La experiencia de caminar por la calle minutos después de la conferencia del lunes fue tan clarificadora como terrorífica: pibxs revolviendo basura, familias enteras resguardadas del frío en los andenes del subte, ojos tristes buscando una mirada cómplice que en el paso apurado de las peatonales porteñas pudiese leer la desesperación de quien pide algo para comer ¿Y a quién le pedían? A otrxs que, agotadxs de un día más de trabajo, volvían a sus casas sabiendo que sus salarios valdrían mucho menos que el día anterior. La revolución de la alegría vino a redistribuir, por abajo, la tristeza.
Y sí. Del otro lado de la suba del dólar y los capitales que vuelan, crece la miseria. Toda devaluación es una redistribución del ingreso a favor de quienes tienen su patrimonio en dólares y en contra de quienes tenemos ingresos fijos en pesos. Es tan absurdo como automático. Cuando las luces de las pizarras que marcan la cotización en la city porteña se apagan y los funcionarios vuelven con sus choferes a sus casas, miles de personas duermen en el piso y comen sólo si dan con algún gesto de caridad.
Nuestros festejos duran poco porque el neoliberalismo enseguida nos recuerda que deja huellas profundas y difíciles de borrar. Al deseo ilimitado de liquidez del capital que satisface el mundo financiero, como lo describe Fréderic Lordon, se le opone la nula libertad de quienes ni siquiera tienen ingresos. “Que muchos argentinos se incorporen a la posibilidad de trabajar”, dijo Macri el lunes revelando la precariedad de su promesa. La incertidumbre para las mayorías, las certezas y las garantías para unos pocxs.
La alegría breve en el neoliberalismo
El domingo de sol y de sorpresas, de jolgorio, de sonrisas y abrazos, de la felicidad de saberse parte de una mayoría que le dijo basta al atropello de la derecha argentina, se fue deshaciendo mientras despegábamos los párpados con las primeras noticias de la semana. Cielo gris, lunes negro. El dólar tocaba los sesenta pesos. Nuestra moneda se devaluaba un 25% en apenas unas horas y abría paso al pánico, confirmando que en este neoliberalismo financiarizado la alegría puede huir tan rápido como los capitales especulativos.
Un Macri enojado golpeaba la mesa repitiendo su mantra: la única verdad son los mercados. Ellos no se equivocan, lxs votantes sí. Durante estos 3 años y medio todas las medidas económicas fueron preparando el terreno para que quedemos, efectivamente, a merced de “los mercados”, que no son cinco tipos con cara de malos. Son más bien un puñado de reglas que indican como administrar nuestros cuerpos para garantizar la ganancia de unos pocos. Las verdades del mercado no son otra cosa que las recetas que nos llevaron a tener un presupuesto que prioriza ante todo el pago de intereses de la deuda, que pasaron de ser el 6% del presupuesto en 2016 a 18% en 2019. Un presupuesto que redujo en un 30% lo destinado Educación y cultura, un 27% lo destinado a Ciencia y técnica. “Estamos mucho mejor parados que en el 2015, porque tenemos energía, tenemos rutas, autopistas, empezamos a exportar, tenemos instituciones que funcionan mejor y fuerzas de seguridad que nos cuidan”, repitió durante la conferencia. No pudo dar una sola cifra porque cualquiera lo deja en evidencia: sólo mirando los segmentos que él mismo señaló, se cae la mentira. El presupuesto en energía es un 60% menor en términos reales que en 2016, el de transporte un 36%, en cloacas y agua potable un 60%.
Es el manual del neoliberal. No es la desaparición del estado, ni mucho menos la retracción de su poder. El problema no son los fondos carroñeros que especulan, el problema es el sistema que los deja hacer y deshacer. Y en esto, Argentina fue incluso más lejos que los vecinos que el presidente menciona como ejemplares (Chile y Colombia) quienes sí guardan algún grado de control sobre los capitales que ingresan a sus países, como la gran mayoría de las economías del mundo. Acá, en cambio, no hay regulación alguna: pueden entrar y salir cuando lo desean. Las consecuencias saltan a la vista.
Durante toda la campaña, el presidente alimentó expectativas de debacle si él no era reelecto: o continúa la alianza Cambiemos o será el caos. Lo escucharon, le creyeron y ante el resultado, “el mercado” respondió. Es culpa de quienes se expresaron en las urnas, insistió el presidente. Muchxs calificamos esto como terrorismo financiero: disciplinar ante el terror de que se produzca una recesión mayor.
Ese placer de niño rico
Ya imposibilitado por completo para usar el marketinero lema “pobreza cero”, el lunes nos contó que ese día pasábamos a ser “más pobres”, incluyéndose en un plural no sólo absurdo sino también mentiroso para quienes tienen sus fortunas en paraísos fiscales. Hubo que esperar al miércoles para escuchar las disculpas de un presidente que dijo que se equivocó en tratar de estúpidxs a lxs votantes: estaba triste y sin dormir. Sus excusas son violentas y violenta es también su solución: limosna hasta octubre para comprar votos, como niño rico y caprichoso que considera que su billetera todo lo puede. Pero no está administrando su bolsillo sino los fondos públicos. Aún así la repartija pareciera responder al microtrargetting: se preguntaron cómo distribuir de la manera más eficiente para recuperar votos. No hay un criterio de redistribución del ingreso ni mucho menos un cambio en el rumbo económico.
La cuenta rápida que sacaron dio como resultado que había que complacer a parte de la clase media que supo votarlo, a las fuerzas de seguridad y en última instancia, a quienes más necesitan un alivio. De las medidas anunciadas, el 74% se destina a trabajadorxs registradxs con ingresos medios o altos; el 14% a beneficarixs de AUH y el 3% a trabajadorxs estatales y fuerzas de seguridad, a quienes se les pagará un bono de $5000. Para trabajadorxs no registradxs sin hijos, por ahora nada (“la mejor manera de llegar a los trabajadores informales o los desocupados es a través de los beneficios para sus hijos” dice el comunicado de prensa, destilando estigmatización y lógica familiarista. Lxs otrxs grandes ausentes del paquete de medidas son la gran mayoría de lxs jubiladxs (aquellxs que no pagan ganancias), para quienes no se comunicó ningún beneficio.
Lo que anunciaron, en otras palabras, fue la distribución de la pobreza. Las medidas no llegarán a compensar lo que perdimos en sólo un día de megadevaluación. Y además mantienen intactas las bases de su modelo: apertura irrestricta del mercado de capitales, fragilidad del tipo de cambio y un esquema tributario regresivo (reducen ganancias mientras se licúan los impuestos que pagan los agroexportadores, fijos en pesos, que hasta ahora no fueron modificados).
Son promesas de alivios efímeros, no son derechos. Apenas parches para que la rueda gire sin explotar hasta octubre. En momentos como estos, tenemos la enorme responsabilidad de recuperar nuestra historia y conocer el pasado para evitar que se repita. No queremos ni una gran tragedia ni una miserable farsa. A un pueblo organizado y alerta se le teme. Nos quieren disciplinadxs pero como ha enseñado el feminismo, volveremos a decir, que esta vez el miedo cambie de lado.
*Economista Feminista.
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