El 15 de junio de 2015, Estados Unidos despertó para conocer uno de los asesinatos más extraños en la historia del crimen del país –que, hay que decir, ya era bastante bizarra y exuberante--. La muerta se llamaba Dee Dee Blanchard, tenía cuarenta y ocho años, había sido apuñalada varias veces y yacía en un charco de su propia sangre, sola, en su casa de Greene County, Missouri. El caso alarmó al país porque Dee Dee era una celebridad menor gracias a su hija, Gypsy Rose, que estaba ausente de la escena del crimen y de la casa; la joven tenía discapacidad intelectual, leucemia, distrofia muscular, asma, se alimentaba con una sonda y usaba silla de ruedas. Tan enferma e impedida, no podía haberse escapado ni, mucho menos, ser la responsable del crimen. La silla de ruedas estaba en la casa y también toda su medicación: ¿había sido secuestrada? Después de todo, ambas eran caras conocidas en el circuito de la televisión realidad, los noticieros de la mañana y los eventos de caridad: obtenían la enorme cantidad de dinero necesaria para tratar las enfermedades de Gypsy apelando a diferentes fundaciones como Make-A-Wish, The Ronald McDonald House o Habitat for Humanity que, por ejemplo, les había donado la casa donde ambas vivían en el momento del crimen.
Con los días, lo increíble se desenvolvió: Gypsy fue encontrada en Wisconsin, adonde había viajado por su propia voluntad y con su novio, Nicolas Godejohn, a quien había conocido online. Ambos fueron detenidos y, cuando los médicos examinaron a Gypsy, la encontraron sana y con sus capacidades intelectuales intactas. También descubrieron que tenía más de 20 años, aunque su madre y el país creían que era una adolescente. Parecía mucho menor: estaba rapada por la (supuesta) quimioterapia y se vestía con ropas de niña. En el interrogatorio, surgió la verdad más espeluzante: Dee Dee, la madre, sufría el síndrome Munchäusen by proxy, una enfermedad mental en la que quien la padece le inventa enfermedades a la persona que cuida. En general, lo sufren madres y las víctimas son sus hijos: se lo considera abuso infantil. Gypsy había sido sometida a las violentas fantasías maternas toda su vida y ninguno de los médicos que la trataron se dio cuenta del engaño. Dee Dee manipulaba historias clínicas, cambiaba de profesionales o directamente se mudaba si creía que alguien podía sospechar que su hija estaba sana, administraba decenas de medicamentos que no necesitaba a Gypsy --incluso tranquilizantes cuando intuía un atisbo de rebelión o le infligía dolor--, sabía cómo cambiar sondas y dar inyecciones. Las instituciones de caridad que le donaban dinero la creían una heroína que hacía posible la vida de la frágil Gyspy. Era, en realidad, su torturadora. Y, de una manera perversa, con los años, se convirtieron en un número vivo de maternidad abnegada ante la enfermedad crónica.
En el juicio, que fue muy rápido porque nunca hubo otros sospechosos, Nicolas fue encontrado culpable del asesinato (él apuñaló a Dee Dee; está preso, cadena perpetua) y Gypsy fue sentenciada a diez años en prisión, demasiado tiempo creyeron muchos, dado que se trataba de una mujer dañada y obligada durante años a actuar sus padecimientos. Gypsy sabía que no sufría muchas de las enfermedades atribuidas por su madre: cuando estaba sola caminaba, solo usaba la silla en público. Hacía años que reclamaba conocer su verdadera edad y que pedía ser liberada de la sonda que la alimentaba. Pero también era adicta y dependiente: la relación era tan perversa que Gyspy creía que sólo podía liberarse si su madre moría o, como ocurrió, si la asesinaba.
El caso, con todas sus capas de espanto y asombro, enseguida tuvo un documental, el notable e increíble Mommy Dead and Dearest, que se vio en 2017 por HBO. Pero este año la plataforma on-demand Hulu estrenó The Act, una miniserie de ocho episodios basada en el caso de Dee Dee y Gyspy, la primera entrega de una serie antológica de true crime que aspira al mismo éxito que American Crime Story de FX, serie que se ocupó con enorme repercusión de los casos de O.J. Simpson y Gianni Versace (sus próximas temporadas serán sobre las secuelas del Huracán Katrina y el escándalo sexual de Bill Clinton y Mónica Lewinsky). The Act ya se puede ver completa en streaming por Hulu.
The Act se apoya, fundamentalmente, en un elenco imbatible: las dos protagonistas están nominadas a los premios Emmy, que se entregan en septiembre. Patricia Arquette es Dee Dee: insegura, villana, desaliñada, cruel, desesperada; una mujer sureña capaz de aterrorizar y encantar al mismo tiempo. Arquette hace varios años que encontró un nicho que pocas actrices en Hollywood, concentradas en combatir el paso del tiempo, se atreven a ocupar: el de mujeres maduras que están lejos de cualquier modelo convencional de belleza. El año pasado ganó un Globo de Oro por el personaje de Joyce, una trabajadora de penitenciaría obesa, en la miniserie Escape At Dannemora; este año, está nominada al Emmy por esa actuación y también por su interpretación en The Act. La veinteañera Joey King, también en la carrera por Mejor Actriz, interpreta a Gyspy: aniñada y dura, ambigua y sufrida, que come azúcar en secreto porque sabe que un helado no va a matarla; una mujer que finge ser una niña, y una niña que despierta a la sexualidad adulta como un volcán pero es incapaz de escapar del abuso de su madre o incluso de romper la ilusión de su estado delicado. Acompaña al feroz dúo de madre e hija Chlöe Sevigny, irremediablemente cool y desafiante como una brava madre soltera y vecina desconfiada que siempre desconfía, siempre ve algo extraño en esa criatura sin dientes vestida como una princesa de Disney y su madre que actúa de santa mujer aunque a veces roba en el shopping y, se sabe, alguna vez estuvo presa. La icónica Juliette Lewis hace en un papel breve pero impecable como la madre de Nicolas, el novio asesino.
La miniserie presenta su alucinante historia real administrando la información con inteligencia; es cierto que también se vuelve algo repetitiva o que quizá ocho capítulos son demasiados, o que tarda en narrar el pasado, el origen de la locura, el deterioro que llevó a Dee Dee a vivir de la enfermedad de su hija. Porque éste no es sólo un caso de abuso, sino de engaño y de explotación: la enfermedad y el deterioro de Gyspy debían ser públicos para poder recibir dinero. ¿Cuánto era cálculo, cuánto abuso, cuánto enfermedad? ¿Es acaso posible diferenciar los colores en estos extremos de lo verosímil? Algunos sugieren que The Act también desnuda el disfuncional sistema de salud de los Estados Unidos; lo hace pero ése no es su objetivo. Se trata mucho más de una historia de gótico sureño, con sus perversiones monstruosas y sus mujeres encerradas en casas de secretos y en sus propios sufrimientos psíquicos, tan hundidas en el horror que la violencia es un alivio, el único final posible.