15 de junio

Ya me deschavé. Soy de la época en que el verbo "espoilear" no existía. Así que voy a contar el final de una película.

El kía, al que toda su vida sus vecinos confundieron con Jesucristo, agoniza en la cruz. Se acerca un grupo de sus compañeres militantes que se identifican como "Comando suicida". Al kía le brillan los ojitos de esperanza porque se imagina que arriesgarán su vida para desclavarlo y que él pueda seguir viviendo. Pero sus compañeres le leen un comunicado en el que agradecen su sacrificio. Y se suicidan.

La película es una comedia y la escena es cómica. Después el kía se pone a cantar y muere. Algún idioma debe tener alguna palabra que resuma mis sentimientos ante esa escena. Es lo que siento ante el uso de las redes sociales virtuales para intentar resolver problemas que deberían afrontarse mediante una lucha organizada real.

Después de una cena reconfortante, pude producir mi idea más optimista del día. Que es la siguiente: incluso ante lo peor, incluso si este "cáncer externo" que son mis vecinos es terminal, incluso si la miseria no hará sino empeorar, incluso si no hay salida, si esto es letal, si no cabe esperar más que entropía y desintegración tanto de la sociedad como de mí a nivel individual, siempre puedo apreciar el valor del presente. Trato de imaginarme qué me parecerá dentro de un año, cuando tenga que andar armada y poner puertas blindadas, cuando parezca de 70 años con sólo 55, este momento actual en que mi pobre idea del infierno consiste apenas en una leve peligrosidad alrededor, un diagnóstico de pánico + agorafobia y unos gritos de vez en cuando en el pasillo. ¡Cuánta paz y qué paraíso de dicha en comparación!

No es que pretenda renunciar a una digna lucha, sino empezar a soportar (aún luchando) la posibilidad de la derrota. Recién no me animé a salir de casa por temor a atravesar los espacios comunes, y así fue como me salvé de la lluvia y disfruté unas dichosas horas de tibieza y calorcito con mi gato y mi gata. Y agradecí tener una casa, una estufa, dos animales hermosos. Si olvido que podría tener aún más y que hubo tiempos mejores, si me resigno a esta nueva Edad Media en la que estamos entrando y dejo de lado mi utopía moderna de progreso indefinido, este presente visto desde ese futuro me parece todavía muy bello.

 

16 de junio

Me despierto a las 8:30 con una angustia espantosa. Se cortó la luz y eso implica incomunicación total con el mundo libre, al menos en lo que a terrenal respecta. Por suerte logro dormirme de nuevo y tengo un sueño hermoso, lleno de belleza y erotismo, donde aparecen un amante que sólo conozco allí en ese sueño y también me encuentro con una amiga mía de la infancia y adolescencia. Son muy vívidos todos los detalles, los colores de las blusas de seda, la luz del sol, las sensaciones…

Estoy conversando con ese hombre hermoso que conocí en el sueño y me despierta una voz que viene del infierno mismo, o sea de la realidad: "...eja loca...". No es un grito, no me lo están tirando como insulto directamente a mí, el que habla es un hombre cuya voz no reconozco y el tono es de murmuración, así que podrían estar hablando de cualquier mujer de cierta edad, "demasiado" joven o "demasiado" mayor. Ni siquiera sé si dice "vieja" o "pendeja". No es tan doloroso como una agresión directa pero la incertidumbre sobre el referente me resulta angustiosa.

Las barbaridades continúan oyéndose. Quizás el calumniador esté refiriéndose a la del primer piso de enfrente, que no está presente. La voz del tipo suena enfrente o al lado, no se entiende bien de dónde viene ni tampoco por qué la oigo con tanta nitidez, aunque cuando vuelve la luz y suena de nuevo mi heladera comprendo el fenómeno: sin el ruido blanco del motor, en el silencio, todo se oye.

A la tarde con un amigo aprovechamos la última hora de luz del domingo para alomar el mandarino de mi jardín, es decir, subirlo dentro de su propia maceta y hacerle como una lomita. Alta hora de felicidad, vida, amistad, contacto con la tierra, amor a la naturaleza y movimiento, que me acomodó los neurotransmisores a valores de tiempos de paz. Con la alegría olvidé apagar la luz del estudio, sin pensar en que sólo dar señales de vida es "provocarlos".

Y hete aquí que cuando estaba descansando con mi gato, ya restaurado a pleno mi sistema nervioso de todas las angustias de un sábado de bajón, a las 19:53 pasa insultando en un murmullo la del 10, que hacía bastantes días venía muy callada. Su tono era de rencor dolido, pero dolido nada más de tanto odiar, como si se cocinara en su propio odio. Mientras luchaba con su propia llave para abrir la cerradura de la reja que pusieron ellos mismos en 2015 y que jamás aceitaron, la del 10 repetía sin cesar una única palabra ofensiva, la única que tienen. Y la iba como masticando, con una voz que a mis oídos sonaba completamente desquiciada. Mientras yo le oía pronunciar esa grotesca plegaria satánica, sentí alivio al pensar que se debe estar autodestruyendo. Una hora más tarde sonó un clásico, el puñetazo en la puerta metálica; no sé quién fue.