¿Ustedes me echan la culpa? No me hagan reír, yo canté primero. Los culpables son ustedes, los que se emocionaron en el cuarto oscuro al elegir una boleta que no tenía mi rostro en calma; ustedes son los culpables por sentir esa vaga emoción cívica cuando ponían el sobre en la urna y no era con mi boleta; ustedes son los culpables al creer que se podía elegir cualquier cosa y no la papeleta que los iba a llevar, desde esas escuelas destartaladas en las que votaban, directamente al Mundo. Sí, al Mundo. ¡Si era tan fácil!
Ahora me acusan, pues como siempre el salvador recibe las pullas de los mafiosos. ¿No fue suficiente que le mostráramos como procede el Tigre Verón? Me dicen de todo, que pedí que me defiendan sin argumentos, que no se necesitaba demostrar nada sino solo mostrar mi foto tomada con una insinuante risa sarcástica. ¿No percibieran las nuevas formas de hacer política? Sigan, sigan otorgándome responsabilidades por la corrida del dólar, cada artículo en que quieren demostrar mi locura --es cierto, apenas la insinúan, porque muchos no se animan a hablar claramente--, en realidad fortalece mis decisiones. Hasta escuché que me delaté a mí mismo cuando dije que si me vuelvo loco, soy capaz de cualquier cosa. ¿No se dieron cuenta que son advertencias con las que les facilito la crítica, pero que al declararla les anticipo que esa crítica es inútil? ¡Cómo pisan el palito!
Como siempre, no me entienden, y me alegro, al estadista de anticipación no lo entienden las pobres criatura que viven solo en presente. ¿Me volví loco? Los que lo dicen, no hacen más que repetir frases mías sin darse cuenta que el loco no es consciente de serlo. Esa es su fuerza, mi fuerza. ¿Hago cualquier cosa? Es verdad, pero ahí apelo a la diversificación semántica, igual con mi célebre frase napoleónica “pasaron cosas”. ¿Quién no las dice? Hablo el idioma popular, que también es el de los filósofos. Pasaron cosas. ¡Qué frase para disfrazar la decisión de la indecisión! Aprendan progresistas, su inocencia es hija de un Kirchner, un Alfredo Palacios, un Alfonsín o un ... ¿cómo se llama? ¿Me olvidé de alguien? ¿Pichetto? ¿Belgrano? ¿Pinedo? ¿Juan José Paso?
Lo que cunde en el mundo es la incerteza... mejor dicho, la incertidumbre, como bien dijo mi ministro de Educación, hoy sabio senador en su egregio silencio. ¿Cómo se llama? Sí, ya se, Bullrich... ¿creyeron que también estoy desmemoriado? No tengo memoria extensa, la mía es como un balazo, un momento único y punzante. De alguna manera cultivo la desmemoria, sí, porque los desmemoriados son los estadistas del futuro. ¡Tanta memoria! ¡No perciben el olvido, que es el verdadero consuelo de la gente! Ahora, chúpensela... sorry, se me escapó. Ahora, lo digo mejor, acepten la culpa. ¿Me echan a mí la culpa? ¿Quienes? Los culpables del pueblo argentino, que hasta ahora yo pensé que se dedicaban serenamente a fabricar cerveza artesanal. Insensatos, no saben lo que dicen. ¿Creen que la quiebra de la economía del país, la extinción del país mismo, es un juego de niños paranoicos que se divierten haciendo mal? ¡Ingenuos! La cosa va mucho más allá. Es una obra colosal, a la que apliqué mi talento todos los días, sin faltar uno solo.
¿No me vieron el primer día bailando en el balcón como a mí me gusta, dislocando el cuerpo, dando pasos de palmípedo, poniendo mi rictus favorito, el sátiro que pocos perciben en mi aviesa mirada oblicua, incluso cuando lloro? Es mi modo político. Dicen que lo tomé de las clases de Durán Barba. No, eso afirman los que me desvalorizaron y yo dejé correr esa superchería. El pobre ecuatoriano creyó reinar sobre mi conciencia. Jamás. Todas las innovaciones políticas las hice yo, yo dije que se vayan dormir... ¡a todo un pueblo! No puedo creer hasta dónde llega mi lucidez, mi carácter burlón. ¿Qué presidente mandó a dormir a tantos millones de personas, a una hora en que seguramente le harían caso? ¿Qué solo obedecieron los taxistas que trabajan de día? No importa, en los manuales de ciencia política del Cardenal Newman se va a estudiar esa frase y la van a comparar con la de una marcha que nos hacían cantar, creo, un general a caballo que al parecer era la voz de un gran jefe que a la carga ordenó.
¿Y yo? Ordené la dormidera general, preparé la corrida bancaria, culpé a varios millones de personas, un formidable abuso de la estadística, y ni siquiera hubo que ordenar el ataque. Se hacía solo, bastaba con no impedirlo. “Deje correr la cosa Sandleris, que pasen cosas”. Era el Mundo que hablaba por mí, que los castigaba a los aceitosos personajes que no me votaron, eran muchos, lo sé, pero he aquí al mundo, al mercado, a los que pertenezco como la avispa pertenece a la orquídea, porque le transporta el polen. ¿Dónde escuché este ejemplo? Seguro, mientras ustedes dormían por mi orden. ¡El Mundo, formidable, castigando a un pueblo mandándoles la inundación! ¡Qué digo! Carajo, si no se inundaba más...
Los que me desobedecieron todavía quieren probar que la culpa fue mía, alegan que una votación democrática solo produce democracia, que un desbarajuste financiero se explica porque precisamente la mayoría se manifestó contra ese modo de poner a todo un país bajo la dependencia de financistas sin rostro, funcionarios que diagrama desdichas colectivas. ¿Querían estar en el mundo, con Despegar.ar? Entre paréntesis, cómo me gusta esa propaganda “Al Mundooooo”. Bueno, así no lo lograrán, si no me votan se hunden, se masacran, se pierden la república que con tanta insistencia (un poco me cansa, no se lo digan a nadie) promulga al Doctora Carrió. Llamen al ecuatoriano: querido Durancito, ¿cómo fue que me dijo el otro día? ¿Qué hay una eximición compulsivo-negativa? ¿El culpable se castiga al echarle la culpa a los demás, porque él también se hunde con todos? No lo creo, son todos unos muertos de frío, valga la metáfora, para los que dicen que no sé emplearlas.
Cuando venga a salvarnos el Mundo --poderoso caballero, aunque se le debe pasar el enojo que le produjimos--, quizás tengamos suerte y nuestro país de dormilones se incorpore en forma estable, ya en la otra orilla del río, ahora convertido en la circunscripción continental de Falklans Company, que pondrá una cadena de supermercados de productos marítimos, donde a los clientes nos llamarán por nuestro propio nombre, como en Starbucks. Ahora, que vengan los analistas de mis tendencias patológicas a decime que algo no salió bien.