Luego de la paliza electoral en las PASO , Mauricio Macri llamó a la población a votar en octubre teniendo en cuenta la reacción del mercado , que se derrumbó por todos los frentes en la apertura del día después. En el razonamiento del Presidente, lo que es malo para los inversores sería automáticamente malo para los argentinos y argentinas. En consecuencia, el derrumbe financiero debería hacer repensar el voto. Pero resulta que el “mercado” se compone de un amplio conjunto de grupos de interés cuyo comportamiento responde a la búsqueda de beneficios que no tienen por qué coincidir con el bienestar del pueblo argentino.
Tampoco son agentes inocentes que mirando pantallas buscan entender la realidad, sino que por detrás de los inversores hay intereses creados, con el caso más claro de las calificadoras de riesgo (que inciden en las decisiones) o las consultoras políticas en las recientes PASO. Pero incluso si no hubiera intereses creados y se tratara solamente individuos de buena fe que buscan ganancias, el mercado se comporta de manera intrínsecamente irracional, como quedó demostrado en los sucesivos estallidos financieros a nivel global que marcaron el rumbo de las grandes crisis económicas.
“El mundo”, “el mercado” o “los inversores” son los categorías que usa el Gobierno para definir a supuestos actores económicos que miran lo que pasa con racionalidad y certezas y que a partir de allí toman decisiones. No tienen inclinaciones políticas ni están influenciados por grupos con motivaciones políticas y sus intereses coinciden con los del pueblo argentino. Mauricio Macri los conoce, por eso los interpreta: “nos están mirando con atención” y “quieren saber si los argentinos apostamos al futuro o volvemos al pasado”, traduce el mandatario.
Sin embargo, la idea que Macri tiene del mercado financiero y que quiere implantarle al electorado es un absurdo por donde se lo mire. En uno de los rincones del mercado están las calificadoras de riesgo, que son firmas que siguen operando en el mercado pese a protagonizar fiascos estruendosos. El prestigioso economista norteamericano Paul Krugman escribió en 2010 que para muchos puede ser “reconfortante pretender que la crisis financiera --de hipotecas subprime de 2008-- fue causada solamente por errores honestos. Pero no fue así. Fue, en gran parte, el resultado de un sistema corrupto. Y las calificadoras de riesgo fueron una gran parte de esa corrupción”. Las calificadoras ponen nota a los títulos de la deuda argentina y a partir de allí tienen influencia en los actores económicos globales. El negocio de esas empresas opera en un oligopolio en manos de Moody’s, Fitch y Standard and Poor’s.
Otro actor ineludible del mercado es el Fondo Monetario Internacional, que como punta de lanza del gobierno de Donald Trump prestó apoyo incondicional a Mauricio Macri. Si bien la necesidad de reestructurar los pagos de los próximos años es inevitable tanto para Macri como para Fernández, la inclinación política del FMI y de los Estados Unidos para que la Argentina encare reformas estructurales regresivas para el pueblo, como la reforma previsional y la laboral hace pensar que sería más fácil un acuerdo del Fondo con Macri que con Fernández. En principio, esta hipótesis del mercado es apenas una conjetura. Y si fuera así, los beneficios de tal acuerdo de Macri con el FMI ni siquiera están claros para la mayoría de los argentinos y argentinas, más bien lo contrario.
Similar a lo que ocurre con las calificadoras de riesgo en el mercado financiero global, los encuestadores y medios masivos del escenario local guiados por la cercanía ideológica con el Gobierno o por negocios directos con el oficialismo, esbozaron en las últimas semanas un escenario de optimismo electoral que las urnas se ocuparon de destrozar. Eso hizo que se produjera una mejora ficticia de los títulos, por lo cual la caída fue mucho más abrupta. El viernes antes de la elección se produjo una suba del 10 por ciento o más en las cotizaciones. Estos juegos de pasillo y operaciones también son parte del “mercado” que Macri alaba.
Los bancos nacionales y extranjeros instalados en el país también son fuertes jugadores del mercado, con capacidad para incidir en precios de bonos, acciones y en la cotización del dólar. Y difícilmente pueden alinearse sus intereses con los de trabajadores y jubilados. De hecho, los bancos son principales beneficiarios del esquema de tasas de interés siderales, las mismas que hunden día a día a pymes y destruyen empleo.
Pero incluso si el mercado financiero fuera
impoluto, repleto de pequeños inversores cuyo interés está perfectamente alineado
con el del país, su comportamiento no es racional. Por lo tanto, sus señales
deberían tomarse con pinzas. El economista post-keynesiano Hyman Minsky escribió en su momento que hay un movimiento natural del sistema financiero a asumir
cada vez mayores riesgos, algo que explica la recurrencia de las crisis
financieras y de las burbujas especulativas.