Ya había filmado media docena de películas antes y, entre cine y televisión, hizo un centenar de trabajos después, pero su nombre quedará asociado por siempre al de Busco mi destino, un film legendario e icónico del que –como el festival de Woodstock y el asesinato de Sharon Tate - se acaban de cumplir 50 años. Fallecido a los 79 años el viernes por la noche por una falla respiratoria producto de un cáncer de pulmón, Peter Fonda no sólo fue el inolvidable Captain America de Easy Rider, que con su moto Harley-Davidson chopper, adornada con los colores de la bandera de los Estados Unidos (los mismos que Fonda llevaba en su casco y su campera de cuero), recorría buena parte de un país en el que encontraba rechazo, violencia e incomprensión. El actor también fue -junto a su amigo, el director Dennis Hopper- el coguionista y principal impulsor de ese proyecto que tuvo grandes dificultades de producción, pero que luego de hacerse por apenas 380.000 dólares llegó a recaudar más de 40 millones y se convirtió en el símbolo de toda una época.
Emblema de la contracultura estadounidense del momento, Fonda era quien llevaba droga escondida en su tanque de nafta y a Jack Nicholson en el asiento trasero de su chopper, mientras causaba furor en las chicas de los pueblos sureños y puro odio y resentimiento entre los hombres de esa América profunda que se resistía al cambio de época. “Había toda una generación que esperaba una película como la nuestra y que de pronto se sintió representada por lo que veían en la pantalla”, declaró Fonda con motivo del 50 aniversario de Busco mi destino.
Hijo del gran Henry Fonda, hermano menor de Jane y padre de Bridget, Peter fue parte de uno de los linajes más perdurables de Hollywood, pero supo abrirse camino por sí solo, enfrentando los valores tradicionales que encarnaba su padre, al punto de que su autobiografía de 1998 terminó titulándose Don't Tell Dad. Cuenta la leyenda que un relato de Peter, colocado con LSD, fue la inspiración de la canción “She Said She Said”, de John Lennon y George Harrison, que terminó en el álbum Revolver, de 1966. Ese mismo año tuvo su primer protagónico en The Wild Angels, una producción del mítico Roger Corman en la que Fonda ya estaba subido a una Harley-Davidson casi toda la película, como el líder de una banda de motoqueros estilo Hells Angels. Fue tal el éxito de esa película de ínfimo presupuesto que al año siguiente Corman lo volvió a convocar para The Trip (1967), un viaje psicodélico con guion de un tal Jack Nicholson y que se convirtió en la primera película hecha en Hollywood donde se consumían abiertamente drogas, en particular LSD.
Esa amistad con Corman no fue suficiente para convencerlo de producir Easy Rider, por lo cual Fonda y Hopper fueron con su guión (en el que participó también el novelista Terry Southern) a otra compañía de bajo presupuesto en la que estaban involucrados el director Bob Rafelson y el productor Bert Schneider. Pero la inspiración siempre fue Corman. “Su aporte siempre fue manifiesto”, diría Fonda años después. “Pensá en cómo lo haría Roger, me desafiaba a mí mismo. El fue mi maestro y me enseñó sin proponérselo. Me enseñó con el ejemplo”.
Fonda contó con la ayuda de otros amigos, como el guitarrista y compositor Robbie Robertson, de The Band, que le ofreció componer la banda de sonido. El actor y productor prefirió en cambio utilizar temas ya grabados de la época, como “It's Alright, Ma (I'm Only Bleeding)”, de Bob Dylan cantada por Roger McGuinn, de The Byrds, y el tema de Robertson “The Weight”, interpretado por The Band. La película recibió el premio a la mejor opera prima en el Festival de Cannes 1969 y fue nominada al mejor guion original por la Academia de Hollywood.
Disparados por el éxito y la repercusión de Busco mi destino, sus autores se lanzaron a nuevos proyectos: Hopper se fue a la selva peruana a filmar The Last Movie (1969), con su amigo como actor, y Fonda decidió dirigir su propia película, The Hired Hand (1971). No parece casual que ambos títulos –como a su modo lo era también Easy Rider— tuvieran vinculación con el western, un género esencialmente estadounidense al que se proponían subvertir desde sus entrañas. De hecho, el fotógrafo de The Hired Hand, Vilmos Zsigmond, contó que el modelo de imagen que Fonda le dio para trabajar fue nada menos que Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1953), el clásico de John Ford protagonizado por su padre.
Peter Fonda volvió a dirigir una vez más en 1973, con Idaho Transfer, una película de ciencia-ficción ignorada en su momento pero que hoy es objeto de culto por los seguidores del género. Pero fundamentalmente se dedicó a la actuación, en todo tipo de papeles, mayormente secundarios, sin poder librarse de la imagen forjada inicialmente por Easy Rider.
Recién en 1997 le llegó una oportunidad que no dejó pasar. Fue con El oro de Ulises (Ulee's Gold), un drama intimista dirigido por Victor Nuñez, sobre un solitario apicultor con un pasado de familia disfuncional. La película le valió una candidatura al Oscar al mejor actor (que perdió a manos de su amigo Jack Nicholson) y el Globo de Oro en su categoría. Y también lo trajo en noviembre de ese año al Festival de Mar del Plata, donde se mostró abierto y generoso con el público y la prensa. “Se lo debo todo a esta película; creo que es la mejor actuación que hice en mi vida”, decía entonces de un trabajo que por fin, casi treinta años después, le sacaba de encima la pesada mochila de Busco mi destino.