Reconocido mundialmente como pianista, hace casi una década que Horacio Lavandera amplió su tarea de intérprete hacia la dirección. Como prueba de que se trata de mucho más que de una idea pasajera, creó la Orquesta Clásica Argentina, con la que en 2017 interpretó como pianista y director los cinco conciertos para piano y orquesta de Ludwig Van Beethoven. El viernes y el sábado a las 20.30 en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), Lavandera se presentará una vez más como solista y director al frente de la orquesta que creó junto al concertino Gustavo Mulé y al primer de oboe Gustavo Cosentino, esta vez con un programa que conjugará conciertos para piano y orquesta de Beethoven y Frédéric Chopin. En la primera fecha, el programa se articulará con el Concierto para piano y orquesta nº 3 en Do menor Op.37, de Beethoven, y el Concierto para piano y orquesta nº 1 en Mi menor Op.11 de Chopin. En la segunda, se escucharán el Concierto para piano y orquesta nº 5 en Mi bemol mayor Op.73, de Beethoven; y el Concierto para piano y orquesta nº 2 en Fa menor Op.21 de Chopin.
“Esta orquesta es el proyecto más importante de mi vida. Por el número de personas involucradas, por las energías que se ponen en juego y por las posibilidades que todo esto me da a nivel musical”, reflexiona Lavandera. Sobre el mantra turbulento del ajetreo de mediodía de un bar de Villa Devoto, la voz de Lavandera se escucha suave pero firme. A los 34 años, el pianista que a los 17 años se impuso en el Concurso Umberto Micheli de Milán y desde entonces desarrolla una intensa carrera internacional, habla pausadamente, con la delicadeza con que es capaz de tocar un adagio. Toca el piano, dirige, compone y asegura que su mayor desvelo pasa por direccionar todo en un mismo sentido. “Defiendo la idea de unir las vertientes de la música. Como pianista y director, si además sos compositor, llegás a otras situaciones, se abren otras perspectivas. Poder llegar a este punto es un gran privilegio”, explica.
“La orquesta se creó en torno a Gustavo Mulé, que es el concertino, y a Gustavo Cosentino, el primer oboe”, explica. “La relación con Cosentino es muy especial, porque tenemos una trayectoria familiar que nos une. Mi tío abuelo, el clarinetista Francisco Freigido, tocó con su padre, Mario Cosentino; mi padre, José María, tocó desde su adolescencia tanto con Gustavo como con su hermano Miguel, un flautista de excepcional. Hasta mi bisabuelo, que era clarinetista, tocó con su padre. Quiero decir que entre nosotros hay amistad y respeto artístico, y de esta manera convergemos en hacer lo que nos gusta al máximo nivel”, agrega el pianista.
Lavandera cuenta que la elección del repertorio para estos conciertos tiene que ver con el resultado de una encuentra realizada al público melómano a través de las redes sociales. “La mayoría prefirió Chopin y me pareció interesante combinarlos con Beethoven. Lo que buscamos también con este repertorio digamos clásico, es crear el sonido de la orquesta, trabajarlo hasta encontrar una nueva idea y un nuevo enfoque. Poder lograr algo fuera de lo habitual”.
-¿Qué márgenes encuentra en Chopin para indagar un nuevo sonido?
-Muchísimo. Cada movimiento de un concierto de Chopin tiene una historia. Por ejemplo, los terceros movimientos de cada concierto tienen una magia muy especial en lo que se refiere a la conexión de la música popular, que en Chopin era muy importante, con la práctica de la música clásica. Hay una serie de efectos que parecieran pensados para conjugar la tradición oral con la escritura. A estos efectos hay que cuidarlos, trabajarlos y darles el peso que tienen en esta mezcla, que es uno de sus rasgos más salientes. Además, los de Chopin son conciertos de gran frescura y luminosidad, que exigen brillo y virtuosismo. Son obras de gran respiro formal en las que por sobre todo está representado un pueblo. Eso emociona, por más que uno no sea polaco.
Lavandera adhiere a la idea de que Chopin es el más clásico de los románticos. “Mi visión sobre Chopin está compuesta por muchas cosas, en primer lugar por identificar y destacar el rasgo popular. En España fui alumno de José María Colom, que a su vez había estudiado con un alumno de Alfred Cortot, y por ese lado también tengo una referencia importante de Chopin”, dice Lavandera. “Si bien los conciertos son obras de juventud, con las que se presentó ante el público de Viena, antes de llegar a París, son de una originalidad enorme. Héctor Berlioz era fanático sobre todo del 'Segundo concierto' y dirigió la orquesta en la última presentación de Chopin en público, en el Conservatorio de París".
-¿Cómo se llevan Chopin y Beethoven en un mismo programa?
-Mal (risas). A Chopin no le gustaba nada la música de Beethoven. Apreció un poco la Sonata Op.26, de donde sin embargo sacó inspiración para la marcha fúnebre de su “Segunda sonata”. Chopin y Beethoven son universos y estilos contrapuestos, en la música y en el pensamiento. Esos contrastes se profundizan a medida que se indaga. En la música de Chopin, los materiales temáticos se encadenan con la minuciosidad de un orfebre; en cambio, en Beethoven por momentos llega a una violencia extrema. La música de Chopin es más matizada, nunca llega a ese nivel de contrastes emocionales, no es titánico. Con Beethoven asistimos a la pelea del hombre con su destino.
El año pasado, Lavandera debutó en el Carnegie Hall, el próximo lo hará en China y en agosto volverá a Europa, para renovar el contacto de décadas y ofrecer recitales en la sala de la Filarmónica de Berlín y la Gewandhaus de Leipzig. En Buenos Aires, formalmente tocó por última vez en abril, en el Festival Konex, y hace pocos días se dio el gusto de participar como invitado de Ciro y Los Persas en el Luna Park. “Se trata de unir a través de la música, fomentar nuestra cultura y abrir espacios en los que es posible establecer un ida y vuelta”, dice Lavandera. "De todas maneras, entre tanta actividad, lo más importante para mí es la Orquesta Clásica Argentina, con la que el año que viene actuaremos en el Teatro Colón”.