China Miéville lleva un tatuaje que sintetiza su búsqueda literaria: en el brazo, una enorme calavera con tentáculos de pulpo. Es un homenaje simultáneo, explica, a dos tradiciones de lo fantástico: la “hauntológica” o de historias de fantasmas, y la “weird”, o de historias de lo extraño. “Siento que esas tradiciones, en el pasado, apuntaban a direcciones diferentes. La primera tenía que ver con el retorno de los oprimidos, o de lo reprimido, y la otra con la erupción de lo completamente desconocido o impensable. La calavera representa a una tradición y el pulpo a la otra, en la línea de los dioses marinos de Lovecraft, a la otra”, explica. “El tatuaje significa la coagulación de las dos tradiciones que, en mi opinión, pueden convivir, y ya lo hacen”.
Desde su debut en 1998 con la novela El Rey Rata, China Miéville se dedicó a intervenir los géneros de tal manera que hoy es uno de los nombres principales en ese amplio terreno que es la ficción “weird” o extraña, es decir, la que une ficción sobrenatural, horror y fantasía con una sensibilidad más literaria que la de los géneros enfocados en su variante más pulp. Por supuesto, lo que es un relato “extraño” entra en terreno disputado dada la amplitud de su definición: Miéville define el subgénero como “una ficción macabra genéricamente resbaladiza, el fantástico oscuro --horror más fantasy-- que, con frecuencia, presenta monstruos no tradicionales, y de esta manera agrega la ciencia ficción”. Es un género que se entiende mucho mejor cuando se lee, porque una de sus características es la inquietud que provoca, un desplazamiento de lo real y el lenguaje perturbador que se diferencia ampliamente de los relatos de género más convencionales. Y su especificidad central es el interés por el espacio urbano con una clara impronta política.
Miéville es un autor particular por muchos motivos: antropólogo social graduado en Cambridge, master en relaciones internacionales de la London School of Economics en 2001 y teórico marxista --también militante: fue candidato a concejal por la Socialist Alliance en 2001 y fundó su propio partido en 2013--, siempre pensó que sería un académico y que la literatura, aunque era lo que más le importaba, resultaría una especie de pasión secreta. Sin embargo, su serie Bas-Lag, una combinación de magia y steampunk fascinante, integrada por las novelas La estación de la calle Perdido (2000), La cicatriz (2002) y El consejo de hierro (2004) resultó un éxito importante y premiado, que continuó cuando incursionó en otros géneros: el noir fantástico en La ciudad y la ciudad (2009), la fantasía en Kraken (2011), la ciencia ficción en Embassytown (2011), o la dislocación genérica de la impresionante novela corta This Census Taker (2016). A los 46 años, es de los autores de género más respetados del mundo, pero su trabajo ha llegado poco y mal a la Argentina. Por eso la aparición de su recopilación de cuentos Buscando a Jake y otros relatos en Ediciones Ayarmamot, editorial independiente que desde 2009 edita la revista Próxima, entre otras iniciativas, es un acontecimiento. Primero, porque no es una antología arbitraria: es un libro original aparecido en 2005. Y segundo, porque la traducción está adaptada al castellano rioplatense. No es el primer libro de Miéville que circula en el país: hace pocos años, la colección Línea C de Interzona publicó El azogue (2002) en traducción de Marcelo Cohen, basada en un texto de El libro de los seres imaginarios de Borges; Random House distribuye La ciudad y la ciudad en su sello Nova, y Akal Ediciones publicó Octubre. La historia de la revolución rusa (2017), su último libro de no ficción, género en el que también incursiona. En este panorama disperso, Buscando a Jake se planta con la autoridad de haber sido publicado por una editorial especializada, dirigida por la también escritora Laura Ponce.
Buscando a Jake incluye la novela corta El azogue, en traducción de Cohen, y el cómic Rumbo al frente, ilustrado por Liam Sharp. El resto son cuentos parejos y fascinantes. Como apunta Ponce en el prólogo, Miéville es un autor obsesionado con Londres, su ciudad, a tono con la tradición urbana en la que se inscribe y que comparte --con las diferencias de cada caso-- con Iain Sinclair, M. John Harrison, Michael Moorcock o J. G. Ballard. El cuento del título es hermoso e implacable. Millones de personas desaparecieron de la ciudad, de un día para otro. El narrador está medio refugiado en Kilburn, una de las zonas más afectadas. Nadie sabe qué pasó. “Fue un apocalipsis muy inexacto”, dice. Y en esta ciudad vagamente devastada desaparece Jake, gran amigo del protagonista: se evapora cuando salen de una librería. Es un cuento triste y leve, que habla también sobre cómo las ciudades expulsan cada vez más a quienes no pueden pagar el estilo de vida gentrificado, pero es sobre todo un melancólico relato fantástico sobre un fin del mundo lento y fantasmagórico. Muy distinto es el ultraurbano “Cimiento”, sobre un hombre que habla con los edificios y los escucha pedirles sacrificios de seres humanos. “El pelotero” es un aterrador cuento sobre una niña fantasma en el patio de juegos de un shopping a las afueras de Londres; también puede considerarse un relato de horror “Detalles”, sobre una mujer que vive encerrada porque extrae profecías de una mancha de humedad. La paranoia está presente en “Mensajero”, con un protagonista que cree recibir instrucciones secretas y puntos de entrega; también en el genial “Cielos diferentes”, donde una ventana nueva, recién adquirida, da hacia Londres en el pasado. “Entrada extraída de una enciclopedia médica” es un falso informe científico sobre una palabra que infecta: el lenguaje como virus es un tema favorito de Miéville; también lo es el neoliberalismo y su locura, que está presente en “Noche de paz”, sobre una Navidad privatizada. Quizá el mejor cuenta sea “Informes sobre diversos sucesos acaecidos en Londres”, donde un personaje llamado Miéville –claro alter ego-- recibe un paquete con documentos que refieren a “callejones errantes”, calles asalvajadas que aparecen como espectros en la ciudad y luego desaparecen, fantasmas de pasajes empedrados, algunos muy antiguos, que pueden ser peligrosos, porque a veces pelean entre si o atacan a los caminantes: “Mi calle está bostezando”, escribe, “y pronto se sacudirá como un zorro, olfateará el aire y se marchará donde quiera que vayan las calles asilvestradas cuando no están descansado, conmigo y con mis vecinos zarandeados en su lomo como pulgas”.
La ciudad, la paranoia urbana, los excéntricos que se ocultan en los edificios grises, los informes burocráticos, las teorías críticas y filosóficas usadas como material para la ficción especulativa, el steampunk, los monstruos, el desamparo social, la crítica al capitalismo: todo eso convive de manera desafiante en la ficción de China Miéville, un escritor que merece una publicación más cuidada de su poderoso trabajo. Buscando a Jake es el mejor punto de partida para que quienes aún no conocen sus perturbadores e inteligentes libros.