Ya vienen en nuestro celular, son aplicaciones gratuitas, sirven para muchas funciones pero una se ha puesto en primer plano: espiar al otro. Si la red social nació para hacer visible los momentos más felices que uno quisiera compartir con los conocidos: el nacimiento del primer hijo, unas vacaciones inolvidables, las fotos que serán recuerdos. ¿Por qué pensar que sería descabellado utilizarlas también para dejar marcas de los peores momentos, por ejemplo las infidelidades? En una época donde se discute el paradigma del matrimonio monógamo heterosexual, los celulares nos presentan las aplicaciones más retrógradas que alma humana podría pergeñar.

A la altura de Víctor Frankenstein, ¿quién no utilizaría a esa extraña criatura para espiar a la esposa para demostrar científicamente que nos es infiel? ¡Está gozando como una loca en los brazos de otro hombre! Como siempre para los celosos, heterosexuales, casados los dilemas son crudos: si tienen la posibilidad de saber ¿no lo van a utilizar? pero si luego lo saben, se les abre el abismo donde algunos caen, ellos mismos o como vienen anoticiando los policiales, sus infieles “exposas”.

Pero es una aplicación gratuita, ¡cómo negarnos a que pongan eso en nuestros celulares si tienen las mejores intenciones! Saber dónde está nuestro celular si nos lo roban, conocer el paradero de nuestros hijos cuando son secuestrados por una banda delictiva pero lo que nace para un fin tan altruista suele ser usado para otros menesteres, por ahora las principales víctimas son: las esposas o futuras esposas creyentes de la institución matrimonial, los hombres financieramente ricos y expuestos a la mirada de los otros que quisieran saber dónde han enterrado sus tesoros.

Y no es que los celulares sirvan para todos los usos como suele escucharse, los celulares inteligentes tienen una ideología que los apaña, nacieron para sostener una sociedad donde la lucha de clases siga siendo un capítulo del libro de historia que descansa muerto en la biblioteca del living y para construir el perfil de los consumidores con un algoritmo científico mejor calibrado a los usos y costumbres de los consumidores y, dentro de los consumidores, están los celosos, los desconfiados, los inseguros que también tienen derecho a consumir aplicaciones que los hagan gozar en este mundo tan crudo.

También otro uso “permitido”: espiar a los empleados para que no roben secretos de la propia empresa o utilizarlas para robar los secretos de la empresa competidora, salir al mercado primero es cómo dar la primera trompada y sabemos que nadie recuerda si ese primer golpe fue dado bajo la línea permitida; y si fue un robo luego, el triunfador pasará a la historia como un emprendedor que se animó a todo.

Pero volvamos a los celosos que en mayor a menor medida somos todes, algunos se preguntarán qué ha quedado de la vieja costumbre de oler el cuello del otro para buscar las marcas de una noche lujuriosa o preguntarle con esa insistencia que sólo la desesperación de quién piensa que todo se le viene abajo es capaz, hasta que el otro acepta que fue infiel y suplica por el perdón divino. Pero los celulares no son costumbristas, tiran todo lo que viene detrás abajo, deconstruyen costosas representaciones sociales para volver a reconstruir encima, con un sincretismo que los españoles del siglo XV envidiarían poder realizar con las marcas de la presencia de la bella cultura musulmán, judía y/o gitana.

Esas aplicaciones son buenísimas, permiten escuchar conversaciones en vivo y directo, localizar la ubicación del celular que tiene una diferencia de centímetros de la localización del dueño, acceder a los whatsapp y a las claves personales de los home banking y cuentas varias, pero lo más genial es que te sacan fotos en forma remota. Confirman, de manera ejemplar, que estamos en la época del Homo-selfie. Nos sacan fotos sin que nosotros lo sepamos, la guardan en una memoria que nosotros no conocemos. El gran problema es lo que trae aparejado: empezamos a mirar con desconfianza a nuestro celular. Lo miramos de arriba a abajo y llegamos a la comprensión que no entendemos a nuestra amigue, que parece no tener sexo pero “es una conchuda, es un hijo de puta”, cuando le dimos acceso a todo nos devuelve nuestra confianza destrozada por su infidelidad.

Son programas que ahora son ofrecidos directamente para espiar si nos son infieles, ya se han sacado la careta pero antes “cuando había códigos” se vendían de otra manera, para el control parental. Claro, siempre hay un costo extra para los altos fines de saber dónde meten sus narices nuestros hijos en el bajo fondo de internet, en el internet profundo, ése que quiere abusar de ellos. Y bueno estas aplicaciones muestran lo que se/nos han convertido. Si podían ubicar los celulares de sus hijos ¿por qué no ubicar el celular de sus esposas y esposos? Sigue adelante la vieja ley no escrita pero utilizada que la infidelidad es causal de divorcio. El casamiento estatal o el religioso tiene deberes y obligaciones, el deber es la felicidad pero las obligaciones son varias: dormir en la misma cama matrimonial o bajo el mismo techo, cuidarse mutuamente en las buenas y sobre todo en las malas y la suprema: ser fieles, pensando cómo no dejar entrar otras personas en nuestras zonas erógenas y bancarias.

Ahora hay quienes vociferan sosteniendo que esto no está bien. Que meterse en el celular del otro es meterse en su intimidad. ¡Qué se les puede decir! Que tienen razón pero que el concepto de privacidad ha tenido un pequeño giro de 180 grados y que lo privado sólo existe en la evanescencia de la nube y no nos pertenece. Es privado hasta que es puesto a consideración de nuestros celulares, porque ¿un celular por haberlo comprado nosotros es nuestro? Los celulares están todos intercomunicados en tiempo real, cualquier mínima pulsación es anotada en el sismógrafo de nuestra actividad que ya no es considerada privada sino pasible de ser utilizada por algún programa siempre activo. Hoy en día se puede mandar una bomba dirigida al celular y con eso matar al adversario político que se nos antoje, imagínense la bomba de enterarnos que nuestros celulares no duermen, no comen, no descansan ni cuando se apagan y que, además de infieles son los grandes maníacos del siglo XXI. Y sobre todo que nos llevan puestos.

* Psicoanalista y escritor