Ganadora del David de Donatello al Mejor Documental, Santiago, Italia es la segunda película que Nanni Moretti filma en ese registro. La primera había sido La cosa, de 1990, sobre el momento en que el mítico Partido Comunista Italiano dejó de existir, para dar pie a una nueva entidad política. Ahora “la cosa” transcurre en el extranjero. Pero según como se vea, Santiago, Italia puede ser leída como espejo inverso de la más estricta actualidad política italiana. Lectura cuya pertinencia el propio Moretti reconoce, aunque está lejos de imponer. No hay una sola referencia directa que posibilite esa comparación en el texto mismo de Santiago, Italia, conmovedora historia de solidaridad en medio de una realidad atroz. ¿Solidaridad? La propia palabra es inconcebible en la Italia de Matteo Salvini, que en lugar de acoger a los necesitados, como hizo en 1973 la embajada de su país en Chile, los expulsa.
En esta entrevista, el realizador de Habemus Papa cuenta cómo fue que se le ocurrió filmar por primera vez en su carrera fuera de su país (de su ciudad, incluso), cómo hizo para seguir entrevistando a militares que negaban el carácter sanguinario del golpe chileno, cuál es su ética como documentalista frente a los hechos narrados, de que trata su nueva película de ficción y, por supuesto, cuál es su posición en relación con la actualidad italiana.
-Usted es básicamente un cineasta de ficción, pero no es la primera vez que aborda el género documental. ¿A qué atribuye esa alternancia?
-Alternar entre películas de ficción y documentales, entre presupuestos limitados u otros más grandes, favorece una buena gimnasia mental, mantiene el cerebro despierto. Y eso es importante a partir de cierta edad.
-¿Cómo vivió el golpe de Pinochet?
-Yo era muy joven, tenía 20 años… Después quedó atrás, no volví a recordarlo. Creí, al plantearme la película, que esto interesaría sólo a los viejitos como yo. Me equivoqué. Ya en las avant premieres de Santiago, Italia me di cuenta de que ese sueño de toda una nación, borrado violentamente por un golpe militar, despertaba un fuerte interés en los jóvenes.
-¿Qué razones lo llevaron a abordar ese episodio, casi medio siglo después?
-Estando en Santiago de Chile, dos años atrás, descubrí lo que me pareció una bella historia italiana. Fue el embajador de mi país el que me contó del albergue que la embajada dio en su momento a los perseguidos, tras el golpe de Pinochet. La historia cobró una nueva perspectiva cuando la situación política italiana cambió con la llegada al poder del ultraderechista Matteo Salvini, que como se sabe viene acumulando poder de forma espeluznante: Ministro del Interior y Vicepresidente del Consejo de Ministros en Italia, y reciente ganador en las elecciones al Parlamento Europeo. Una gran parte de nuestra sociedad tomó una dirección opuesta a esos valores de solidaridad y empatía hacia el otro.
-Esos fueron los valores exhibidos por la diplomacia italiana tras el golpe de Pinochet.
-Exhibidos por los integrantes de la delegación diplomática italiana en ese momento, diría yo. Los individuos, y no el sistema político italiano, hicieron la diferencia. Fueron dos jóvenes diplomáticos italianos los que tomaron de inmediato la decisión de dar asilo a los perseguidos. El proceso político chileno venía siendo observado con atención en Italia, en tanto representaba un nuevo camino para la izquierda. Allende había llegado al poder mediante elecciones democráticas, al contrario de los modelos soviético, chino y cubano, que eran de partido único. La Unión Popular chilena presentaba, además, un paralelismo en relación con el sistema político italiano de posguerra, basado en la coexistencia entre la democracia cristiana, el comunismo, los socialistas, los católicos de izquierda… Forzando un poco las cosas, podía imaginarse una analogía entre ambas formas de poder. Aunque por supuesto la Italia de los '70 era un país rico, en comparación con la realidad sudamericana.
-La experiencia chilena de socialismo por la vía democrática jamás se repitió en otra parte del mundo. En vistas de la situación global, parecería perdida para siempre.
-No hay por qué perder las esperanzas. Ahora, la realidad… eso es otra cosa. En cuanto a eso, lo que puedo decir desde mi lugar de observador es que la crisis económica, la crisis de las clases medias y el carácter delictivo de la izquierda, combinadas con ese horror que son Internet y las redes sociales, jugaron un rol crucial en el ascenso de los Salvini, Trump y Bolsonaro.
-¿Cómo se sintió frente a los dos militares a los que entrevista en la película, que no dan signos de arrepentimiento en relación con su participación en el golpe?
-Mi propósito no era denunciar sino comprender. Me incomodó su posición, pero lo que yo necesitaba en ese momento para la película era una entrevista completa. Debía mantenerme concentrado. No imparcial, tal como le aclaro a uno de ellos, pero sí tranquilo. Por la misma razón, no doy orden de corte ni intervengo cuando Rodrigo Vergara se emociona al recordar las muestras de solidaridad que recibió al llegar a Italia. Como cineasta, se requiere tomar distancia, disociarse en relación con el tema, los personajes o las circunstancias que se narran. No es cuestión de convertirse en protagonista, a la manera de Michael Moore. Mi forma de respetar a Rodrigo en ese momento no consiste en tenderle una mano, sino en mantenerme en silencio frente a su sentimiento.
-¿En qué momento decidió qué película que quería hacer?
-En el montaje. Recién ahí le di una forma al material y también una línea narrativa. Hasta ese momento entrevistaba gente y no sabía qué iba a hacer con las entrevistas, cómo las iba a usar. ¡Filmé 40 horas de entrevistas! Un presupuesto previo que sí tenía era el de evocar lo que sucedió a través de la memoria viva de quienes de uno u otro modo participaron de ello.
-Santiago, Italia habla de refugiados, fronteras que se cierran, solidaridad ante ellos. ¿Qué relación cree que tiene esto con el presente italiano, europeo en general, en el que se les niega asilo a los emigrados de países pobres?
-Si hay una relación, la película jamás la plantea de forma explícita. Creo que son asociaciones que en tal caso debe hacer cada espectador. Lo que puedo decir es que cuando empecé el rodaje no había advertido ningún paralelismo entre esa situación y la actual. Recién después me di cuenta y comprendí que la película podía asumir un segundo sentido, del que hasta entonces no era consciente.
-En ese momento, la sociedad italiana, incluido el gobierno, recibieron a los emigrados chilenos con los brazos abiertos. Actualmente, el primer ministro italiano prohíbe la entrada al país de los refugiados y amenaza con hundir a los barcos de las ONG que los acogen.
-Es una comparación que la película no plantea. Pero lo que se cuenta puede llevar a pensarlo, sin duda.
-Filmó un documental sobre la transición del PCI, tras la caída de la URSS. Ahora éste. En Aprile está el famoso fragmento en el que le pide con desesperación a Massimo D’Alema, líder de la coalición de centroizquierda que se presentó a las elecciones de 1998, que diga “algo de izquierda”. ¿Se considera un cineasta político?
-Prefiero considerarme un cineasta humanista. En Europa Occidental, la democracia parece un valor adquirido y definitivo, pero en verdad es una planta a la que hay que regar todos los días. Advierto un proceso de hipnosis colectiva que genera miedo. Los problemas económicos dominan el debate sobre el tema de la inmigración. Cuando la película se estrenó en Italia, unos meses atrás, tocó al público. No hubiera imaginado reacciones tan intensas. Vivimos una época tan extraña que este documental sobre una experiencia política y social sucedida en un país latinoamericano más de cuarenta años atrás deviene un gesto político fuerte. No pretendo incidir sobre la intención de voto, pero mi posición política está clara. Al menos así lo espero.
-En los años '80, filmaba a razón de una película por año, ahora lo hace cada tres. ¿A qué se debe esa dilación?
-No es fácil encontrar un tema que justifique la realización de una película. Después de mi película anterior, Mi madre, que es de 2015, dejé caer dos proyectos. Me pareció que no funcionaban. Puedo asegurarle que me gustaría ir más rápido, porque a partir de cierta edad uno ya no sabe muy bien cuánto tiempo le queda para hacerlo. Ahora estoy en fase de posproducción de una película basada en una novela de un autor israelí. La novela se llama Tres pisos, la película se va a llamar igual, y el autor es Eskhol Nevo. La novela se desarrolla en Tel Aviv, pero me pareció que podía trasladarse perfectamente a cualquier ciudad italiana. Roma, por ejemplo. Es la historia entrecruzada de tres familias que viven en el mismo edificio. Actúan actores muy conocidos, como Margherita Buy, Riccardo Scamarcio, Alba Rohrwacher y Stefano Dionisi, y yo me reservé un papel. Espero estrenarla antes de fin de año o comienzos del próximo.
Traducción e introducción: Horacio Bernades