Si alguien todavía se está preguntando de dónde salen tantas chicas que caminan de la mano, que se besan en pizzerías y transportes públicos, si alguien imagina un cultivo de lesbianismo que prendió mágicamente en el siglo XXI, deberá revisar muchísimas escenas que pasó por alto, volver a las aulas. Buscar en el tacho de la basura o en la oficina de la dirección las cartas que se tiraron y los suspiros que se prendieron fuego. Se soprenderá de por qué echaron a aquella profesora sin previo aviso, por qué llamaban tan seguido a los padres de una alumna ejemplar y aprenderá cómo es que lo que se llamó amistad, parentesco o mera casualidad, en realidad era una historia de amor de aquí a la China.
La performance que Adriana Carrasco y Gabriela Elena, compañeras de escuela en los años 70, presentan este sábado es una visita guiada a esas zonas de la vida en dictadura. Lesboprotoplasma es una documentada y amorosa visita a los patios y a las aulas, revisión de toda una curricula que fue parte de la educación sentimental de las señoritas en el siglo pasado. Quien se asomea esta clase, se topará de frente con lo que siempre estuvo: protoplasma identitario y erótico, un juego de seducciones entre alumnas, profesoras, madres y aledañas, disciplinado por toda una oscuridad de época.
Pero si además, alguien del público en general, ya sea un empleado de subte, jueza o juez, o un mozo rectificador, se siente con derecho a perturbar la escena, se las tendrá que ver con todas. Aquí están, alertas y unidas, las que lo son y las que lo fueron antes.
ALUMNAS: ¡TOMEN DISTANCIA!
Desde el tocadiscos que salta y emite un ruido a fritura bien de época, llega el chan chan de una marchita. En el escenario, dos señoras sin cabeza pero perfectamente identificables por sus trajecitos sastre, pañuelos al cuello y escarapela en solapa, custodian el salón de actos. Están intactas, como lo que eran entonces y lo que siguen siendo ahora: dos piezas de museo. La directora y la vice con apellidos donde nunca faltaba el "de" tienen el porte estricto que les da el maniquí en el que se inspiraron, la percha, la autoridad.
Las dos protagonistas de esta historia, Adriana y Gabriela, empezaban la escuela secundaria cuando además empezaba la dictadura militar. Ahora, medio siglo más tarde pasan al frente. Y es en esta primera escena, cuando las vemos aparecer, obedientes y emocionadas a paso firme y a la voz de "izquier/ derech, izquier/ derech", caemos en la cuenta del gran préstamo que ha venido tomando la institución escolar a la épica castrense. Boletines, comunicaciones, actas e inspecciones, amonestados, notas firmadas y firmas autenticadas, izar la bandera, pasos marciales.
La historia que van a contar, sin ir más lejos, comienza con la marcha de Ituzaingó, donde seguramente estaría emplazada la escuela en cuestión. Es que hubo un momento en que todo se expresaba con marchas, por el mundial de futbol, por el estudiante, por las malvinas, por la patria. Tomar distancia en la fila para entrar al aula, tomando distancia, sentarse y ponerse de pie para saludar a la profesora. Y para mirarla mejor... En el recreo se jugaba al policía y al ladrón o a la "mancha", los cumpleaños eran "asaltos" donde como gran desplante de libertad se podía ir vestido "de particular". "Si el guardapolvo estaba corto nos detenían y nos arrancaban el dobladillo…" recuerda Gabriela mientras Adriana asocia "libremente": "En 1974, contra el paredón de atrás de la escuela, las Tres A asesinaron a Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos del basural de José León Suárez. Años después una profe de gimnasia nos hacía trotar ahí."
El relato que se va enlazando con los aportes de estas dos ex alumnas en clave documental a través de material de archivo y de recuerdos personales , citas y notas al pie sobre el contexto político, es tan didáctico como desopilante, tan melodramático como perturbador, como cuando en el laboratorio tocaba diseccionar a un sapo querido. Memoriosas aunque se nota que no estudiaron de memoria, nostálgicas pero jamás condescendientes con ningún pasado, las ex alumnas, tiza en mano, vienen a hablar de amor.
¡QUEREME!
Las autoridades que llamaron al orden a estas alumnas "raras" o "especiales" habrán leído y si no leyeron habrán aspirado el aire patologizante que supo insulflar el pedagogo positivista a los primeros años del siglo XX, Víctor Mercante, que se ocupó como ninguno de la identificación de las lesbianas o uranistas.
La alumna Carrasco cita un fragmento de una de sus obras más famosas que se vuelve uno de los momentos más graciososo de la puesta. Claro que pierde toda su gracia de inmediato cuando reconocemos en el tono, un discurso presente en los seguidores de Bolsonaro y compañía, o cuando encontramos el nombre de Mercante aún hoy al frente de muchísimas escuelas del estado a lo largo del país. Mercante decía cosas como esta: “La psicopatía que voy a tratar, el uranismo extático, es una perversión sexual que produce ese HEBETISMO aniquilante de la obsesión, tan funesta al desarrollo mental. La HOMOSEXUALIDAD FEMENINA no es por lo común impulsiva; hay una predisposición morbosa a mantenerse contemplativa y romancesca. Gracias a relaciones de familia, porque la mujer honesta es, en sus amores, discreta y recatada, pude, con sorpresa, constatar que el uranismo pasivo constituye en los grandes internados de educación, una epidemia. Acerca del uranismo impulsivo no tengo datos."
Para alegría del público, la que se ajusta a la perfección al modelo de la uranista impulsiva es su compañera, Gabriela, la enamoradiza y cantora de la dupla que arranca con un primer enamoramiento a los 12 años. Su objeto de deseo era la señorita Liliana, "linda, alta y muy joven, 24 años". El topico de la diferencia de edad se repite en todas las secuencias donde como de una galera van saliendo las profesoras que corresponden equívocas, directas, o con toda la carne al asador y es fuente de erotismo para esta alumna que cada vez que caía en estado amoroso escribía una canción de amor. "Lo sigo haciendo… En aquel tiempo, las canciones de amor a mis profesoras hablaban de “amistad”, era de la única manera que se podía mencionar ese amor que no cabía en ningún lado."
Gabriela Elena ha venido con guitarra en mano , y así es que matiza, como reforzando su testimonio, con fragmentos de canciones propias y ajenas. Igual que hacía el el personaje de Marilina Ross en Piel naranja por la misma epoca, cuando el amor que no podía decir su nombre se le hacía cada vez más lejano. Marilina rasgaba como loca la guitarra y yendo y viniendo a calentar agua aullaba "Quereme tengo frio", con el pelito corto de La Raulito recién filmada. Gabriela, lo mismo y en vivo.
Adriana, menos romántica pero no por eso menos tortón patrio, regresa sobre una sutil historia de encubrimiento entre profesoras, como un modo de proteger a la alumna de una exposición que en esos años podía costarle mucho más que las risas y las burlas de sus compañeros. "Me acordé de aquel espectáculo en el salón de actos. Yo ya sabía que vos eras como yo. Una torti siempre tiene un pucho a mano."
Cada tanto vuelve el tono didáctico dirigido a las nuevas generaciones, las chicas se convierten en profesoras cuando preguntan muy sabiondas de que en el público raramente puedan hallar respuesta a preguntas del estilo: “¿Ustedes fueron a la Casa de las Lunas? La profesora Carrasco completa el bache que ella misma ha creado: Era una casa lesbofeminista con actividades y bailes para las que no activaban. En Las Lunas pasaban música colombiana cantada por mujeres. María del Pilar (mi vieja profesora) había ido al baile de aquella noche. Le dije: “¡Señorita María del Pilar! ¿Qué hace acá?” Y ella se puso a llorar. Nos abrazamos un toque y bailamos. Después no volví a verla."
Con la ñata contra el vidrio de ese espacio subjetivo que Eve Kosofsky Sedgwick llamaba el closet de cristal, pero esta vez desde el lado de afuera, Adriana y Gabriela revisitan la escena del crimen, hacen el identikit de quienes lo habitaban, cómo fue construído y también las estrategias solidarias para el éxodo. Todo lo contrario de aquellos discursos vaciados de sentido de los actos escolares, todo lo contrario de un relato individual recluído de la vida cotidiana en dictadura, Lesboprotoplasma despliega con dolor y gracia la experiencia tortillera de aquellos años en que la noticia de una joven militante política asesinada podía volverse un objeto de burla, tan banal y trivializable como la historia de aquella desubicada que un día dio una caricia a destiempo o se le escapó del cuaderno un poema de amor.
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LESBOPROTOPLASMA. Performance: el control sobre las lesbianas en la escuela Normal, durante el terrorismo de Estado. Entrada gratuita; Sábado 17 de agosto. 19 hs. Tierra Violeta. Tacuarí 538 CABA