelo de quienes proclaman que lo mejor se escribe en la madurez- está condensado lo “camusiano”, que según Bernard-Henri Lévy era un kantismo práctico. “Desconfianza, gratitud y escepticismo”, y se podría agregar que adolece, por fortuna, de un sentido extremado de lo trágico. No hay otra certeza que la muerte y la existencia de Dios es irrelevante comparada con “el cabello de una mujer”.
Contra los totalitarismos
Precoz en la escritura y en la rebeldía, espíritu libertario contrario a todos los dogmatismos –cristianismo y marxismo a la cabeza-, su máxima existencial postulaba que la literatura “no es servir a los que hacen la historia, sino a los que la sufren”. Camus colaboró en Combat, el diario de la Resistencia contra el Tercer Reich, que fue elogiado por Charles de Gaulle como un ejemplo de periodismo “insobornable”. En 1939 publicó en Le Soir Républicaine un artículo-manifiesto con los mandamientos que deben guiar la acción de los periodistas en tiempos de guerra. En ese contexto defendía el derecho de cada ciudadano a “elevarse sobre el colectivo para construir su propia libertad”, y establecía las cuatro columnas del buen periodismo: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación; los pilares con los que construiría su obra narrativa, dramática y ensayística. El mito de Sísifo, publicado en 1942, el mismo año que El extranjero, es un ensayo literario en el que despliega su teoría del absurdo, el reconocimiento de la intrascendencia del hombre enfrentado al cosmos, a su destino, a la historia. Después de la guerra saldría La peste (1947), una alegoría sobre el nazismo que lo coloca en una zona demasiado protagónica y espinosa como intelectual público. El escritor francés pronto se cansaría de ese rol que tuvo en la posguerra y de la “repugnante seriedad” de esos años.
La camaradería con Jean-Paul Sartre –a quien conoció en 1943 durante el estreno de Las moscas- se quebró de un modo drástico. “Camus, el burgués”, lo descalifica el severo padre del existencialismo francés. El detonante de la ruptura fue la salida de El hombre rebelde (1951), el libro donde Camus rechaza los totalitarismos del siglo, incluida la Unión Soviética. “El fin no justifica los medios” para el autor de la pieza teatral Los justos (1949), frase que estaba en el aire del socialismo de la época. Cualquier crítica hacia Stalin y sus crímenes era una “desviación burguesa” imperdonable. La opción del escritor, denunciar el terror estalinista y quedar a la intemperie, cosechó incomprensiones por doquier, además de que la derecha, sedienta siempre por llevar agua para su molino, intentó sacar tajada de esa circunstancia. En esta misma línea o sintonía compleja hay que leer su postura respecto de Argelia, cuando condenó que el Frente de Liberación Nacional (FLN) recurriera a la lucha armada y a los atentados para defender “una causa justa” usando “métodos injustos”. Entonces pronunció su famosa frase: “En estos momentos están poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, elijo a mi madre”.
Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957, tenía 44 años. “El arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes –afirmó Camus en Estocolmo, en su discurso de aceptación -. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos. El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse”. El escritor francés advirtió sobre el trabajo que debería realizar su generación ante un mundo amenazado por la destrucción. “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza”.
El auto “bailaba el vals” en una ancha carretera de Francia, cerca de Villeblevin, un pueblo de la Borgoña, el mediodía del 4 de enero de 1960. El editor Michel Gallimard iba al volante; a su lado estaba Camus. Después de algunos derrapes, como “si algo se derrumbara bajo el vehículo”, el auto golpeó con violencia contra uno de los plátanos que flanqueaban la carretera, rebotó contra otro, a varios metros de distancia, para destrozare por completo. El escritor francés murió en el acto a los 47 años. Jan Zábrana, poeta y traductor checo, disidente del régimen soviético, escribió en su diario en 1980 que el accidente vial del Premio Nobel de Literatura estuvo organizado por el espionaje soviético y que la orden fue dada por el ministro de Relaciones Exteriores Shepílov, investigación que se revela en Camus debe morir (Bärenhaus), del escritor y periodista italiano Giovanni Catelli.
“Dicen que lloviznaba ese día del otro lado del Atlántico, allí en Francia, sobre un camino de plátanos a los costados”, escribió Ocampo en el obituario que apareció en la revista Sur, en mayo de 1960. "¿Lo habrá acompañado el olor de la lluvia? ¿En qué habrá ido pensando al respirar ese olor? ¿Qué habrá pensado en ese último instante? (…) ¿Qué sentiría? ¿Sintió la posible muerte como una pérdida o una liberación? ¿O como un perderse en esa liberación? Su ausencia nos deja mudos. Tantas veces fue nuestra voz. La que decía lo que no acertábamos a decir como él”.
Para anotar en la agenda
Lunes 12
*19 hs: Apertura con Walter Romero, Juan Javier Negri, Raquel Garzón, Alexandre Alajbegovic y Eugenia Zicavo.
*20 hs: Proyección de Lejos de los hombres, de David Oelhoffen (2014), adaptación del relato “El huésped”, con Viggo Mortensen y Reda Kateb. En el Malba (Figueroa Alcorta 3415).
Martes 13
*19 hs: Presentación del libro Victoria Ocampo, Albert Camus. Correspondencia (1946-1959) con traducción y notas de Elisa Mayorga y Juan Javier Negri. Muriel Santa Ana y Diego Manso leen cartas de Victoria Ocampo y Camus. En la Biblioteca Nacional (Agüero 2502).
Miércoles 14
*19 hs: Eliseo Barrionuevo lee fragmentos de La peste.
*19.30 hs: Proyección de La peste de Luis Puenzo con presencia del director y el equipo de filmación. En el Malba.
Jueves 15
*19 hs: Oscar Martínez lee El extranjero.
*19.30 hs: “El desafío de adaptar El extranjero de Camus: de la novela a la novela gráfica”, charla entre Juan Carlos Kreimer y Jacques Ferrandez. Modera Lucía Vogelfang. En la Biblioteca Nacional.
Viernes 16
*17.30 hs: Conferencia “Conservación de manuscritos modernos de la Biblioteca nacional de Francia: el caso Camus”, por Anais Dupuy-Olivier. En la Biblioteca Nacional.
*19 hs: Inauguración de la muestra Tres interpretaciones ilustradas de El extranjero. En la Plaza del lector Rayuela de la Biblioteca Nacional.
*19.30 hs: Inauguración de la muestra Un extranjero en Buenos Aires. En la Biblioteca Nacional.
Sábado 17
*15.30 hs: Victoria y Albert. Diálogo entre Pablo Dreizik y Victoria Lliendo. Villa Ocampo (Elortondo 1837, Béccar).