Uno de los lugares comunes del cotilleo vecinal es señalar a una madre que abandona a su hijo y es, por tanto, “peor que un animal”, porque “ni las perras dejan a la cría”. Los usos y costumbres que endilgamos al mundo no humano, pero que se cumplen en su mayoría en la imaginación humana apoyada por la liturgia psiquiátrica del siglo XIX y la escolarización compulsiva entre el rosa y el celeste- fuente de legitimación de los roles asignados a cada sexo y de insultos para quienes los desatendieran. Pero la naturaleza no se da por enterada, y hace del supuesto error, virtud.

¿Quién iba a decir que dos pingüinos machos de la especie rey, que formaron pareja en el zoológico de Berlín, iban a lanzarse sobre un huevo para incubarlo? Abandonado por una pingüina que no quiso maternar, el nonato parecía reclamar desde su cascaridad dos papis de reemplazo, sin especificar el sexo (los motivos del abandono materno no se explican en el diario La Vanguardia, que difundió esta semana la noticia pero, sin embargo, cuenta ya con detallados antecedentes). De pronto me imagino el tratamiento dado al tema en la mesa de Mirtha Legrand, y la invectiva de Pepito Cibrián Campoy: Incubación o putrefacción. Me pregunto, perdido ya en los meandros de la historia, qué hubiera sucedido si las mariquitas aladas hubieran estado bajo la vigilancia de monjes del medioevo, que castigaban la sodomía entre animales y entre animales y humanos. Abundan los cuentos con ovejas, ya sabemos.

Volver sobre el asunto de lo poco natural que es la naturaleza es, de nuevo, hacernos eco de aquella indignada sentencia de Séneca, que cuando veía a “muchachos afeminados, con vestidos y afeites de mujer ” prostituirse en la zona roja de Roma, se asombraba de que “pareciera que la naturaleza se había hecho cómplice del artificio”. No advertía, pobre, que la naturaleza prefiere lo artificial, como bien recuerda siempre María Moreno. Lo natural, con el tiempo, mutó en un concepto utilizado sobre todo para desmentir sus supuestas reglas de funcionamiento. O en beneficio propio, como los homosexuales alemanes de principio del siglo XX, que argüian ante médicos y juristas: somos un tercer sexo, respeten a la naturaleza y déjennos en paz. Nuestros pingüinos maracas hoy recurren al discurso científico de Magnus Hirschfeld, que exigía justicia desde la ciencia. O sea, ahora es la animalidad la que exige a los adalides del creacionismo binarista el derecho no bíblico al yacimiento homosexual y la adopción indiferenciada.

He allí en Berlín, pues, un huevo dado en adopción por la institución naturaleza. El huevo se romperá en septiembre gracias a la subrogación de dos cuerpos con pico que buscan su lugar en el interior del catálogo de posibilidades del universo, o los universos. La mímesis es motor de lo existente, aquello que lo protege de la destrucción. Son infinitos los ejemplos de cuerpos que adoptan la forma del entorno para no ser atacados, o como reemplazo de una falta. Los pingüinos de Berlín fingen de madre, se esfuerzan en la mímesis, y les sale de maravillas. Sus vientres operan dentro del campo del “No Todo” lacaniano, asignado a lo femenino. Ellos, siendo machos y reyes, son la joya robada al Todo. Abominan de los destinos fijados. Adoran la coyuntura. Solo estaban esperando su oportunidad para sellar la alianza familiar alternativa. La naturaleza, diría Séneca, se hizo cómplice del atropello a la virilidad. Adónde irá a parar el mundo con tanta variación.

 

Contra la atribución de mala conciencia y de oportunismo político a Néstor Kirchner por haber impulsado en el Congreso el matrimonio igualitario, en el 2010, se suele oponer con justicia el archivo. Casi una década antes, el periodista Juan Castro le había preguntado si estaba a favor de la adopción de niños por parte de una pareja gay, y el pingüino patagónico respondió que claro, que por supuesto, porque no hay evidencia alguna de que dos padres del mismo sexo no puedan ser tan capaces de amar y de criar como un hombre y una mujer. Alcanzaba, para quien observaba el mundo e intervenía en la arena pública con iguales dosis de furia, laicismo y amor, con creer en la infinitas posibilidades que la vida nos ofrece. Ignoro qué grado de parentesco tuvo con las mariquitas de Berlín, considerando que en sus venas fluía ADN germánico, además de patagónico. Lo único que puedo constatar es lo que se ve en la entrevista que volví a mirar en YouTube: los pingüinos son open minded y se la bancan. Si hay que poner el vientre para parir lo que se espera y es a la vez inesperado, para torcer el orden de lo inamovible y hacer florecer una heredad abandonada, pues lo ponen. Y que vivan la pingüina libre, los pingüinos padres, Néstor y el huevo.