Macri reconoció “una mala elección” sin dar cifras, sin explicar por qué, no le habló a los argentinos, sino al grupito que estaba en su búnker. Y después los mandó a dormir. Pero estaba en el aire el estruendo de una derrota espectacular. Está en el aire. Tendría que haber sido una elección que no definía casi nada. Pero la intensa expectativa que vibraba en todo el país la convirtió en una prueba de fuego para el Gobierno.
No se puede gobernar contra el pueblo. No se puede gobernar como si el pueblo no existiera. No se puede, a pesar del respaldo de las grandes corporaciones de medios y del capital concentrado. La voluntad popular pudo sobreponerse a ese poder inmenso, a esa maquinaria portentosa que convirtió a la Argentina en una sociedad de odios y egoísmos. Una sociedad que enviaba a vivir a la calle a los más vulnerables y después los acusaba de falsarios, de militantes y activistas pagados por la oposición para convertirse en cadáver anónimo congelado en una calle de la ciudad más rica del país.
El voto de estas PASO que no iba a tener ninguna importancia, que no definía nada, que parecía una sobreactuación republicanista, de repente, ruidosa, aparatosamente, se llenó de significados valiosos, como si la política recuperara el espíritu que había perdido entre Smartmatic, Cambridge Analytica, los trolls de Marcos Peña y las fake-news de “grandes periodistas argentinos”.
Intervienen muchos factores. Muchos dirán que la gente votó por el bolsillo. Seguramente. Y otros dirán que ha sido fruto de la estrategia de unidad y amplia convocatoria del peronismo en la oposición. Seguramente. Y en esa estrategia surgen las figuras de los dos principales protagonistas, los que dieron el puntapié inicial: Cristina y Alberto Fernández.
Pero lo más importante es que ese mensaje llegó, fue escuchado, elaborado y apropiado por el pueblo que se expresó en ese voto que iba a ser algo lavado y ahora se ha convertido en una lección para la historia de la política. El mensaje llegó. Era el que algunos reclamaban y el que muchos querían escuchar. De esa relación que define a la comunicación como política y a la política como comunicación surge lo mejor del pueblo y lo mejor de la política.
Cuando Macri pidió que se fueran a dormir, hubo muchos que salieron a festejar. Es el planeta que Macri no pudo entender, que le es ajeno como experiencia de vida. No es parte de su sensibilidad y lo que han demostrado sus políticas es que ese universo que salió a festejar, cuando formó parte de sus reflexiones, fue para encontrar la forma de doblegarlo, de sustraerle las herramientas con que construye sus derechos, de debilitar su organización, engañar su dignidad y la conciencia de sus derechos.
Los que salieron a festejar este voto lo hicieron porque quieren desterrar la ideología de “le hicieron creer a un trabajador que con su salario podía irse de vacaciones o comprar un celular”, el cinismo de convertir los derechos en una mentira. Se festeja que esa frase que condena a los trabajadores a una vida indigna pase a la historia, sea arrancada del sentido común perverso que instalaron los medios oficialistas.
Está en el contenido de este voto. Igual que la frase dicha al Rey de España sobre la “angustia” que sintieron los próceres cuando declararon la independencia. Resuena, se la puede escuchar en esos números contundentes a pesar de que Smartmatic se cayera. En esa cantidad de votos críticos retumba la vergüenza que sintieron los argentinos al escuchar al presidente decirla.
Macri pierde gobernabilidad. Si Fernando De la Rúa se tuvo que ir en helicóptero antes de terminar su mandato, Macri será uno de los pocos que no habrá podido reelegir a pesar de desearlo. Y entreverada en la derrota de Macri está la enorme responsabilidad de la cúpula radical que sostuvo a De la Rúa y después abrazó esta experiencia retrógrada que dejará al país en una situación más grave aún de la que dejó De la Rúa.
Los festejos se escucharon hasta el Río Bravo. La llegada del proyecto macrista había sido mostrada como modelo ejemplar contra los populismos. Fue el héroe de la primera cumbre de Davos a la que asistió. Pero le palmeraron la espalda y nunca invirtieron un solo peso en la producción. Los amigos de Macri vinieron a especular y endeudar, aconsejaron al Fondo Monetario que endeudara al país hasta las pestañas para controlar cualquier acto futuro de rebeldía contra las políticas neoliberales de saqueo y dependencia.
Y el Fondo transgredió todas sus normas para darle el 62 por ciento de toda su capacidad de préstamo a un solo país, que además no tenía la aprobación parlamentaria. Una deuda ilegal cuyo objetivo fue sostener la campaña para la reelección de Macri o, en su defecto, condicionar al gobierno que lo sucediera.
Esas ideas que se escucharon y escribieron en los medios oficialistas como si fueran de una lógica incontrastable, como si fueran axioma o ley bíblica o regla de la naturaleza, describieron a un macrismo retrógrado, conservador, muy a la derecha. En lo esencial no está tan lejos de Bolsonaro.
Pero la derecha hace su juego y los distintos factores del poder económico hacen los suyos. Nadie se sorprende. La gran novedad había sido el voto que los respaldó. Una sociedad que se mostraba como el rebaño que marcha al matadero.
La respuesta tenía que venir también del voto, porque de otra forma se hubiera debilitado la democracia. Si el voto podía ser manipulado por las falsas noticias de las maquinarias mediáticas, respaldadas por funcionarios judiciales venales y servicios de inteligencia, la democracia empezaba a perder sentido.
Tenía que venir del voto. Y a pesar de la fabulosa maquinaria adormecedora y mentirosa del poder, el pueblo recibió el mensaje, se lo adueñó y lo hizo expresión en el voto. Y la democracia se volvió esperanza otra vez.