Si hay dos sentimientos en la Argentina gobernada por la entente macrista-radical, en los que la inmensa mayoría parece estar de acuerdo, es en que todo aquí está mal y todo va a seguir empeorando.
Las preguntas que surgen, entonces, son: ¿cuál es el límite del aguante ciudadano? ¿Cuánto más daño seguirán haciendo estos tipos, y por cuánto tiempo más? ¿Y de qué manera va a terminar este infierno social, económico y moral en que nos han sumido la famiglia presidencial y sus amigotes?
Eso por lo menos, y ojo que son preguntas que incluyen los lógicos temores a que surja algún grupo tarado que se pretenda justiciero. Y quien piense que esto es exageración, mire a Colombia este fin de semana. Y mírese también el accionar represivo del macrismo, que va in crescendo mientras la censura es cada vez más visible y abarcativa, y sobran indicios de que este gobierno –que ya ha demostrado ser capaz de toda torpeza– quizás está esperando o estimulando, consciente o inconscientemente, que la olla reviente.
Lo cierto es que el paisaje social argentino, y la bronca que generan algunas decisiones de fuerte coloratura mafiosa, a este paso puede terminar haciendo metástasis al extenderse y alcanzar, nomás, a las veleidosas y necias clases medias urbanas, sobre todo la porteña. Y ahí sí que te quiero ver. Después de la penosa conferencia de prensa de la semana pasada, en la que el presidente no sólo mintió y remintió, repitiendo viejos eslógans, sino que eludió infantilmente las dos únicas preguntas incisivas que le hicieron, las encuestas (de todos los colores e intereses) fueron contundentes en evidenciar la reacción al vacío de ideas y sensibilidad de la dirigencia oficialista.
Una pregunta que empieza a escucharse en muchos mentideros es cuánto tiempo más le servirá la protección mediática al frívolo y poco inteligente mandatario que nos encajó medio país y que recuerda tanto a Menem. A quien Macri se parece cada vez más por sus corruptelas institucionales, aunque sin ni la mitad de la astucia y desfachatez del riojano.
La telebasura y los diarios oficialistas llevan ya un año y pico explotando y exagerando la satanización del kirchnerismo (que en muchos aspectos se la ganó a pulso), pero cabe dudar que esa estrategia les sirva eternamente. Ahora tienen al general Milani, que es un caso ejemplar de paradoja política porque protegerlo parece haber sido un grueso error del gobierno anterior, pero a la vez si ahora está preso en mucho se debe a la política de Derechos Humanos que impulsó el kirchnerismo. Sin embargo no parece un caso que aporte nuevas simpatías hacia el macrismo.
En lo que sí se parecen el país de Macri y el país de Menem es en la mentira como estilo, la frivolidad como producto a vender, la insensibilidad social y la corrupción a mansalva. Con la peculiaridad, hay que reconocerlo, de que los de ahora son corruptos blindados por mensajeros a sueldo que condenan las corruptelas pasadas para distraer al auditorio, incluso aprovechándose de ancianas dizque incisivas.
Claro que en el fondo son vulgares guardaespaldas bien trajeados y con caras de piedra encargados de ocultar las artes macristas del offshore, el nepotismo, el blanqueo a los amigos y las obras públicas para los parientes. Así, sus plumas, voces y caretas pisotean sus propios pasados (si acaso alguno digno) al servicio del ocultamiento de más de 50 funcionarios procesados, con el propio presidente y la vicepresidenta a la cabeza.
El escándalo del Correo y ahora también de Avianca si se confirma la participación societaria de la famiglia, reiteran que todo es negocio para estos tipos. Ni siquiera son Ceos o empresarios exitosos, como se decía hasta hace poco. Son vulgares timberos avorazados, aplaudidos por extras contratados y por los consabidos contentos de que ya se ocupó esta columna antes del desastre.
Frente a ellos los nadies, los que somos simples ciudadanos que amamos este país y queremos trabajar en paz y dignamente, vemos con dolor cómo nos roban y endeudan a lo bestia. Y nos preguntamos entonces: si las cosas siguen así y empeorando a diario, ¿cuánto tiempo más se podrá aguantar sin resistencia popular organizada, pacífica y efectiva, es decir superadora de oposiciones políticas y sindicales claudicantes, y no dependiente de un liderazgo personal que es obvio que lidera pero no conduce?
Por eso se ha subrayado aquí la importancia de la educación, ese bien que el ministro Bullrich tanto desprecia. Porque ellos necesitan educar para crear consumidores, no seres libres y pensantes. Mientras nosotros, los nadies que un día volveremos a ser mar de gente, necesitamos educar a los jóvenes inculcándoles valores e ilusiones que también podemos –y debemos– instalar en el fragoroso terreno digital de las redes sociales. Necesitamos ayudar a nuestros chicos y chicas a combatir, ellos mejor que nadie, en ese campo. Y encenderles la llama del amor a la Patria, la solidaridad, la hermandad y el orgullo de ser nación.
Y para eso bien haremos los adultos, los veteranos, desengañados o no, y superando depresiones, si ayudamos a nuestros chicos y chicas que empiezan a votar en estos años –en octubre sin ir muy lejos– a involucrarse en la apasionante construcción de ciudadanía. ¿Cómo hacerlo? No hay fórmulas, pero lo seguro es atenderlos, escucharlos y compartir ideas y preocupaciones con ellos, con humildad y sin soberbia, y con curiosidad antes que con juicios. Ese combate también se da en las redes y es –ya está siendo– un modo de resistencia y lucha contra estos mafiosos.