La serie de eventos afortunados que lo llevaron a reunir en un disco a la plana mayor del reggae mundial se disparó de una forma extraña: con un arma apuntándole a la cabeza. Mientras cruzaba el barrio jamaiquino de Trenchtown, una noche a comienzos de 2017, el productor y percusionista argentino Hernán “Camel” Sforzini se metió en las calles equivocadas y aceleró ante la amenaza del fierro con el que lo recibieron. Iba en busca de la legendaria disquería Rockers y la secuencia le hizo perder el rumbo. Hasta que escuchó una voz a lo lejos: “¡Eh, Camel. Es acá. Volvé!”. El que le gritaba era Errol ‘Flabba’ Holt, productor y bajista de los Roots Radics, una de las bandas de sesión que ideó desde sus comienzos en los '70 la arquitectura sonora del reggae. Esa noche, Flabba le presentó a Stephen y Demian Marley –hijos de Bob–, y le dejó una idea enquistada: tenían que grabar algo juntos. Esa idea quedó flotando en el aire. Hasta que apareció la otra mitad de esta historia.
La llegada al país en septiembre de 2017 de los músicos y productores jamaiquinos Sly & Robbie –quienes trabajaron con The Rolling Stones, Bob Dylan y Madonna entre sus más de doscientas mil grabaciones– cerró el círculo. Sforzini pensó que si lograba enfrentar a las dos bandas en un estudio, tendría un disco del que volverían a salir los chispazos originadores de ese sonido tan propio cultivado en la isla. “Había una competencia entre los Radics y Sly & Robbie, que hacían el mismo laburo de bandas de sesión. No como una cuestión de egos sino de crear todo el tiempo algo nuevo”, explica Camel mientras ceba mate en Afro, su casa-estudio de Lanús repleta de vegetación, rodeado por pequeñas figuras de leones y de Budas. “Les dije que ellos siempre fueron ‘la banda de...’ y que en realidad eran los hacedores del reggae. Entre los dos tenés el 70% de la historia del reggae roots. Y yo quería hacer un disco en el que pasen al frente”.
Ese disco finalmente salió a la luz este año bajo el título de The Final Battle, con un formato al estilo clash en el que cada una de las dos bandas aporta seis temas a la batalla. Y donde además desfilan leyendas del reggae como Lee “Scratch” Perry, Ken Boothe, Max Romeo, The Mighty Diamonds y Toots Hibbert de Toots and the Maytals, esa hipnótica banda a la que siempre admiró Keith Richards. “Ese estilo de enfrentar bandas en un disco estuvo en el origen mismo del reggae. Después, en los '90, se instalaron las grabaciones digitales y ahora hay una vuelta muy fuerte a la tracción a sangre”, recapitula Camel. “Se vuelve a esos primeros sonidos de soul y funk que llegaban a Jamaica por las antenas que captaban las radios de Estados Unidos, y ellos escuchaban a Ray Charles o The Temptations. Este disco forma parte de esa vuelta a los orígenes”. El album fue nominado en los Grammy en la categoría "Reggae".
Los cruces entre todos los músicos que le dan vida a The Final Battle se fueron armando con grabaciones que viajaron ida y vuelta desde calles de Lanús hasta una inhóspita montaña de Kingston, la capital jamaiquina. “Robbie & Sly se vinieron a grabar acá al estudio, y cuando entraron Robbie me dijo: 'Bueno, dame las canciones’. Yo le contesté que tenían que ser originales. Me miro un toque, y pensé que se iba a calentar y se cagaba todo”, recuerda Camel. “Hablaron con Sly y la base de Black Uhuru, que estaban acá con ellos, y arrancaron con una base que no podía más. Escupieron seis canciones y las grabaron de primera toma. Fue algo increíble. Con Flabba fue más directo, porque ya había un vínculo. Le conté la idea y me dijo ’Yo intuía que este disco iba a suceder… ¿cuándo nos venís a grabar a Jamaica?’. Terminé grabando a todos ellos allá y a Max Romeo en su casa arriba de la montaña. No me podía dar dirección porque estaba afuera del mapa. Así que lo iba llamando para avanzar, hasta que llegué. Toda eso que está detrás del disco es lo que le da un sonido muy de raíz”.
La experiencia de cubrir el espectro reggae alrededor de todo el mundo no le era nada ajena a Hernán Sforzini. Venía de armar dos compilados en los que reunió a más de setenta bandas para reversionar las canciones de The Beatles en clave reggae. El primero fue El álbum verde (2005), en el que participaron Mimi Maura, Dancing Mood, Gondwana y Nonpalidece entre muchos otros. Después vino Hemp! (2016), un disco triple de 48 canciones que fue incluido entre los diez hitos reggae fuera de la isla por el periódico Jamaica Observer. Allí, Sforzini logró mezclar a bandas locales como Los Cafres, La Zimbabwe, Los Pericos y Sig Ragga con bandas internacionales como Yellowman, Cultura Profética, Don Carlos y Steel Pulse. “En todos estos años hice una investigación viajando a todos los países que pude, a ver qué movida reggae había. En un momento ya tenía un pasaporte para entrar en cualquier lado”, dice Camel. “Encontré bandas en Noruega, Rusia, Nueva Zelanda. Lo que entendí es que hay soldados manteniendo la llama en todo el mundo, haciendo que cada vez crezca más”.
En su caso, la llama se encendió a los 12 años, cuando heredó una bandeja, un par de bafles y dos cajas con vinilos. Entre ellos había un disco de Ziggy Marley que lo hizo sintonizar en esa frecuencia y decidirse a tocar la percusión. Poco después empezó a pasar música en las fiestas de Monte Grande, su ciudad natal. A los 14 trabajaba en una disquería a cambio de discos. A los 15 se se infiltraba entre bandas como Los Pericos y Los Cafres para tocar y nutrirse del estilo. Los vínculos lo potenciaron y empezó a producir recitales: trajo al país a artistas como Groundation y Gregory Isaacs. Se convirtió a través del tiempo en un planeta reggae ubicado al sur del globo, alrededor del que orbitan los músicos que alimentan el estilo por todo el mundo.
“A todo lo que me pasó yo lo veo como si fuera un árbol: ponés las semillitas, lo vas regando y ves cómo va creciendo”, dice Camel, quien también tiene un proyecto llamado Planta & Canta, con el que ya plantó más de 300 árboles en Lanús a lo largo de 15 años. Uno de ellos junto a Lee “Scratch” Perry, luego de que grabara en su estudio las voces de “Full Moon, Plant a Tree”, el tema bisagra de The Final Battle. “El árbol creció para arriba pero también las raíces se fueron haciendo más profundas, y terminé en Jamaica haciendo este disco”.
-El reggae nació en ese microclima tan particular que es la isla de Jamaica y echó raíces en todas partes del mundo. ¿A qué se debe ese fenómeno?
-Tiene que ver con la sencillez en la ejecución del instrumento y la dificultad aparejada que trae eso. Cada uno tiene que tocar en su cadencia, no llenar de dibujos, no pisar al otro. Es un ejercicio para el ego. Diez músicos que no hacen quilombo: tocan lo suyo en el momento que tienen que tocarlo. Dejan el espacio para que todos se muestren al mismo tiempo. Es una música muy auténtica, muy de raíz. La vibración de Jamaica es muy especial. Es un lugar muy energético. Vas llegando y por la ventana del avión lo único que ves es verde. Una isla verde y nada más alrededor. Esa soledad y ese estado tan natural de las cosas es lo que hace que prenda en todos lados.