El resultado electoral de las PASO, no solo por el triunfo del Frente de Todos (FdT) sino fundamentalmente por la magnitud de la derrota del oficialismo, demuestra que la política (léase la vida cotidiana, los padecimientos de la ciudadanía y la construcción política que la principal oposición hizo de esta realidad) se impuso sobre el relato oficialista, pero también sobre sus estrategias de marketing político que negando las condiciones objetivas de quienes emiten su voto en las urnas pretendieron dar por terminado un modo de acumulación de poder y limitar todo al manejo de las encuestas y los focus group.
No solo el gobierno salió derrotado en las PASO. También perdió el coro oficial de medios de comunicación que auparon y sostuvieron con complicidad (y seguramente lo seguirán haciendo) al oficialismo. En síntesis puede decirse que la victoria del FdT es un triunfo de la política. Aunque no habría que equivocar y decir que la política es la “vieja política”. Porque el FdeT es una versión mejorada del Frente para la Victoria, desde el momento que Cristina Fernández desde Unidad Ciudadana reconoció la necesidad de un “pacto social” para gobernar, y desde que Alberto Fernández comenzó su campaña para nuclear en torno al peronismo un frente ciudadano convencido de que “sin Cristina no se puede y con Cristina no alcanza”. Y hubo también reconocimiento de que sin unidad, que supone posponer egos y trabajar desde la diferencias, la victoria se hacía muy difícil. Esa nueva realidad plantea también renovados desafíos para el futuro en el caso de tener que ejercer el gobierno: conducir el Estado sumando perspectivas diferentes, miradas no coincidentes.
Habrá tiempo para análisis más detallados que permitan sopesar no solo los antecedentes sino los números en detalle. Pero en la premura de la noche electoral se puede afirmar que lo que triunfó ayer en la Argentina tuvo que ver, entre otras cosas, con el reconocimiento de errores cometidos, con la capacidad para interpretar en el contacto directo con las personas, sus angustias y sus necesidades, pero también sus aspiraciones de un futuro mejor y diferente. Que, por cierto, no tiene ninguna relación con “haciendo lo que hay que hacer” o “este es el único camino”. Lo que las urnas marcaron ayer es precisamente que los ciudadanos y las ciudadanas consideran que hay alternativas.
Se abre la pregunta acerca de qué hará ahora el gobierno, francamente debilitado, diezmado en su poder. Antes de que el Ministerio del Interior divulgara los datos oficiales sin admitir tampoco ese fracaso, Mauricio Macri salió a admitir la derrota electoral. Pero lo hizo sin reconocer los errores y reafirmando con terquedad, para no decir con contumaz falta de realismo, que seguirá por el mismo camino. El que le mandan “los mercados”, el FMI y sus socios del mundo financiero. Sin admitir tampoco que la distancia lograda en las PASO por el FdT casi le quita adrenalina a las elecciones de octubre, sin descuidar que esa es la verdadera elección. De todos modos habrá que explicarle a la diputada Elisa Carrió que, a pesar de que ella sostenga que “la fiesta total es en octubre y hoy no me preocupa”, la fiesta popular y ciudadana ya comenzó.
Aún en medio de la euforia que generó la victoria, gran parte de la dirigencia del FdT intentó recordar que se dio un paso importante pero apenas un paso. El propio candidato presidencial Alberto Fernández reafirmó -–antes de que se conocieran los resultados- que hay que seguir construyendo un espacio de mayor unidad. Lo mismo sostuvo José Luis Gioja, el presidente del Partido Justicialista.
Seguramente lo ocurrido ayer abre nuevos capítulos para pensar la economía, sin duda, pero también la política y los modos de hacer política. No solo para dejar atrás la etapa de Cambiemos, sino para aprender también de lo hecho por las fuerzas y los dirigentes que ayer resultaron victoriosos. Sin perder de vista tampoco que –contra lo que sostiene el Presidente- una victoria del FdT en octubre será una forma de recuperar derechos. También una manera de reinsertarse al mundo… de América Latina y sus luchas, esa parte del mundo que Macri suele ignorar.