El domingo pasado, bien entrada la noche, los resultados del escrutinio provisional agitaron a los argentinos que esperaron estoicamente y no aceptaron la sugerencia del presidente de irse a dormir. Los guarismos que se daban a conocer eran más que contundentes: Alberto Fernández y CFK lograban una diferencia de alrededor de 15 puntos porcentuales sobre los candidatos oficialistas.
¿Sorpresa? Probablemente sí. Muy pocas encuestas auguraban un cómodo triunfo de la fórmula del Frente de Todos. Los medios de comunicación dominantes, muchos de los columnistas televisivos y radiales y hasta los principales editorialistas de la prensa escrita, había logrado instalar una diferencia exigua para la oposición y durante los últimos días una tendencia a acercarse a un posible empate técnico.
Pero como afirma un viejo apotegma, la única verdad es la realidad.
Las distintas encuestas de intención de voto llevadas a cabo a lo largo del último año y medio evidenciaban una serie de indicadores que dejaban al descubierto datos adversos para el oficialismo: aprobación de gestión que nunca pasó del 32 por ciento; un índice de confianza de alrededor del 30 por ciento y para rematar, una marcada insatisfacción con la marcha de la economía que rozaba el 70 por ciento.
Datos realmente lapidarios que estaban en la superficie y que muchos prefirieron hacer la vista gorda o mirar para otro lado.
El voto opositor siempre superó al oficialista en una relación de 7 a 3, y dentro de este voto mayoritario la importancia de la unidad opositora crecía día a día.
Lo que meses atrás parecía imposible, tras la decisión de Cristina, comenzó a cristalizarse. Alberto Fernández ya instado como precandidato, comenzó a transitar la empinada cuesta de construir la unidad: primero fueron los gobernadores, luego otros sectores peronistas alejados los últimos años del kirchnerismo y la puntada final con el acercamiento de Sergio Massa y el Frente Renovador.
La coalición opositora peronista pasó de ser una utopía y se convirtió en una realidad. En las encuestas que manejamos en CEOP a lo largo de este proceso, la intención de voto de la fórmula del Frente de Todos comenzó a incrementarse y a estirar diferencias.
El concepto de la coalición opositora empezó a instalarse con fuerza en el imaginario colectivo de los argentinos: una consigna de referencia dominante centrada en la economía y en la necesidad de instalar un nuevo modelo económico que les permita a los argentinos volver a creer, ya no en promesas vacías de significantes, sino en un compromiso que implica convocar a los argentinos a un pacto que remate en un nuevo contrato social. Y para llevar adelante tal desafío fue necesaria la construcción de un nuevo liderazgo en la figura de Alberto Fernández.
Alberto Fernández logró ocupar tal rol. Debió recorrer un largo camino con tiempo escaso: darle forma a la coalición, buscar definiciones fuertes, expresar una autocrítica, convocar, entusiasmar; pero, fundamentalmente, convencer que el camino elegido era el correcto. Recorrió ese derrotero y logró ser el jefe indiscutido de la coalición peronista. Pero lo más importante, lo que no se debe perder de vista, es que a la luz de los resultados electorales y de los indicadores que se desprenden de esta última encuesta también ha comenzado a construir su legitimidad y liderazgo en el terreno de la opinión pública.