Las finanzas, los medios concentrados, el chat de la elite empresarial, los dueños del campo, los operadores judiciales de los law fare, los servicios de inteligencia internacionales, el fondo monetario, los gobiernos de Estados Unidos y Brasil, las derechas regionales, tenían un candidato. Tenían un candidato y agitaban alrededor de la continuidad de un plan de despojo. Tenían un candidato y lo revistieron de todos los apoyos, abrieron las canillas de los préstamos, lanzaron declaraciones altisonantes, pagaron jueces y medios. Pero lo que en otros países viene funcionando, aquí se encontró con resistencias, siempre anduvo chueco, le pasaron cosas. Vale recordar eso que pasó para comprender la fuerza, nuestra fuerza, que se opuso a esa conjunción de poderes. Vale recordar para saber que esa fuerza es múltiple, heterogénea, compone tonos y banderas y que está en la base de un triunfo electoral como el que se anunció en las primarias.
A los meses de asumir el mal gobierno, Bonadio citó a la ex presidenta en Comodoro Py. Corría abril de 2016. No fue sola. Fuimos centenares de miles. Llovía. Esperamos. Estuvimos para decir que esa mujer era parte de un colectivo capaz de defenderla. Un poco invertebrado, quizás, pero intenso y fiel. Lejos de ser la escena de una derrota era la de una decisión colectiva. Sin esa multitud, el destino era la prisión. Ese año y los siguientes los feminismos movilizados mostraron que la masividad del 3 de junio del año anterior no era golondrina que no hace verano sino puro inicio de algo formidable: las movilizaciones más grandes, festivas y rupturistas de la época. Sin cesar. Cuando la CGT andaba remoloneando, se declararon huelgas feministas. La desobediencia transformó vidas, cuerpos, afectos, vínculos. Inventó mundos. En mayo de 2017 la Corte Suprema sacó una medida que dejaba en libertad a los genocidas, al computarse 2x1. Millones estuvimos en las calles para decir que no. Retrocedieron, aunque muchos jueces aprovecharon el nuevo clima para dar prisión domiciliaria a los militares. A fin de ese año, peleamos la reforma previsional. Literalmente. Los sindicatos, muchos de ellos templados en la pelea contra los despidos y la defensa de las fuentes de trabajo, fueron el nervio de la movilización. El gobierno desplegó las fuerzas de seguridad y lanzó un fuerte operativo represivo. Logró votarla con el Congreso sitiado. Pero su proyecto de reformas quedó truncado y el desguace de los derechos laborales no fue legislado. Al año siguiente, el país se sacudió por la discusión sobre la legalización del aborto. Miles de jóvenes se politizaron en esas calles y apostaron a tejer con otres, a pensar sus vidas con relación a lo colectivo, a desplegar una ética nueva. La mayoría del Senado dio la espalda a ese reclamo. La ofensiva restauradora fue por las leyes existentes, para penalizar el aborto por causales, y las pibas quedaron mascullando rabia.
El cuerpo colectivo conoce flujos y reflujos, entusiasmos y desamores, pero cuando aparece deja huella, se marca, en las existencias individuales. De ninguna de esas conmociones se sale igual y a veces una derrota queda como inscripción resistente, aprendizaje y deseo. Una elección no es, como pensaba Sartre, el momento en que todo eso se anula (el saber de la lucha de clases, las tramas colectivas que sostienen las peleas, decía) para reponer un acto solitario e individualista, puro pacto y concesión al orden. Las urnas tienen pasadizos que las comunican con las políticas callejeras y los movimientos sociales. Pero también desplazan, transforman, convierten. En las PASO vimos la fuerza amasada en la calle estos años, la perseverancia del movimiento plebeyo argentino que se reconoce en el peronismo, la articulación electoral del sindicalismo de la economía popular, la capacidad de producir escenarios nuevos que signó al kirchnerismo. Confluyó lo que no siempre confluye. Una lucidez colectiva cosió los retazos y las fuerzas dispersas en el grito hastiado contra un gobierno que no cesa de expropiar.
¿Qué senderos hay entre candidaturas y plazas, entre movilizaciones masivas y actos electorales? Nada de causa y efecto, más bien confluencias, pasajes, refuerzos, torsiones. Muchos son los motivos de los votos, y prima por estas horas la idea de un voto realista, dictado por la heladera, salido de la necesidad y del desempleo. Ese voto economicista no sería incompatible con la ideología meritocrática y securitista de las elites que nos mal gobiernan. Pero, ¿no indica otra cosa, no surge de otros ríos, ese caudal de votos? ¿No dice también de las resistencias y de las imágenes de otra sociedad en juego? ¿No trae, con el voto juvenil, los esfuerzos de millones de pibxs que imaginan otra sociedad? ¿Nuestro voto no fue amasado en las plazas después de la derrota, en las movilizaciones que sostuvimos, en las tomas de las escuelas, en la defensa que muchxs trabajadores estatales hicieron de sus ámbitos de trabajo, en la transformación de la idea de trabajo que hicieron los paros feministas? Conceder primacía explicativa solo al argumento económico es privarnos de entender de donde surge la fuerza que no es sólo defensiva. Es, también, fundadora y deseante. Olvidar la dimensión de organización y articulación política que produjeron alternativa para la conjunción de votos de toda índole es privarnos de comprender la singularidad de esta traducción que hoy se opera.
El gobierno reaccionó ante nuestra fuerza agitando el miedo. Llamando al terror de los mercados. Sus escenas siempre son las del pavor. En las últimas semanas se muestran con chalecos anti balas y dejan ver francotiradores. Para acentuar el terror, corrida cambiaria. Pero también porque su lógica es la del desguace y la ganancia sin fin, la expropiación de las riquezas colectivas y de los esfuerzos y trabajos. Nunca estuvo tan desnudo el rey. Ni tan mal dormido, nunca se notó tanto su servidumbre y su deshonor. Del otro lado, tenemos esta coyuntura singular, más virtud que fortuna, y el entusiasmo tembloroso de estar viendo la derrota popular de un experimento sostenido de las derechas mundiales. Lo que suceda aquí, le habla también al mundo.
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