En esta casa de calle Rafael Obligado número ciento y tantos, ocurre un mundo. Ocurre mi mundo y las consecuencias. Tras el fin de mi almuerzo, me siento bajo la sombra de la lona a pelar una mandarina y reflexiono. Sueño. Sueño qué puedo hacer el finde. Uno lo llama planear, otros lo llaman proyectar, yo sueño, entiéndame usted…

Imagino las pizzas que me pueda ofrecer la noche helada del sábado. ¿Y quién sabe? En otra calle llamada Rafael Obligado al ciento y tantos, en otra ciudad llamada Punto y Seguido, la pizza será de cuatro quesos. La cerveza será artesanal. Y habrá amigos y anécdotas de mini-vacaciones o paseos por el parque con perros.

Me hablaron de otra calle llamada Rafael Obligado al ciento puntos suspensivos. Está en una ciudad llamada Paréntesis. No hay sueños, ni pizza de cuatro quesos. Sólo frutas disecadas y nueces con agua mineral, el yo que habita es una mujer recién separada, recién salida del gimnasio. Lleva lentes oscuros y una novela romántica, que no es costumbre mía.

Hay otra mujer en otra Rafael Obligado, dibujando las flores de la terraza. Se llama Alicia y tiene un gato barcino que duerme en una vieja remera destrozada, cuya inscripción se lee "Verano 1995. Visite Carlos Paz."

Allá veo otra calle Rafael Obligado. Ahí está Lito, el diariero que finalizó su jornada habitual. Ahí está un vermouth dentro de la botella de un color verde brilloso, como las aceitunas rellenas.

Y ahora me hablan de otra Rafael Obligado. Ahí no hay casa, ni habitantes. Ahora van a poner una heladería. Pero yo estoy seguro que será en el futuro una óptica o un local de teléfonos celulares.

 

Ya me acordé: tengo que ir a la casa de mi madre para enseñarle cómo funciona su nuevo celular. Pero no es calle Rafael Obligado, es Avenida José Mármol. ¿Por qué será que vivo entre calles con nombres de escritores, que a lo mejor nunca voy a leer?