Crecí con Videla y nací sin poder, en 1983 tenía 17 y no pude votar; será por eso que atesoro el viejo DNI de tapa verde lleno de sellitos de años posteriores, y cada convocatoria a las urnas se vive con la alegría y la responsabilidad necesarias ante lo que nos fue negado tantas veces. Pero nunca había estado del otro lado de la mesita, y la convicción de que había que “cuidar cada voto” para empezar a poner fin a la devastación macrista hizo el resto.
Entonces, es domingo 11 de agosto y me presento en una escuela de Saavedra para ser fiscal por primera vez en la vida. Me toca desde el mediodía y bajo un sol brillante, un día peronista, una multitud se agolpa en la puerta. Adentro hay colas larguísimas ante cada urna pero curiosamente la mía viene bastante relajada. Será que Mariana, la presidenta de mesa, tiene una pizzería con su marido y ha sido jurado un par de veces en los carnavales del barrio: sabe manejar públicos, le pone onda y practicidad, pudo dirimir más de una diferencia entre murgas que se tienen pica y eso le da muñeca y cintura para manejar un espacio donde siempre hay posibilidades de conflicto.
De todos modos la mañana, me cuenta, vino bastante tranquila. Apenas uno que protestó de manera airada que había muy pocas boletas de un partido que en realidad tenía suficientes, e igual no pintaba que fuera a necesitar un pilón. Me cuenta eso y justo sale una señora y dice “faltan boletas, no puedo votar”. Entramos –autoridades y fiscales deben entrar juntos al cuarto oscuro- y comprobamos que están todas las boletas. No agregamos nada. La señora vuelve a entrar, sale y vota sin comentarios. Debe haber sido una distracción, o quizá la abrumó la variopinta oferta.
Igual, por las dudas después entramos a hacer reposición. El fiscal de Juntos por el Cambio, un pibe joven que tiene la suerte de no haber crecido con Videla y por eso todo esto es mucho más natural, tiene doble trabajo: sus boletas vinieron dobladas de manera que Mauricio Macri quede fuera de la vista, pero la ley indica que las papeletas tienen que estar completamente desplegadas. Al fiscal del FIT que gira por todas las mesas de la escuela también le vinieron plegadas pero en su caso lo atribuye a un exceso de prolijidad. A nadie se le ocurriría esconder a Myriam Bregman, que al final del día va a tener una aceptable performance.
En la mesa hay cordialidad. No tiene sentido mirarse de manera aviesa cuando se van a pasar tantas horas juntos, sentados en sillitas de primaria que hacen crujir las rodillas y con toda la concentración puesta en planillas, DNIs, conteos y controles. La mala onda llega con un tipo mal encarado, de gorra verde oliva y tatuajes bélicos, que saluda con un gruñido, arranca el sobre de las manos de Mariana, entra al cuarto oscuro, sale, mete el sobre con gesto marcial, manotea el DNI y el troquel y se va con otro gruñido. Biondini acaba de sumar un voto, pienso.
En eso estoy pensando cuando llega la contracara: otro muchacho de gorra. De gorra real, de dos colores, y de gorra figurada. No se tambalea ni nada de eso –ante todo, conducta-, pero cuando uno ha tenido noches de garufa sabe reconocer los signos del averiado. Se demora un rato adentro. Al salir le cuesta encontrar la boca de urna. Se empieza a ir sin recoger el DNI. Le avisamos, lo toma, sorbe ruidosamente por la nariz y se va a velocidad crucero. “Si encontramos un sapo muerto adentro de la urna ya sabemos quién fue”, le digo al fiscal de JpeC. Nos reímos. Si no hay tinte político, el humor te acerca de inmediato.
“Yo no tomé nada pero estoy viendo doble”, dice Mariana pero no, son gemelas que incluso tienen doble apellido, diferenciadas por el peinado pero por lo demás idénticas. Votan por primera vez, muy calladitas; la debutante que llega un rato después, en cambio, viene con madre y padre que filman y toman fotos, tan emocionados que no nos cuesta nada felicitarla a ella y a ellos. Votan a Alberto, de acá a la China. Esos signos también se reconocen.
Avanza el día, hay un porcentaje optimista de votantes. El temido aluvión de colgados a las 17.55 no se produce, y cuando se cierran las puertas pasaron por la mesa 267 de los 350 electores registrados. A la hora del conteo no hay motivo de discusiones: solo ocho votos nulos, ningún elemento extraño ni inscripciones en las boletas que llamen al debate (la ley dice que es válida una boleta con tachaduras y hasta con escrituras, siempre que no sean “expresiones lesivas”). En un sobre aparece una boleta de Macri hecha pedacitos. En otro hay dos boletas a presidente para Romero Feris y una para Nicolás del Caño y dos a senador, una para el Movimiento de Jubilados y Juventud y otra para el MAS. Todos coincidimos: es el voto del averiado.
Se hacen las cuentas, se firman las actas y el telegrama, se sella la urna. Fernández - Fernández derrotan a Macri – Pichetto 106 a 96. Recalde le gana a Lousteau 102 a 98, Pino Solanas a Ferraro 98 a 97. Lammens pierde con Larreta pero apenas 101 a 105. El Frente de Todos solo triunfa en otras dos mesas de la escuela, pero en ninguna pierde por escándalo. A las 20.55 entregamos todo al Correo. Mariana está cansada pero orgullosa. El pibe de JpeC no luce apesadumbrado por los datos que vuelan por whatsapp, o no quiere exhibirlo demasiado. Nos saludamos afablemente. Nos despedimos con los fiscales generales con inocultable alegría.
En casa, mientras me clavo horas y horas de televisión, me felicito en silencio: en la urna había una boleta completa de Biondini.