Oda a la equivocación
Sin arte, la vida sería un error; pero sin “errores”, acaso no habría arte. Al menos, siguiendo la línea rectora de Don’t! Photography and the Art of Mistakes, muestra que inauguró recientemente en el Museo de Arte Moderno de San Francisco, en Estados Unidos, enalteciendo la equivocación en la fotografía. Presunta equivocación, sobra decir, porque remacha la exhibición que lo que antaño fue considerado una falla luego devino intencional y rompedora búsqueda estética de artistas que deliberadamente rompieron reglas, desafiaron convenciones. Para pruebas, imágenes de Florence Henri, Lisette Model, Man Ray, Otto Steinert, Jacques-Henri Lartigue, Lee Friedlander, Dorothea Lange, entre tantísimos otros, cuyas obras engalanan Don’t!..., donde la doble exposición, el desenfoque, la distorsión, la solarización, los ojos rojos, los rayos de luz, la sombra del fotógrafo sobre lo retratado no son un traspié: son un efecto buscado. “Los manuales de fotografía para principiantes del siglo 19 y principios del 20 decían, por ejemplo: ‘Que tu sombra no salga en la toma, ¡lo arruina todo!’ Consejos que más tarde fueron desoídos por quienes se convertirían en los grandes maestros del siglo 20. Man Ray, sin más, hizo todo lo que estos libros aseguraban que no debía hacerse”, explica el curador de la exposición, el reputado Clément Chéroux, ex-director del departamento de fotografía del Pompidou Centre. Que con la propuesta que ha montado en el SFMOMA invita a examinar las definiciones cambiantes de fotografía “buena” y “mala”, considerar cómo han ido evolucionando los gustos mientras el medio se ha ido transformando. Y acaso concluir que no hay máximas definitorias sobre cómo se saca una excelente foto, porque como sostenía Henri Cartier-Bresson, “hay dos cosas que no se pueden enseñar: sensibilidad e imaginación”, y son, sobra decir, las más vitales.
Asedio cinematográfico
Las macabras mentes del diario San Francisco Chronicle han dado forma a una propuesta siniestramente encantadora: el SF Disaster Movies Project, que mapea la destrucción de San Francisco en el cine. “Hollywood ha lanzado todo tipo de maremotos, monstruos, naves espaciales, simios hiperinteligentes contra la ciudad: casi una película por año en el siglo 21 ha presentado a San Francisco bajo ataque. Así que estamos construyendo una guía de supervivencia, registrando el daño de la destructiva historia cinematográfica que pesa sobre este enclave del oeste de Estados Unidos”, anota la publicación, que permite que cualquier vecino ponga su dirección en su buscador para chequear si efectivamente su hogar ha perecido en tal o cual film. “¿Está pensando en tomar un trabajo en el rascacielos Transamerica Pyramid? Es un lugar seguro para estar en caso de desastre de ficción. Solo encontramos una película, Terminator Genisys, donde el edificio cayó a pedazos, y fue por una explosión nuclear que, en realidad, arrasó con toda la ciudad”, ofrece la -inutilísima- web, que sugiere dónde vivir y dónde no vivir para evitar ser víctima de desastres de mentirillas. El distrito financiero y el barrio Telegraph Hill, por caso, son un no, no, a su decir; zonas residenciales como Bernal Heights y Hunters Point, un rotundo sí. Por lo demás, provee el SF Disaster Movies Project de pormenorizadas rutas. Qué circuito arrasó Godzilla en el homónimo film de 2014, con dirección de Gareth Edwards; qué tipo de daños generó; cuántas manzanas sufrieron su paso: todo está precisado en el sitio. Que aplica símil mecanismo en títulos como Star Trek: Into Darkness (2013), The Hulk (2003), It Came From Beneath the Sea (1955), y así. “Mientras Hollywood continúe haciendo volar a San Francisco por los aires, seguiremos haciendo estos mapas”, aclaran desde las arcas del diario, que no han naufragado por tsunami fílmico. Aún.
Larga vida al pulque
“Una leyenda negra ha perseguido al pulque por más de 100 años”, sentencia el diario español El País sobre esa bebida tradicional mexicana que tuvo, antaño, su época de gloria, considerado elixir de los dioses, asignándosele toda suerte de propiedades: afrodisíaco, estimulante, cura para casi cualquier mal (desde el insomnio hasta la diabetes). Con una tradición de -por lo menos- 2500 años a cuestas, fue hasta comienzos del siglo pasado la bebida alcohólica más consumida del país azteca, proveniente de la misma familia de plantas que el mezcal y el tequila (el agave) aunque elaborado por fermentación, no destilación. Pero cayó luego en deshonra, acusado de ser “la mejor arma empleada por gobiernos caducos para provocar el embrutecimiento de los pueblos”, de ser “veneno”, “el causante determinante de la criminalidad”, “antirrevolucionario”, “anacrónico”. En Ciudad de México, donde antes había varias miles de pulquerías, ahora subsiste apenas un puñado, unas pocas decenas que resisten a la injusta fama de su desprestigiado producto, catalogado de segunda categoría en el mejor de los casos… Empero, como advierte el mentado medio ibérico, “la tradición del pulque ha encontrado un nuevo refugio en el primer museo especializado de la capital”. Y es que, desde hace unos pocos meses, existe el Museo del Pulque y las Pulquerías en Ciudad de México, con salas que precisan el proceso de producción, la historia, el legado cultural, los mitos que rodean a la bebida desde tiempos prehispánicos. Un lugar que, según su directora, Allín Reyes, se pretende “un punto de encuentro para que la gente conozca a esta bebida y deje atrás todas estas leyendas y prejuicios”. Punto de encuentro con aspiraciones reivindicativas, claro está, porque confía la mujer que haya repunte para el pobre y denostado brebaje. “Es similar a lo que pasaba con el mezcal, que era lo peor de lo peor y hoy la gente lo reconoce, lo busca y lo consume. Humildemente, creo que el pulque va en esa misma dirección”, confía doña Reyes, invitando a empinar el codo para degustar el elixir grumoso, puro o curado con apio, nuez, piña, avena, guayaba, mazapán…