Se suele escuchar, demasiado habitualmente, que la “comunicación” de Cambiemos es (o ha sido) muy buena, formidable incluso. Y se la separa de otras dimensiones de la política, como si en verdad fueran por carriles diferentes, como si fuera posible comunicar bien y hacer política mal. O viceversa. Parece que se confunde comunicación con marketing y todo se aplana. Por poner un ejemplo banal, una publicidad de mayonesa puede ser maravillosa pero si la mayonesa es horrible, nadie la va a comprar. La diferencia crucial está en la palabra que lo designa: nadie dice “la comunicación de la mayonesa es genial”.
Porque la comunicación es otra cosa. Y es democrática o no lo es. Fundamentalmente, porque por definición incluye al otro, es dialógica, incorpora al interlocutor, se compromete con la escucha y lo reconoce en su plenitud. Es lo diametralmente opuesto a un gobernante que les habla a los mercados o les echa la culpa a los ciudadanos por su fracaso o los manda a dormir sin dar a conocer los resultados de una votación o los trata de vagos y choriplaneros y de estúpidos porque creyeron que podían ser lo que no son. Y después se jacta de los mensajes de unos robots que mandan caricias significativas desde Hurlingham. Como escribió Luis Bruchstein hace unos días: “no se puede gobernar como si el pueblo no existiera” (https://www.pagina12.com.ar/211705-el-mensaje-llego)
Por el contrario, la comunicación ocurrió, y fue evidentemente muy eficaz, en el tridente con el que se construyó, en muy poco tiempo, la campaña del Frente de Todos: un candidato que se dedicó a rodar las rutas de la provincia otorgándole entidad plena a la escucha de los otros; una candidata que se corrió del centro de la escena en un meditado gesto de autocrítica y reconocimiento; y un político que no solo aglutinó desde los bordes a un conjunto de políticos heterogéneos, sino que además tejió acuerdos estratégicos “hacia adentro” y en el mismo camino impuso una agenda, la financiera, de la que no se hablaba. (De paso: el único que les habló a “los mercados”, y de frente, fue Alberto Fernández).
La comunicación no puede pensarse por fuera del interlocutor, por fuera del proceso de su reconocimiento pleno, por fuera del otro que convive con uno. La comunicación es Axel escuchando los pesares de los bonaerenses en su vida cotidiana, sin mediaciones, cara a cara. Es Cristina incorporando en sus gestos a aquellos que la acusaban de soberbia. Es Alberto haciendo acuerdos con gobernadores, sindicalistas, políticos afines, ordenando la tropa.
Los bots del centro de trolls, que generaron sorpresa, gracia y hastío, no fueron un “error”: están íntimamente relacionadoscon la concepción errada de “comunicación” que sostuvo una eterna campaña autista de tres años y medio.
Es el frasco de una mayonesa vacío.
* FSOC-UBA e IDAES-UNSAM