El fútbol femenino que irrumpe desde abajo genera transformaciones culturales. En la Villa Cildañez, en Parque Avellaneda, hay una organización que le puso nombre a lo que hacen y desean con una pelota en los pies: Fuerza y Voluntad. Angeles Calizaya, que tiene 14 años y es hincha de Boca, juega ahí y cuenta que para hacerse futbolista tuvo que luchar: "En mi casa a mí no me dejaban venir, me decían que el fútbol era para hombres, que me iban a lastimar. Y la luché. Por eso estoy acá".
Fuerza y Voluntad es un grupo que se armó a partir del trabajo de Mónica Aguilera y Guadalupe García, que hicieron un curso de liderazgo que se dictó para mujeres del barrio y decidieron armar un proyecto de fútbol. Las dos tenían un pasado como jugadoras: Guadalupe usó la número 5 en la Selección boliviana en su juventud y Mónica fue arquera en equipos que armaba con amigas. Hoy tienen 48 y 52 años, respectivamente, y entrenan a un colectivo de 45 niñas y adolescentes que viven en el barrio y que eligen el fútbol como el deporte donde desarrollarse.
Los martes y los jueves entre las 17 y las 21 horas se entrena Fuerza y Voluntad. Juegan en una de las cinco canchitas públicas que están en el cruce de la Avenida Eva Perón y San Juan Bautista de la Salle, en Parque Avellaneda, un barrio de casas bajas que elude con elegancia el ritmo caótico de la Ciudad.
Ahí conquistaron el territorio. Cuatro años atrás, cuando comenzaron con este sueño, quisieron echarlas de la cancha: les robaban las pelotas, las corrían, las prepoteaban, las amenazaban. Querían hacerles creer que el fútbol no era para ellas.
Mónica recuerda que cuando arrancaron venían sólo cinco nenas. Difundieron la actividad de boca en boca, juntaron plata para imprimir volantes, los repartieron. Terminaron esa primera temporada con 25 chicas. Hoy son casi el doble y cada vez se suman más. Además, a esta escuelita también vienen 20 varones, así que a veces juegan partidos mixtos.
"En el barrio hay muchas niñas y hay que contenerlas. Nosotras vivimos acá y conocer el territorio es clave porque conocés también a las familias, los problemas de cada una. El fútbol es todo para ellas y es un espacio social y de empoderamiento también. Les gusta este deporte un montón. Si vos les decís que hay que estar a las 7 de la mañana para jugar en algún lado, ahí están. Ni les cuesta madrugar", dice Mónica.
En los barrios populares las canchas de fútbol son los lugares más preciados: aunque haya emergencias habitacionales, las casas pueden construirse hacia arriba en cualquier rincón, pero nunca se ocupará un campo de juego. Es ley. El fútbol, los partidos entre grupos de amigos o colectividades, es sagrado. En Cildañez, las pibas también rompen los prejuicios y hacen suyo ese terreno. Defienden el derecho al juego.
El fútbol como lucha
Angeles hace una pausa en la práctica y habla del fútbol como lucha. "Si yo vuelvo a mi casa y llego a tener un raspón, me dicen: ‘Bueno, no vas más’. Yo la sigo luchando porque cuando hay un obstáculo hay que seguir, no tenés que parar ahí. Lo mismo es el fútbol. Cuando no te sale algo tenés que intentar e intentar y así te va a salir".
Laura Copatiti, también delantera y también de 14 años, dice que el fútbol la hace olvidar de lo que tiene pendiente o de todo lo malo: "En la cancha dejo todo. Me pongo nada más a pensar en la pelota". Ayelén Huanca cuenta que logró ganarle dos batallas a su mamá, que no la dejaba ser futbolista y mucho menos arquera: "Lo expliqué y lo repetí hasta que entendieron. Por eso ahora atajo", dice y se ríe.
Eimi Martínez, de la misma categoría, una morocha alta y grandota que le pone el cuerpo a las pelotas y a la vida, cuenta que su mamá no la dejaba venir porque pensaba que las chicas se volvían lesbianas si jugaban al fútbol: sus amigas se le ríen a su alrededor. "Pienso que eso es decisión de cada persona. Yo juego hace cuatro años, me enseñó mi hermano, que me tiraba pelotazos en el pasillo de mi casa. Ahora vengo acá y me tranquilizo. Hay veces que me saco la bronca. Y por ahí me peleo en la cancha pero después me calmo porque sé que esto lo hago solo para jugar", dice.
El equipo que armaron en Fuerza y Voluntad compite en los torneos con un nombre: Las Tigresas. Así se sienten estas pibas cuando salen al mundo y también a las canchas. ¿Dónde se puede verlas? En la Liga Nosotras Jugamos, los Torneos Evita o la Liga del Potrero.
Las profesoras Guadalupe y Mónica tienen valores que van más allá del juego: acá no pueden golpearse, faltarse el respeto y decir malas palabras. Y se sigue el desempeño de cada una en la escuela. Para quienes traigan 9 o 10 como nota en alguna materia hay una pizza de regalo para que compartan con sus familias.
Acá, en este rincón humilde de la Ciudad viven alrededor de 10 mil personas. Las casas se distribuyen entre pasillos donde no entran ambulancias, bomberos ni policías y donde las cloacas colapsan cuando llueve. Acá, en este barrio abandonado hasta por el propio Estado, las pibas de Villa Cildañez hacen la revolución con los botines puestos: juegan al fútbol para construir, sin saberlo, una sociedad más justa.