Desde Río de Janeiro
El pasado lunes, una subsidiaria del estatal Banco do Brasil abrió inscripciones para productores audiovisuales interesados en captar patrocinio. En tiempos de sequía absoluta, la iniciativa fue recibida como una señal de alivio para el sector.
Sin embargo, ese alivio duró casi nada. Es que en el más puro estilo de las censuras dictatoriales, la convocatoria incluyó, en la ficha de inscripción de los eventuales candidatos, las siguientes preguntas: ‘¿la obra tiene característica religiosa o política?, ¿la obra hace referencia a crímenes, droga, prostitución o pedofilia?, ¿serán exhibidas escenas de desnudo o sexo explícito?’.
El mismo documento informa a los interesados que no serán beneficiadas obras "que incentiven el uso de bebida alcohólica, cigarrillos u otras drogas", "tengan carácter religioso o sean promovidas por entidad religiosa", o "que tengan carácter político-electoral-partidista".
No se informa cuáles serán los parámetros de análisis.
La verdad es que no se trata de una extravagancia aislada, iniciativa infeliz de algún funcionario queriendo lucirse con sus jefes. No, no: la medida refleja a medida exacta la concepción de un gobierno encabezado por un ultraderechista que no pierde oportunidad de reiterar no solo su desequilibrio como su más olímpica ignorancia. Bolsonaro y sus secuaces tienen a la cultura, la educación y las artes como enemigos a ser destrozados a cualquier precio y lo más rápido posible.
Desde el retorno de la democracia, en 1985, hubo un solo periodo – cuando Fernando Collor de Mello asumió la presidencia, en 1990 – que se intentó destrozar el cine brasileño en particular y las artes en general. Fueron tiempos duros, pero el sector logró recuperarse en poco tiempo.
Luego del golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, el cleptómano Michel Temer tuvo, entre sus primeras medidas, liquidar el ministerio de Cultura. Hubo resistencia por todo el país, y el gobierno dio marcha atrás.
Pero comparado con lo que Bolsonaro pretende, tanto Collor como Temer son ejemplos de civilidad. Enemigo de cualquier tipo de pensamiento, está decidido a imponer su voluntad sin medir esfuerzos o admitir límites.
Sobran ejemplos. La inmensa mayoría de las universidades nacionales disponen de recursos para sobrevivir hasta el mes que viene. Las becas de alto nivel no tienen cómo sobrevivir a este agosto. No es que no haya una señal de luz en el horizonte: no hay horizonte.
¿Faltaba algo en la batalla del mentecato contra las artes y la cultura? Sí: faltaba restablecer una censura falsamente moralista y verdaderamente abyecta. Ahora ya no falta más.
Bolsonaro, que dispara bestialidades a velocidad de un sheriff de las películas de vaquero, avisó: es necesario imponer un filtro en defensa de los valores familiares.
¿Cuáles son esos valores?
Los que él y su clan de alucinados decidan.