De qué se está hablando cuando se habla de la patada policial que provocó la muerte de una persona: se habla sobre el sentido que se le da a la peligrosidad, que es la que motivó la intervención. Se habla sobre qué se entiende de ella, porque no cualquier situación se visibiliza como peligrosa. Y se habla sobre la fuerza policial y qué se pretende con su intervención. No se trata de debatir sobre lo injustificada que fue esa reacción violenta, debate que sólo nos deja en la lectura caliente de un hecho injustificado, sino de entender por qué ocurre.
Empecemos por desarmar los hechos. La escena ocurre el lunes no laborable a las 7.43. No parece que haya provocado un caos de tránsito, ni que hubiese mucha gente en la calle que corriera peligro. No se trata de desmerecer la intervención policial que es lícita desde el momento en que responde a un pedido de ayuda de una denunciante, quien no tiene por qué tener criterio para medir peligrosidades. La mujer policía acude y, suponiendo que haya sido tal como señala la versión oficial, fue amenazada por el hombre que supuestamente portaba un cuchillo. La agente pidió ayuda e inmediatamente llegaron dos motociclistas, enseguida un tercer agente de calle, y un patrullero instantes después. No se puede decir que la situación estuviera fuera de control. Enfrente tenían a un hombre "armado con un cuchillo" que no aparecía a la vista, y que estaba en evidente estado de ebriedad.
Los riesgos que corrían los policías fueron evaluados por ellos mismos, desde el momento en que ninguno sacó su arma. Nadie se consideró en peligro. Ya vimos que ante la menor sospecha de peligro, la orden de este gobierno es "anular al enemigo". Chocobar es el mejor ejemplo aunque son múltiples las intervenciones letales de la policía en supuesto riesgo. El ejemplo de Chocobar es aplicable al caso, porque Pablo Kuoko, su víctima, efectivamente llevaba un cuchillo, en el bolsillo, corría escapando y fue baleado de espaldas. Con este criterio de peligrosidad vigente, si ahora los policías no sacaron sus armas es porque no tenían el más mínimo motivo.
La intervención se produce entonces en el momento en el que el policía de apellido Ramírez se acerca al hombre que está parado, inmóvil, con las manos detrás. No tenía un arma al punto de que el otro motociclista se aproxima por su espalda y se agacha para verificar si tenía o no un cuchillo. Tan oculto lo tenía que ni de espaldas se lo podía ver. En ese momento, es cuando Ramírez le arroja la patada que termina provocándole la muerte. Marcelo D'Alessandro, secretario de Seguridad porteño, alegó que los policías no usaron armas ni tonfas. No es cierto: la patada policial es un arma. De hecho lo mató utilizándola. Es un arma como el puño de un boxeador. Así se lo juzgó a Monzón cuando dio el golpe a Alicia Muñiz que la arrojó al vacío.
D'Alessandro sostiene que de haberse utilizado una pistola Taser se hubiera evitado la muerte. No es cierto. Si es que no moría de un infarto, también hubiera golpeado la cabeza contra el asfalto derrumbado por el impacto policial.
El criterio de peligrosidad que propone Patricia Bullrich y sus sucedáneos porteños y bonaerenses consiste en anular todo aquello que se salga de la estabilidad emocional de un gobierno cada vez más inestable. Los policías son entrenados para anular y no para solucionar. Están educados para golpear y no para ayudar. Por eso, tres policías por la espalda no alcanzaban porque la intención no era contener. Lo que querían hacer era anularlo. Y así lo hizo Ramírez. Cumplió órdenes y lo anuló. Cada vez es mayor la población que queda colgada de la cornisa, propensa a ser identificada por la policía callejera como "individuos peligrosos". La función de este gobierno es desplazar hacia el margen, y educar al resto a temer a los desplazados. El criterio de peligrosidad está puesto en los marginados para que no se vea lo peligrosa que es la inestabilidad de la economía y que no se tema al propio gobierno. Un verdadero mono con navaja.