En formato físico y/o en viaje por las plataformas digitales, la energía del jazz sigue dando frutos tentadores para los melómanos. Tres trabajos valiosos, que dan cuenta de la ya consolidada variedad de ideas que animan la escena musical argentina, dan cuenta de esta actualidad. Se trata de dos tríos que plantean alternativas a la formación clásica de piano, contrabajo y batería y un solo de piano: Cuando sea necesario (BlueArt), del pianista cordobés Eduardo Elía; Rata (Club del disco), de Pipi Piazzolla, y El alfabeto de la mirada (independiente), de Sebastián Zanetto. Los tres son proyectos sobre obra propia, reflejo de la vigorosa creatividad del jazz, o como quiera se llame, producido en este costado del mapa.
Eduardo Elía ocupa un lugar destacado entre los pianistas de jazz que tienen algo para decir a partir de un lenguaje propio, elaborado sobre influencias cuidadosamente seleccionadas y metódicamente asimiladas. Cada trabajo del pianista, sin renunciar al equilibrio entre técnica y fruición, representa una especie de tesis, un estudio sobre las posibilidades de los estilos, siempre con formaciones distintas. Si sus primeros discos trazan una línea entre el hard bop de gusto monkiano -Callado (2008)- y los principios libertarios de Ornette Coleman -El yang y el yang (2011)-, a partir del tercero, We See (2012), la madurez artística que expresará de manera bien distinta: Figuras de un solo trazo (2015), con temas propios, y Solo (2016), una bella apropiación de temas ajenos, están sostenidos por un responsable sentido de la libertad.
Cuando sea necesario es el regreso de Elías a la música propia, ahora puesta en juego en el andamiaje de un trío sólido, que completan Rodrigo Domínguez en saxo y Sergio Verdinelli en batería. En la amplitud de sus perspectivas, la música de este trío se ciñe a la gramática de lo que puede barajarse en términos de jazz contemporáneo. Es decir, música compuesta para ser recompuesta continuamente, a partir de una dinámica que potencia los aportes individuales y las amplias excursiones de la improvisación. Es ahí donde se redondea la identidad de cada tema. Es lo que permite, por ejemplo, que las dos versiones de “PF2” muestren tantas similitudes como características propias. En su sexto disco personal, Elías se confirma como un pianista de formación eminentemente jazzera y espíritu abierto, cuyo gusto por la coherencia melódica no está exento de sentido del riesgo y la experimentación.
Otro de los pianistas y compositores interesantes de estos tiempos en la música argentina es Sebastián Zanetto. Además de Rizoma (Club del disco), en trío con Matías Carazzo en clarinetes y flauta y Lenadro Alem en batería, este año Zanetto publicó El alfabeto de la mirada, un notable álbum de obras para piano solo. Asentado en un estilo que en su variedad concentra rasgos propios, sin caer en facilismos ni apelar a estridencias, la música de Zanetto suena con la forma de amabilidad que sugiere lo que transcurre sin urgencias.
En El alfabeto de la mirada se ponen en juego riqueza armónica, vivacidad rítmica, rupturas, excursiones y regresos, para articular estructuras siempre interesantes. Hay desarrollos atractivos en temas más concentrados en el tiempo como “Los lugares donde no piensas” y “Capítulo 68”, donde utiliza la voz de Julio Cortázar como un eco memorioso, o en el más extenso “Formas del agua”, lo mejor de un muy buen disco. Con la participación de la formidable cantante Victoria Zotalis, que además es autora de la letra, y Nicolás Ojeda en contrabajo, el tema plantea una copla que como una baguala en trance crece desde la improvisación y sus derivas propiciando cruces muy sugestivos, entre el blues y otras ornamentaciones del aire.
El Pipi Piazzolla Trío es otra formación que indaga nuevas combinaciones tímbricas en bien elaborados tumultos rítmicos. Rata se llama el tercer trabajo del trío que integran además Lucio Balduini en guitarra y Damián Fogiel en saxo. Sostenida en la solidez del groove, la música del trío tiene en la pulsación un gesto primario. Es evidente que se trata de una formación de jazz, encabezada por un baterista. Pero suceden más cosas en la dinámica de un trío de altísimo nivel de performance individual. Por sobre las variedades de las combinaciones rítmicas se despliega una música que viaja sobre una idea de tiempo amplio con arquitecturas extendidas en repeticiones y desarrollos y solos extensos que atraviesan y subrayan diferentes climas y sonoridades originales.
No resulta casual entonces que el primer track sea “Steve”, tema de Pipi dedicado al saxofonista Steve Coleman, uno de los más prolíficos y coloridos arquitectos de texturas rítmicas de estos tiempos. Las inevitables tentaciones minimalistas de “Adiós”, de Balduini, se equilibran con la franqueza melódica de “Aura”, con un sugestivo trabajo del guitarrista. Temas como la balada “River Plate”, excitada por platos y tambores y rematada con un solo formidable de Fogiel, y “Lolo”, una milonga de familia, dan cuenta además del lado afectivo del compositor. También hay una muy lograda versión de “Naima”, de John Coltrane y un final magistral con “Evidence”, de Thelonious Monk, pieza con el que terminaba también el primer disco del trío, Arca rusa (2012).