Cuenta la leyenda que, en su primera visita a Marco Antonio en Tarso, no ahorró Cleopatra en gastos y despliegue, remontando el río Cidno en una embarcación con popa de oro y remos de plata, ataviada como la diosa Afrodita, sentada la reina egipcia bajo un dosel bordado mientras la abanicaban bellos muchachos y músicos amenizaban la travesía. “Las velas, de púrpura, tan perfumadas que se dijera que los vientos languidecían de amor por ellas”, anotó Shakespeare sobre cierto detalle florido: la cautivante fragancia que flotaba hasta la orilla… Aquello entonces, ¿y ahora? La suposición de un equipo de investigadores, que dice haber recreado el penetrante aroma que acaso distinguiese a Cleo en sus años de esplendor. “Este es el Chanel No. 5 del Antiguo Egipto, el perfume más preciado del antiguo mundo”, se jacta Robert Littman, un arqueólogo de la Universidad de Hawai, que junto a su colega Jay Silverstein tuvo balsámico eureka durante una excavación en curso en la vieja ciudad Thmuis, al norte de El Cairo, al dar con las ruinas de lo que parecía ser el hogar de un exitoso comerciante de perfumes.
Ni lento ni perezoso, el dúo se hizo de un ánfora de arcilla que, en su interior, almacenaba sequísimos residuos, amén de recuperar cualquier aroma que pudiera rescatarse. Nótese que, en sí, el envase no olía, pero -análisis químico mediante- reveló algunos de los ingredientes que supo contener. Resultados que los arqueólogos entregaron a la experta en perfume egipcio Dora Goldsmith, que siguiendo las fórmulas de textos griegos antiguos, recreó el anhelado perfumito, intenso y picante, a base de mirra, cardamomo, aceite de oliva y canela, que hoy puede olisquearse en la muestra Queens of Egypt, en el museo National Geographic de Washington D.C. “Qué emocionante sentir un aroma que nadie ha olido en dos mil años, que Cleopatra podría haber usado”, ofrece Litman, y pronto destaca la consistencia más espesa y la condición más perdurable de la fragancia, a diferencia de mezclas modernas.
Su presunción encontró detractora en la especialista Mandy Aftel, que dirige un museo de aromas curiosos en Berkeley, California, y que años atrás reprodujo la fragancia funeraria de una niña egipcia momificada hace 2 mil años. “Cleopatra tenía su propio taller de perfumes”, explica Aftel al momento de descartar que la reina haya usado la esencia que hoy se exhibe, por tratarse del “equivalente antiguo a comprar en una tienda”. Duda muchísimo que lo haya hecho teniendo a disposición variedades ciento por ciento exclusivas, hechas a medida de su refinado olfato. “Mucha gente ha intentado emular su perfume, pero no creo que nadie sepa jamás, con certeza, que utilizó”, confía la desconfiada dama, con suficientes razones para sospechar del “hallazgo”.