Desde Barcelona
UNO Ayer mismo Rodríguez pensó una de esas cosas completamente raras a la vez que singularmente normales que se le ocurren una semana sí y una semana también. Rodríguez pensó en que era muy extraño el que todas y cada una de las palabras --en cada uno y todos los idiomas-- alguna vez hayan sido nada más que sonidos sueltos. Sonidos finalmente reunidos por la tan simple como compleja necesidad de tener que nombrar algo o de definir un sentimiento o de explicar una determinada situación. Ruidos que, de pronto, cobraron sentido para así pagar con la mejor y más valiosa moneda de todas: la del significado. Pero no había --hasta dónde Rodríguez sabía-- una explicación puntual a por qué al ayer se lo llamaba ayer. O hier o ‘ams o ieri o gestern o hierau o zuotian o yesterday. Y no, por ejemplo, amor: ese juego que era tan fácil de jugar cuando se lo recuerda desde el hoy pero creyendo siempre en el ayer.
DOS Y el ayer es ese tiempo y lugar y estado mental al que Rodríguez se la pasa regresando: un sitio cada vez más grande y donde caben cada vez más cosas a olvidar mientras se promete no olvidarlas teniendo en claro --Maurice Blanchot dixit-- que “No encontrarás los límites del olvido, por lejos que puedas olvidar”.
Y es en las vacaciones cuando el ayer pica y duele en las orillas del pensamiento como la más viva de las aguas. Y entonces --queriendo escaparse de la cárcel del presente-- es que se anudan sábanas para fugarse desde el ahora hacia el entonces.
TRES Y “Yesterday”, claro, como esa canción de The Beatles. La primera en ser grabada (junto a cuarteto de cuerdas arreglado por George Martin) por uno de los Fab Four a solas. Y, seguro, con “Yesterday” --piensa Rodríguez-- es que de algún modo comenzaron los problemas para el tomorrow de la banda y --nada es casual-- "Yesterday" es uno de los tracks del álbum Help!. Esa canción que le llegó a McCartney en un sueño y votada como la mejor del siglo XX y la que más versiones tiene, porque siempre hay una manera de cantarle en presente a lo que ya pasó pero nunca se irá.
Y Yesterday es también el título de una película estrenada no hace mucho. Rodríguez ha postergado el ir a verla por su trama. Una idea que se le había ocurrido a él hace ya tiempo mientras pensaba en cómo no se le había ocurrido a nadie. Y, claro, Rodríguez no hizo nada con ella salvo pensarla. Una idea más del redactor publicitario que es Rodríguez que del escritor que Rodríguez nunca llegó a ser: la de un mundo en el que, de pronto, desaparece todo rastro de The Beatles y de su obra. Así que va a verla recién ahora: el preciso día en que se cumplen cinco décadas de que se tomase aquella icónica foto de The Beatles cruzando Abbey Road para un disco donde --entre reproches por dinero que se reemplaza por "funny paper"-- se canta la despedida de un "Una vez hubo una manera de volver a casa", pero ya no, ya nunca más: sólo se podía retroceder volviendo a cruzar esa calle en sentido contrario siempre y cuando se lo hiciese de inmediato. Porque solo se puede recuperar un ayer que ha tenido tiempo y lugar apenas hace unos segundos. El resto es pura reinvención en reversa.
Y lo que hicieron el director Danny "Trainspotting" Boyle y el guionista Richard "Cuatro bodas y un funeral y Notting Hill" Curtis es una de esas one-joke movies apoyándose en el amor eterno de la memoria imborrable de todo un planeta por esas canciones de esos cuatro eternamente jóvenes de Liverpool. En Yesterday, las canciones de The Beatles son el equivalente al personaje de James Stewart en It’s a Wonderful Life y --nada es casual-- acaba de anunciarse que McCartney compondrá las canciones para un musical de Broadway basado en el clásico de Frank Capra. Y, sí, un mundo sin The Beatles --como una Bedford Falls sin George Bailey-- es, claro, un mundo peor. Empezando por el hecho de que allí Ed Sheeran parece ser lo más importante que está sucediendo en la historia de la música popular. Y no: Yesterday (la comedia) no es muy buena. Y cuesta creer en ella. Y lo mejor de todo es, por supuesto, su letra y música a las que ni siquiera los covers que le inflige Himesh Patel consiguen estropear. Y desilusión añadida: contrario a lo que Rodríguez había visto en los avances, en ninguna de las escenas del film aparece la actriz cubano-española Ana de Armas. La chica que Rodríguez descubrió por primera vez en una serie española llamada El instituto; que posteriormente lo deslumbró como la hologramática Joi en Blade Runner 2049; y quien, ya sido anunciado, será la próxima Bond Girl.
De regreso en casa --cortesía de internet-- Rodríguez lee que el personaje de Ana de Armas fue sacrificado en el sala de montaje porque enrarecía la love story de la pareja protagónica (y, sí, Rodríguez no hubiese dudada más allá del primer segundo: adiós Lily James, hola Anita). Y quédense ustedes con Úrsula Corberó y déjenme a Ana, piensa un desarmado Rodríguez al menos una vez al día. Antes de todo eso, Ana de Armas es otra de las varias actrices en las que Rodríguez cree encontrar vestigios de su prima argentina y muerta pero para él inmortal Mirta Rodríguez.
CUATRO Emma Stone --la voz de Emma Stone-- es otra de las que a Rodríguez le recuerda a Mirta. Y también demoró en ver la serie de Netflix Maniac. Y ahora se acuerda de verla. Allí, de nuevo, el viejo tema del ayer como aquello envuelto para regalo en el papel del hoy y que, en ocasiones, no gusta para nada y no admite cambios: tan solo reescrituras más o menos creíbles y convincentes hasta que un día ya no se sabe cómo fue que pasó lo que sigue pasando. Y hay amor, sí: pero el amor entendido como algo infantil y peligroso. Y de ahí y no en vano, piensa Rodríguez, que los mismos amantes de lo amoroso --todos esos escupidos por Cupido-- no dudasen en representarlo como un bebé desnudo y volador amenazando con descentrar a los implicados haciendo centro con un arco y flecha. Allí, en Maniac, algo de Terry Gilliam y de Spike Jonze y de Michel Gondry y de Charlie Kaufman; pero --como siempre-- nada más y nada menos que otro ladrillo en la pared del cada vez más monumental Philip K. Dick Memorial ante el que tantos se arrodillan para pedir prestado sin pedir permiso.
Después, Rodríguez ve y escucha una conversación entre Jerry Seinfeld y Ricky Gervais en la que el inglés dice no entender todas esas tramas de sci-fi regresiva en las que se construye una máquina del tiempo para viajar al pasado y llevar a cabo el complejo plan de matar a Hitler en el momento de su máxima gloria. Entre carcajadas, Gervais se pregunta por qué --con la máquina ya construida-- no retroceder unos cuantos años más y estrangular sin tantas complicaciones a Baby Adolf en su cunita. Rodríguez se ríe al oírlo, pero también se dice que Gervais no entiende lo más importante: cuando uno piensa en lo que pasó o no lo piensa de manera nunca simple y siempre complicada aunque canturreando aquello de que el amor era, ayer, algo tan fácil a lo que jugar.
Lo que "Yesterday" --la canción-- no advierte, claro, es que el jugar no implica necesariamente el salir ganando y reencontrarse; porque también está todo eso del quedarse adentro, perdiendo y perdido, más jugado que jugando.