De transformación. De promesa de futuro. De creación. Pero, sobre todo, de amor. Y más aún: de entender que el acto de la enseñanza tiene que ver profundamente con “dejarse querer”, según describe emocionado su tarea el director de esta escuela. De todas estas cosas habla Un futuro posible, el conmovedor documental de Carolina Scaglione que narra la historia de la secundaria técnica creada por la Universidad de San Martín, con su flamante sede en Villa Lanzone, “bien al fondo” de José León Suárez, muy cerca del Ceamse y su basura. “Que el fondo sea el frente. Ponerlo mejor para el que está peor”, son algunas de las ideas que guiaron la construcción de esta escuela, en este lugar.
Un futuro posible llevó más de tres años de trabajo, dos de seguimiento cotidiano con las cámaras dentro de la escuela. Si le cabe el adjetivo conmovedor al resultado, no es porque tenga que ver con un apelativo a lo sensible, o a lo dramático. Las historias de los pibes y pibas de esta escuela son duras, claro está. Nacieron y crecieron al margen del margen, allá al fondo, donde se acumula la basura. Sus familias, de hecho, viven de esa basura, del cirujeo por generaciones. Pero la película elige poner el foco no en ese contexto, que también se explicita, sino allí donde comienza a abrirse para cada historia una posibilidad. Esa chance que no a todes les viene dada.
“El poder transformador de la escuela y de la educación”, dice sin dudar Scaglione que es lo que más la impactó de esta experiencia. PáginaI12 la entrevistó junto a los directivos de la escuela: Martín Perdriel, Andrea Biscione, Alejandro Bergara. Aunque hay cargos jerárquicos (director, vicedirectora socio educativa, vicedirector académico) prefieren ser presentados, sin más, como un equipo. Que se completa con docentes, asesores pedagógicos, coordinadores socio educativos. Con las organizaciones barriales con las que la escuela está fuertemente enlazada. Con las familias y con los propios alumnos. Y, claro, con la Universidad de San Martín, que asumió la propuesta lanzada desde el Ministerio de Educación en 2014, y no solo transformó el territorio que ocupa: también se vio, ella misma, transformada por esta escuela y sus estudiantes.
“Los hechos que se narran a continuación fueron registrados durante la etapa fundacional de la escuela secundaria técnica de la Unsam, entre 2016 y 2018. La escuela nunca es igual a sí misma; se construye día a día”, advierte la película en su inicio. Y es que la mirada pedagógica que estos educadores populares han impreso a este proyecto la vuelve distinta, cada vez. Lo que buscan, justamente, es transformarse en ese andar, explican. Antes de tener la sede propia comenzaron atrabajar juntándose en una esquina de José León Suárez, y llevando a los chicos a las clases en San Martín. Hoy siguen yendo los viernes al campus de la universidad, y tienen clases en sus laboratorios, como también se ve en la película.
El documental va abriendo un relato coral de la experiencia, en el que no hay protagonistas excluyentes, sino integrantes de un colectivo que se va expresando. “La primera bandera es el derecho a la educación. Ese derecho es que nuestros pibes tengan lo mejor. La Unsam está tratando de dar lo mejor para esos pibes, profesores y familias. Y para eso hay que luchar”, dicen, por ejemplo. Y también: “Estos pibes se escaparon del sistema y tenemos que traerlos de nuevo. Que estén adentro va a servir para reformar ese sistema, si en algo se equivoca en expulsar a estos chicos. Son ellos los que nos van enseñando la manera de hacer escuela”.
“Ese primer año fue muy duro. Creo que ganamos la pulseada porque los pibes se dieron cuenta de que los queremos de verdad”, recuerda un maestro. “Teníamos toda una idea, nos hacíamos un montón de ilusiones. Y cuando llegaron los pibes, todo eso se nos vino abajo”, se ríe otro. Orgullosamente se presentan como educadores populares. De algo están seguros: “Hay que reinventar la educación. Y esto requiere estar dispuesto a desaprender para re aprender”. Hablan de justicia curricular. De pensamiento situado, de pedagogía de la presencia. Lo hacen parados en una realidad que tiene a la basura como fuente laboral y como modo de subsistencia, también como principal factor de contaminación y de deterioro de la calidad de vida.
La película sigue a los chicos y docentes desde que izan por primera vez las banderas argentina y whiphala, con la canción “Cada uno de nosotros vale”, del grupo Pampa Yakuza: “Cada uno de nosotros vale, y más vale todavía que estemos juntos”. Hasta el acto de egreso de la primera cohorte, en la Universidad de San Martín. “También podemos. Estamos acá en la universidad y es re flashero. No nos salvamos solos. Somos compañeres y estamos todes en la misma”, dice Maxi, flamante egresado, con el inclusivo de corrido. Maestro, fotógrafa, psicopedagoga. Los deseos para el futuro se abren. La película se termina y ese final es esperanzador, como la escuela.
Ya fuera del film, se vivió otra gran emoción: fue cuando hicieron la proyección de la película en la escuela. Invitaron a los chicos, las familias, los vecinos. Actuaron León Gieco y Pampa Yakuza, cuyos temas suenan en la película. Hubo música, baile, fiesta. Los docentes y la directora todavía se emocionan al recordarlo. “Fue el sueño cumplido”, resumen.
-¿Cómo empezó todo?
Martín Perdriel: -Esta escuela nació en 2014 por un convenio entre el Ministerio de Educación y las universidades del conurbano, también con la UBA, en Lugano. La idea era organizar escuelas secundarias universitarias para los cordones más empobrecidos. Ese guante lo tomó Quilmes, Avellaneda, Gral. Sarmiento, la UBA y San Martin, cada uno con su impronta. A la nuestra se le dio la orientación técnica, en industria de procesos. Y la decisión de la universidad fue poner el edificio principal en el fondo de José León Suarez, pegado al Camino del Buen Ayre y muy cerca de la montaña del Ceamse. Esa decisión fue muy fuerte. Llevamos cinco años y medio de escuela, y el año pasado tuvimos el primer grupo de egresados.
-Un momento muy emocionante de la película es el final, con el acto de colación de esos primeros egresados. ¿Cómo lo vivieron?
Carolina Scaglione: -Nunca filmé un momento más intenso. Fue una fiesta larga, con muchas etapas. Y tremendamente emotiva.
Andrea Biscione: -Empezó en la esquina de José León Suárez, donde nos juntábamos cuando todavía no había sede. Hicimos juntos todo ese recorrido, hasta llegar a la universidad. Ahí empezó la ceremonia, y todos queríamos hablar, desde el rector de la universidad, el secretario académico, pasando por el director de la escuela, las organizaciones sociales, alguien de las familias. Y los mismos alumnos. En muchas de esas familias, estos chicos son los primeros que terminan el secundario.
Carolina Scaglione: -Se tomaron el hermoso gesto de marcar las características de cada chico que egresaba. A cada uno le dedicaban unas palabras, lo retrataban, eso fue hermoso y emotivo. Y eso de juntarse en la esquina e ir todos juntos en tren, lo quisimos incluir en la película porque resume cómo funciona la escuela, de forma tan comunitaria.
Martín Perdriel: -Y en ese momento de la peli se escucha bien el lema que eligieron los chicos y que cantaron ese día: “Y ya los ves… Que nadie se salva solo acá en la Unsam”. Es una síntesis perfecta de un modo de entender la educación: lo contrario a tratar de zafar para llegar, como sea. Llegar con el otro.
La película también muestra un recorrido curricular distinto al de la escuela tradicional. ¿Cómo lo concibieron?
Alejandro Bergara: -Desde lo pedagógico, estamos convencidos de que hay que partir desde el sujeto. No son fundamentos que vinieron en un librito. Se fue construyendo, navegamos y construimos al mismo tiempo. Esta no pretende ser “la” experiencia que muestra lo que hay que hacer: es una experiencia, la nuestra, para este momento y este contexto. Y lo que buscamos es que ese contexto entre al aula, que problematice las disciplinas. Para eso necesitamos docentes con capacidad de desandar, desaprener lo que traen construido para mirar otros saberes que hay en la comunidad. No es fácil, claro, ni lineal. A veces nos vamos del aula peor de lo que entramos. Pero también sabemos que podemos lograr algo distinto.
-También se ve lo contrario: la escuela yendo mucho al barrio.
Alejandro Bergara: -Los chicos salen todas las semanas a la comunidad, al hospital, a las casas. Pero no van con el afán de decir: hay un problemita de salud, vamos a ayudar (aunque también lo hacen, y muy bien). Vamos a encontrar sujetos que aporten prácticas sociales diferentes. Estamos en un contexto de mucha muerte, de mucho dolor, mucha angustia. Pero vemos que en nuestra comunidad no solamente hay muerte: hay prácticas sociales que renacen, emancipadoras, inclusivas, productivas. Ahí vamos, a esas prácticas. Cómo no vamos a ir a la cooperativa, cómo la industria de procesos no se va a juntar con el reciclado y con los cirujas. Nosotros tenemos que correr el riesgo de vincularnos con esas prácticas sociales, y que esas prácticas entren a la comunidad. Eso es lo que busca esta escuela.
Andrea Biscione: -Recuperar esos saberes del territorio, que sabemos la comunidad los tiene, aunque estén atravesados por los fracasos y la angustia. Trabajamos con pibes y pibas que no son los estudiantes que el docente espera encontrarse en un aula. Son pibes y pibas, a los que les pasan un montón de cosas, y además les pasa la escuela. Y no renegamos con eso, justamente es lo que queremos, encontrarnos con eso que traen los jóvenes. Que eso nos haga interpelar en nuestras prácticas educativas. Que nos ponga incómodos. Y cuando ya empezamos a estar muy cómodos, ¡es porque algo estamos haciendo mal! (risas). Son pibes que no tenemos que adaptar a la escuela, es la escuela la que tiene que adaptarse.
Martín Perdriel: -Por ejemplo: La basura es el lugar donde viven nuestros pibes. Sus padres y abuelos han sido cirujas. ¿Quién sabe más de la basura, yo que soy profesor de Historia y Filosofía, o ellos? Tienen un saber incorporado, tendrán que organizarlo un poco para expresarlo, pero lo tienen. ¿Qué relación tiene eso con la biología, la ciudadanía, la salud? De ahí vamos a partir para abordar esos temas.
-Y como realizadora, ¿qué la sorprendió de todo esto mientras hacía la película?
Carolina Scaglione: -Que desde una escuela pública haya una transformación tan profunda. No solo de los chicos que pasan por esta experiencia, sino de todo el territorio. Eso me impactó desde el comienzo y me sigue impactando: el poder transformador de la escuela y de la educación. Y esta necesidad tan imperiosa de que se cumpla el derecho a la educación en un territorio. La tarea que hacen estos docentes desde un profundo amor, es tremendamente emocionante en lo cotidiano. Junto a la productora Florencia Petersen, que fue fundamental para la película, realmente pudimos ver, en estos años de registro, cómo ese vínculo amoroso transforma toda una comunidad. Están todos transformados, y seguirán transformándose.
Martín Perdriel: -Sí. Yo siento que los docentes estamos transformados. Mejoramos humana y profesionalmente. Crecimos. Yo no soy el mismo tipo de hace cinco años. Y es que la clave de la educación está en dejarse querer. Ese es el punto de partida. Cuando vos te dejás querer por los pibes, las familias, los compañeros, a partir de ahí se produce el proceso de educación. Está totalmente ligado al vínculo. Los pibes también hacen todo un proceso de dejarse querer. Llegan ariscos, recelosos, desconfiados, hasta que les ganás el corazón hay todo un camino. Es un proceso liberador, por eso también decimos que los saberes liberan.
-Al ver todo el trabajo resumido en la película, ¿de qué se enorgullecen?
Andrea Biscione: -(Se emociona). Nos sentimos muy orgullosos de la construcción. A esta escuela la vimos crecer, como a nuestros hijos. Fue una construcción en equipo, y eso es muy difícil, lograr un diálogo de muchos, dejar aparecer voces. No solo de profesores y docentes, también de familias, territorio, universidad, las otras escuelas del barrio, los mismos chicos. Lo que nos dicen con palabras, con gestos, con acciones…
Alejandro Bergara: -La película registra muy bien una característica de la escuela: que sale mucho. Al museo, a la universidad, a las fiestas del barrio... No es un hongo aislado en el barrio. Los docentes lo caminan y ese es mi orgullo: Hay una generación de educadores de unos 30 años, que nacieron en los bachilleratos populares, en el Plan Fines, y que comienzan a ver en las políticas públicas un espacio donde ellos también pueden ser protagonistas.
-¿Qué la enorgullece de su película?
Carolina Scaglione: -Para mí era una gran responsabilidad mostrar este proceso en su profundidad. Me alegró saber que ellos se sintieron bien reflejados. Un documental sin dudas es un recorte, tiene tu mirada, tus decisiones, ponés la cámara de una manera y no de otra... Y para mí era muy importante ser respetuosa de este proyecto, hecho con tanto compromiso y tanto amor. El orgullo es que me digan que la película los refleja.