Ordenar las ideas en un momento como éste es difícil, no porque no se entienda lo que pasa.
Sobre todo frente a algún pronóstico aproximadamente certero (en la economía, porque en la política no parece que haya mucho más que observar), lo racional del análisis político está atravesado por emociones contradictorias y demasiado fuertes.
Se complica, entonces, acertarle a dividir la carga de tintas entre lo principal y lo secundario. O, al menos, a uno le pasa eso aunque, por lo visto en general entre periodistas, opinadores, consultores, la complicación es compartida. Salvo, si se quiere cual pretensión irónica, entre la fauna macrista de los grandes medios.
Desde el 11 de agosto a la noche se precipitan en el abandono del barco y descubren como por arte de magia que la gente está pasándola muy mal, hace rato.
Será por eso que al Gobierno sólo le quedó el Mago sin Dientes, a quien cabe reconocerle un estoicismo mucho más digno que la retirada de los exégetas macristas.
Fogonearon con una violencia retórica indescriptible que la opción era entre la República y Venezuela, Nosotros o el Caos, Pasado o Futuro, Decentes o Corruptos, para ahora cuestionarlo como un mero error de apreciación.
A ninguno, sin embargo, se le ocurrió autoincriminarse por mala praxis profesional, porque de allí a reconocerse como operadores -de sobre oculto, dicen los pérfidos- hay medio centímetro. Si lo hay.
Ahí está: en ese aspecto accesorio de lo que hace la pandilla de ex voceros oficiales ya se fueron más de ciento y pico de palabras, y de 700 caracteres. Ganó lo emocional.
En otras cosas también gana lo ardoroso, pero se equilibra un poco al relacionárselo con sus influencias. Varía.
Por ejemplo, la victoria arrolladora con una distancia no tan impensada del Frente de Todos demostró, como señala Jorge Alemán, la existencia de un sujeto político, de una categoría simbólica, que la derecha nunca logra disolver del todo. Y que constantemente retorna.
Esa es de las emociones que tiran para arriba, sirviendo al examen profundo. Que se apoyan y construyen desde lo mejor del pueblo argentino, para enrostrárselo a aquellos que pretenden deshistorizar la vida política y las marcas indelebles. Que son útiles para exponer que los ladrones de la exclusión social tienen sus fondos a buen resguardo, para satisfacerse individualmente. Un onanismo pecuniario del que cabe dudar cuánto les sirve para qué. Sus rostros conocidos no pueden asomarse a recorrer una vereda.
Engordaron sus cuentas con una ineptitud de mando que, otra vez, enseñó a sus grandes cuadros como una invención propia de la hegemonía discursiva que hoy se meten allí, exactamente allí.
El mejor equipo de los últimos cincuenta años termina como debía terminar. Y el resultado de las elecciones testifica que el error de casi ningunearlos, hace cuatro años, es proporcional al de haberlos sobreestimado.
Podrá ser cierto que “la gente” vota siguiendo al instrumento que tiene a mano, desprovista de mayores consideraciones ideológicas. En 2015 a fin de sacarse de encima a las formas cristinistas, para sintetizarlo muy rápido, aun valiéndose de un esperpento que no trabajó en su vida. Y en 2019 para arrepentirse de lo que era obvio.
La diferencia es que Macri acaba revelándose como un accidente horrible de patas cortas. Ahora no da para hablar de cómo reinventará liderazgo un bloque de poder -vigente- que esperaba un conductor y se encontró con un inútil.
Las movidas maestras de Cristina, en cambio, son el producto de lo que no es esporádico. Es la consecuencia de una fortaleza objetiva, el peronismo, que cuando logra su mejor expresión vuelve a tributarle a ese empate histórico entre los proyectos populares inconclusos y la oligarquía –qué tanta vuelta con las palabras– incapaz de imponer sus condiciones en forma definitiva.
Por ejemplo, también, todo el escenario está surcado por las emociones –macristas incluidos, quizá, o desencantados– sobre algo que se hace prácticamente imposible de describir.
Se vio en estos días que, hasta para las voces y plumas más brillantes de un lado y otro, se hace cuesta arriba una oración, no ya una prosa, que condense el asco o la desorientación frente un hombre llegado al límite de hacer responsable al pueblo por la masacre de los mercados y la inflación desbocada.
Es desde las entrañas del establishment, que como corresponde lo ha dejado solo con su delirio, donde se admitió o sugirió que Macri ordenó no frenar la suba del dólar, el lunes, para que los argentinos aprendan a votar.
Es desde la obscenidad de un país con hambre donde están las imágenes de una catarsis motivacional del macrismo, en el CCK, ese antro de la corrupción kirchnerista según se cansaron de blasfemar, con Carrió llamando a la violencia al hablar de los muertos que tendrán que sacar de Olivos.
Es un extraviado que ya no ejerce de presidente efectivo. Que ni siquiera puede administrar con algún gesto creíble el mandato del teleprompter. Cuando grabó el mensaje de suspensión del IVA a unos productos básicos, hasta diciembre como todo el resto del paquete de ahogado, estaba en virtual soledad y ni tan apenas recibió instrucciones de evitar ¡la sonrisa!
Es Heidi borrada. Es Micky Pichetto sudando al lado de Macri para advertir que el jefe de Estado está “en control”. Son los periodistas de los antros oficiales tuiteando cambios de gabinete el jueves hasta avanzada la noche, y bajando los posteos casi inmediatamente porque los desmintieron desde una Casa Rosada donde no hay comando ni para coordinar versiones tan ciertas como falsas.
Al cabo, todo eso es diagnóstico. Tiene unas partes valiosas y otras supletorias, como en los dos grupos de ejemplos que acabamos de citar. Pero, a futuro de corto plazo, no es más que lo dicho. Diagnóstico.
De todo laberinto se sale por arriba, escribió Leopoldo Marechal.
Esa imagen volvió a la memoria porque, licencia poética al margen, no se encuentra manera de imaginar cómo llega este Gobierno, que virtualmente ya no existe, a cumplir plazos institucionales.
Reina exceso de eufemismos en la gran mayoría de opiniones “profesionales” circulantes, porque pocos se animan a admitir que hay vacío de poder. O bien, de cómo gestionarlo. La diferencia es relativa.
¿A quién se le ocurre, seriamente, que a estas alturas Macri puede encarar una campaña? ¿Con qué discurso, tras haber suicidado todo su manual ortodoxo, tras que ya se sumó al “populismo”; tras que se inundó, carajo?
¿Se tiene noción efectiva del sufrimiento popular realmente existente?
Ofende a la razón la cantidad de ingenuos y manipuladores que citan como probable un renacimiento electoral del macrismo. La ola se los llevará puestos de forma más concluyente todavía y amenaza con cargarse a la ciudad de Buenos Aires.
La oposición, en su conjunto e incluyendo a los sectores más radicalizados, da muestras de asumir su responsabilidad con toda la estatura que se debe. Nadie llama a incendio alguno. Nadie. Todos son conscientes de quién pondría los muertos a que convoca Carrió.
Alberto Fernández, pudiendo empujar a Macri, de inmediato, al abismo provocado por el equipazo, “calmó” a las fieras así fuere por lapso corto. Continuó haciéndolo en sus últimas declaraciones. Una hipótesis es que se curó en salud previniendo lo que recibirá su gobierno. Otra conjetura, igual de potente, es que en cualquier caso recibirá una catástrofe y que podía darle lo mismo asumirla ahora o en diciembre. O cuando se retire el Gobierno: que la oposición actúe con responsabilidad no significa, necesariamente, que los tiempos no vayan a acelerarse.
Por fin queda claro que los violentos están en Ex Cambiemos, y que la moderación es obra de los ganadores y del resto de la oferta electoral.
Desde el fondo del pozo, solamente cabría salir.
La épica, dijimos alguna vez hace no tanto, consiste en lo módico y urgente de empezar a dar respuesta a una crisis que en la salud del sistema financiero no es igual a la de 2001, porque los bancos tienen, de mínima, solvencia coyuntural. Pero socialmente, ya se parece mucho.
Lo que queda de este Gobierno es un grupejo que incluye a monos con navaja, sin respuestas posibles.
Da un inmenso pudor, en estas circunstancias desesperantes para tantos argentinos, advertir que no se debe marchar hacia donde esa monada está esperando. Reprimir, excusarse en los provocadores del caos.
Todo para nada, desde ya. Pero cuidado.
Cuidado y cierta esperanza. Ningún país salió de sus peores etapas, nunca, solamente basado en resentimientos comprensibles.
Aunque parezca que no fue el domingo pasado sino hace un siglo, visto el neo-drama desatado por el equipazo de perversos, más el pueblo que la gente aclaró que le queda bastante por decir.